Jacob era artista callejero, solía hacer malabarismo en distintas esquinas del área céntrica de la ciudad. Vivía solo y de manera precaria en una casucha de villa Banana casi en el límite de la ciudad. Digamos que su vida era la de tanta gente joven que vive rozando la indigencia y que trataba de ganarse la vida como artista callejero. No es un tema que genere en la idiosincrasia de nuestra gente mayor interés a excepción de un tal sr. Trup, que se acercó como alguien que no podía creer en lo que veía.
Rápidamente y sin darle mayores explicaciones, Trup le ofreció trabajar en el circo “El Mundo” que él administraba; tendría, dijo, un lugar en el cual establecerse y un sueldo fijo. Jacob desconfió pero como no tenía qué perder, decidió aceptar. Subió al auto del sr. Trup sin minimizar su desconfianza pero pronto llegaron al circo que ocupaba el campo que había pertenecido o pertenecía a la escuelita Pablo sexto.
Jacob quedó encantado ante el deslumbrante y heterogéneo mundo que se ofrecía ante sus ojos, pero nada equiparó el momento de perplejidad cuando Trup le presentó a Gedeón, un joven que era una réplica idéntica de él. Jacob quedó petrificado al igual que su símil; ambos intentaron balbucear algunas palabras pero la perplejidad de tener frente a ellos un espejo viviente del otro, los enmudeció. Trup dijo que podían tomarse la tarde libre, para acomodarse a una nueva situación ya que ambos vivirían en el mismo camerino y solo les aclaró que estaba pensando en renovar un espectáculo a cargo de ambos.
Hacia la hora del crepúsculo, ambos gemelos habían comprendido con emoción contradictoria, que eran hermanos, hijos de la infidelidad de una dama de la alta burguesía que ocupaba uno de los más altos cargos en la política junto a su hermano.
Conocer los pormenores de la vida de los gemelos resulta innecesario ya que homologan los de tantos seres humanos abandonados en nuestra ciudad; Jacob fue recibido y aceptado por una familia muy humilde de Moises Ville y Gedeón, recibido y rechazado en dos o tres oportunidades, finalizó ese execrable periplo padeciendo las contingencias propias de un orfanato rosarino.
No sólo trescientos kilómetros aproximados separaron a los hermanos, sino el temperamento y el carácter moral que Gedeón distaba mucho de poseer. Las argucias propias que sobreabundan en el orfanato, le permitieron escapar y después de algunas peligrosas peripecias, recaló en el circo para realizar tareas menores de mantenimiento.
A esta serie de acontecimientos fortuitos, se agregó el hecho de que en el circo había una pareja de jóvenes gemelas muy bonitas. Ruth y Raab y Trup pensó que un par de gemelos de distinto sexo, alimentaría las supercherías de mucha gente que siempre está predispuesta a creer en cualquier tontería.
Pensó en un acto de mentalismo que incrementaría la audiencia, pensó que Jacob con los ojos vendados pudiese ubicar a las personas que escribirían una frase con sus iniciales y Ruth, desplazándose entre el público, le leería lo que el público escribía en una tarjetas, con la argucia morfosintáctica y fonética de corresponder a un código y una palabra clave pronunciada más fuerte que las demás.
El número llevaba más de un año de exitoso suceso y decidieron, para debilitar la incredulidad de algunos, que Ruth y Raab se alternasen entre el público y Jacob cobró una notoriedad que se difundió en algunos círculos de la ciudad. No conformes con lo que habían logrado, Gedeón, que gustaba de los juegos de azar, logró hacerse amigo de un tal Hesper, agente de la bolsa de comercio y asesor de narcos y políticos locales.
Este le propuso timar a uno de sus clientes muy rico, que había perdido a su esposa en un asalto, hacía unas semanas. El desconsuelo del hombre lo tornaba muy propicio y Gedeón premeditó hacerle creer que Jacob se podría comunicar con ella y obtener de esa manera una suculenta suma de dinero en recompensa.
El plan era complicado, Lázaro Grave vivía en una mansión en los límites de Fisherton y tenía una suerte de parque con estanque y una apreciable variedad de árboles y plantas florales. Había obtenido como suelen ocurrir con la gente de mucho dinero, un permiso irregular para enterrar a su mujer, María, en los fondos del parque, bajo una escultura que la reproducía.
Hacia la noche del primero de noviembre, Jacob y Gedeón, junto a Lázaro apelarían a la capacidad de Jacob para que la muerta, que no sería otra que Raab, apareciese tras la lápida, después de sortear la pared del fondo con una escalera de los trapecistas.
Una noches antes, para la perfección del plan, Gedeón visitó a Lázaro y cuando tuvo la oportunidad, revisó el jardín y verificó la hora en que la luna expandía sus haces a contra luz, tornando enorme y más oscura la escultura, acariciada por los intersticios de sombras fugaces proveniente de la brisa que turbaba el ramaje de los árboles. Todo favorecía la escena que estaban planeando. Miró la hora para activar la ilusión en ese momento. Cuando se despidió Gedeón quedó que el miércoles primero, más o menos entre las once y las doce de la noche intentarían el contacto.
El día esperado llegó, Jacob repasaba mentalmente una y otra vez su intervención. Raab esperaba ansiosa detrás de la casa, en un paraje sombríamente desolado, para aparecer. No se había sentido bien durante todo el día, principalmente porque Ruth no quiso tener nada que ver con el hecho y la amenazaba una suerte de remordimiento que por momentos, la instigaba a largarse de allí.
En la mansión, Jacob y Gedeón rodeaban a Lázaro que tembloroso esperaba el momento. Jacob comenzó su acto, concentrado invocaba a María que apareció como una transparencia cristalina tras de la lápida. Lázaro cayó de rodillas invocando el amor que tenía por su mujer y pidiendo perdón por algunas faltas cometidas.
La Luna estaba en el punto prefijado por Gedeón días antes, lo cual aumentaba la sensación de un acontecimiento asombroso y totalmente fuera de lo común; para colmo el ulular de un búho inesperadamente ayudó a intensificar la escena. La visión de la mujer duró unos instantes y desapareció ante el llanto y el desconsuelo de su marido que hubiese querido acercarse y extender el momento milagroso.
Tuvieron que consolarlo y Gedeón debió reprimir el odio almacenado y el desprecio que sentía por esa clase de gente. No sin esfuerzo lograron llevarlo a su habitación y, al cabo de un rato, los gemelos pudieron irse con la satisfacción de la tarea cumplida. Al llegar al camerino, Ruth trataba de consolar a Raab que lloraba desconsolada: Perdónenme, dijo Raab, perdónenme, no pude hacerlo. Y ni siquiera pude avisarles.
Jacob y Gedeón se miraron perplejos. Después de un momento de silencio espeso y de la sorpresa de lo inesperado se preguntaron si lo que habían visto era una alucinación proyectada por la imagen que era el núcleo de la estafa planificada o si Jacob tenía verdaderamente una capacidad mental que había adquirido después de tantas intervenciones en el espectáculo.
Lo importante dijo Gedeón, es que todo salió bien y recibiremos el dinero de la recompensa. Sólo Jacob fue acosado por una supuesta intervención metafísica en sus actos y esa noche sus sueños develaron un oscuro temor.