Hay un mínimo de esperanza en la institucionalidad y los fundamentos de la democracia, debo admitir con poco orgullo, que me hacen todavía esperar que de alguna manera aquellos hombres que gobiernan nuestros países y nuestras vidas sean un tanto mejores que cualquier varón que se me cruza por la vida y yo meto en la cama. Algo así como un deseo de que alguien efectivamente tenga las capacidades intelectuales, políticas y emocionales para resolver situaciones, cualquiera sea esa situación. La viralización de un video supuestamente protagonizado por el presidente de la República de Colombia, Gustavo Petro, y la conductora trans, Linda Yepes, me dejó nuevamente del lado de la inocencia.

No, no fue la filtración de un video subido de tono, sino todo lo contrario. Eran dos personas —un hombre físicamente parecido a Petro y una mujer que ligeramente recordaba a la conductora— paseando de la mano muy jocosos, ellos, por las calles de Ciudad de Panamá. El primer mandatario había ido a ese país para la investidura de su homólogo José Raúl Mulino, de ahí que el video cobre sentido. Aunque en 24 horas se desmintió que fuera él, la noticia circuló mucho tiempo más, en especial cuando los medios internacionales pudieron titular que el colombiano salió a aclarar que era heterosexual. Para alguien que se pelea tanto con la prensa, la verdad, se la dejó servida en bandeja de plata.

Es gracioso el hecho de que lo importante de la noticia es que no era él. ¿Por qué no pudo evitar aclarar su sexualidad? ¿Qué le impidió resolver de mejores maneras esta situación —que efectivamente tenía que ser hablada o desmentida porque implicaba una infidelidad en el matrimonio presidencial—? Es interesante, sobre todo, porque en su descargo de X (antes Twitter) hace una vuelta de tuerca rarísima para defenestrar la transfobia diciendo que ser transfóbico haría que deje de ser no sólo un hombre, sino también un humano. Todo esto citando un tuit que da a entender que Yepes penetraba a Petro y no al revés y que eran esos discursos los que marcaban el límite de la libertad de expresión; también agrega algo sobre los nazis, que se sabe que de argumento siempre viene bien.

Pienso en las veces que escuché a alguien me aclaró que era hetero. La primera y la menor de las veces son los tipejos con carita desproporcionada y personalidad como recién salida de fábrica, insulsa y genérica, que mencionan al pasar —como si eso lo hiciera menos siniestro— y después de estar hablando en alguna reunión por varios minutos, que está todo bien conmigo pero que no vaya a pensar que sonmaricones.

La segunda y la más recurrente son los que estando con el cuerpo completamente al aire, debajo de mis sábanas y luego de situaciones muy poco heterosexuales, se justifican como respondiendo algo que nadie preguntó por qué están ahí. El discurso higienista (la descarga) y el bromance (estas cosas re hacen los amigos, bro) están en el top de la lista y me suelen hacer reír mucho. Me gusta sobre todo cuando puedo recordarles que yo sí soy maricón y ellos se hacen los sorprendidos en nombre de algún tipo de gentil camaradería que yo no comprendo. En todos estos años mi reacción favorita fue la de un bombero que me felicitó y me abrazó. Mientras me rodeaba con sus brazos me dijo: “Qué bueno lo que me contás. Sabés que la semana pasada hicieron una capacitación en el cuartel sobre feminismos y cosas LGBT y nos dijeron que todavía, en ésta época, hay gente que no sale del armario”. Yo asentí y le di la razón, porque la tenía y era evidente.

Pienso en la cantidad nula de veces además de estas, en las que tuve que decir que yo sí era trolo, en las ganas que me dan de que el video de Petro sea real, en la oportunidad para explicar cosas que nos hubiera dado, en lo que significaría. Pero también en el rastro de alivio que sentí de que no fueran ni él ni Yepes y que la noticia no haya tenido demasiado repercusión en las burbujas mariconas de redes: lo correcto que se siente que nadie haya opinado tanto, ni haya sacado el dedo acusador.

Creo que tiene que ver con que toda esa cantidad de gente alrededor del mandatario que se dedica 24/7, imagino, a cuidarle la imagen de señor progresista pudieron resolver la situación con no muchas más herramientas que las que le dio la capacitación en género a mi querido bombero. Más aún, tiene que ver con la certeza de que una salida del clóset —intencionada o no, ficticia o no— convierte a todes les que no sean protagonistas en une espectadore a la espera de ver cómo se resuelve, siempre liste para asentir y reír, sin juzgar demasiado; y que las que estamos acostumbradas a las malas resoluciones, adoptamos humildes la estoica necesidad de no ser una la que diga cómo es que hay que vivir sabroso.