El eslogan de la campaña presidencial de Donald Trump es una buena muestra del sentimiento que impulsa el crecimiento de la ultraderecha en Europa y Estados Unidos. El deterioro de la posición económica dominante que tuvieron esas regiones frente al desarrollo de Asia se traduce en pérdida de posiciones de privilegio, que van desde el desempleo industrial en amplias regiones que no pueden competir con la manufactura asiática y el deterioro de un Estado de Bienestar que es visto como una carga impositiva que encarece los costos por parte del empresariado, hasta una burocracia estatal y militar que siente que su otrora inapelable poder comienza a ser desafiado por el surgimiento de nuevas potencias competitivas.

Como señalaba el intelectual argentino Arturo Jauretche, “la multitud no odia, odian las minorías, porque conquistar derechos provoca alegría, mientras perder privilegios provoca rencor”. Aplicado al análisis geopolítico global, las minorías blancas occidentales, que ven perder privilegios ante el avance de las multitudes asiáticas, son las que llenas de odio y rencor vuelcan sus votos por las ultraderechas. “Hagamos a América grande de nuevo” refleja ese sentimiento de frustración por la pérdida de poder relativo y el intento violento por reconquistarlo.

En el plano económico, la pérdida de posiciones competitivas de occidente se ve reflejado en un discurso nacionalista que reniega del libre comercio y la libre movilidad de capitales. Barreras arancelarias, bilateralismo, restricciones a las inversiones y empresas de las nuevas potencias, estímulos a la relocalización productiva, son algunos ejemplos de cómo occidente comienza a abandonar sus banderas liberales ante la incapacidad de competir con Asia.

Sin embargo ello genera tensiones dentro de la propia élite, ya que muchas empresas globalizadas occidentales se ven perjudicadas por el naciente nacionalismo económico. Así, las elites de occidente se dividen entre “globalistas” y “nacionalistas”.

La exportación de esas ideologías a los países periféricos se facilitó por las nuevas tecnologías de comunicación. El teléfono celular brindó una estructura territorial que combinada por el big data y las redes sociales permitió una difusión personalizada de la ideología de la ultraderecha global.

Eso impulsó el surgimiento de nuevos líderes como Bolsonaro en Brasil o Milei en Argentina, que se alimentaron de un sentimiento de frustración y odio siempre presente en una región que quedó relativamente marginada del desarrollo económico tanto occidental como oriental.

Sin embargo, al igual que las ultraderechas coloniales de un siglo atrás, no se les permite importar el nacionalismo económico y político del centro occidental, que es sustituído por un liberalismo entreguista favorable a los intereses de las potencias. Esa falta de un modelo económico medianamente viable por parte de ultraderechas locales ancladas a las potencias en decadencia, permite arriesgar que su éxito no será duradero.