Una nena descubre en el cine, fascinada por su voz, a la cantante y actriz Julie Andrews en La novicia rebelde, y allí se le abre un mundo luminoso de musicalidad que la marcará para siempre. Pero como la vida no es una película de Hollywood esa luminosidad puede convertirse en oscuridad y transformar a las personas. Ese viaje de toda una vida, con su redención final, es el que interpreta Lucila Gandolfo en Una película sin Julie (jueves a las 20 en el Teatro Maipo, Esmeralda 443). 

“Es una historia de vida de una persona que, de niña, adopta a una amiga invisible, como nos pasa a tantos que de chiquitos tenés un superhéroe o la princesa”, cuenta Gandolfo a Página/12, y explica: “No para olvidarte de tus problemas, sino porque te hace feliz. Y después la vida te va poniendo cosas en el camino que aquello que habías deseado tanto queda trunco, porque la vida es así.” Igualmente, “creo que la historia tiene un mensaje esperanzador”, se entusiasma la actriz y cantante con lo que se ofrece sobre el escenario.

En la obra, con texto y música de Fernando Albinarrate y la dirección de Julio Panno, Gandolfo interpreta cada una de las etapas de la vida de Catalina Lonely desde esa infancia feliz, que con el tiempo irá descubriendo los agridulces de la vida, golpes y situaciones que pueden implicar el olvido (temporal o permanente) de la dimensión lúdica de la existencia. “Lo importante no tiene por qué ser solemne sino que puede ser lindo. Lo importante no tiene por qué ser serio, puede darnos alegría”, aprende la pequeña Catalina. 

Un espectáculo que comienza con toques de humor que se torna en drama, pero también tiene su momento de redención, donde la luminosidad (musical) hace más digerible lo que se ofrece sobre las tablas. Partida y retorno a esa patria personal que es la infancia. “La historia de lo que le sucede a Catalina es una genialidad de Fernando”, afirma Gandolfo, que puso la idea originaria. “Yo le conté de mi tía abuela maestra de inglés, becada, soltera, y él creó la obra. El cuento en sí, más allá de si sos fan o no de Julie Andrews, es lo poderoso. Es una buena historia a la que se suman las canciones”.

Esas canciones de las películas más recordadas de Andrews (La novicia rebelde, Mary Poppins y Victor Victoria, pero también de otras obras y autores de esos años dorados de Hollywood), en la hermosa y dulce voz de Gandolfo embellecen y organizan un texto que recorre una vida de punta a punta. “Lo poderoso es lo que se cuenta”, apuesta Gandolfo, y recuerda que “del libro de Fernando, Julio hizo modificaciones y propuso hacerlo en primera persona. Me dijo que iba a tener 6 años, 15, 18... Ahí entra la composición de Catalina pasando por todas las etapas de su vida, un desafío hermoso”, sostiene sobre esos cambios de personalidad y actitud que adopta en segundos. 

“La niña no fue complicado, la adolescente sabíamos que tenía que tener que no se le entendiera nada de lo que hablara, incomodidad con el cuerpo”, detalla la actriz, y confiesa que “la más difícil fue la de 18, porque no era ni una niña ni una adulta, pero estaba más asentada, más relajada, más coqueta a pesar de las cosas que sigue padeciendo porque no tiene todo resuelto. Yo puedo encontrar en mi familia alguna tía abuela más estricta…”, ríe.

La puesta en escena es austera, y mantiene en la calle Corrientes la pensada para el off: cuatro sillas, una mesa, dos bolsos y un paraguas colgado en el techo. No hace falta más, cada elemento tiene su función, y el resto es actuación. La propuesta es simple, permitirle a Gandolfo desplegar a su personaje por toda la historia, desbordando de teatralidad el escenario, con la ayuda de un diseño de luces que colabora en construir espacios, climas y situaciones que le dan dinamismo y a la vez profundidad a cada uno de los momentos. El vestuario es otro elemento que forma parte del minimalismo de la puesta: pequeños cambios pero a la vez muy significativos para transmitir las distintas etapas que atraviesa Catalina Lonely en su vida, pero también expresar visualmente sus estados de ánimo. Y el acompañamiento en vivo de Albinarrate en el piano, que inunda la sala de musicalidad y sentido, haciendo que resalten más los fragmentos en los que no tiene participación. A veces, lo lúgubre es la presencia indisimulable una ausencia.

“Por qué en la vida uno se empeña en huir de la vida”, se pregunta una ya adulta miss Lonely, lamentando haber perdido el tiempo ocultándose de la búsqueda de la felicidad. Pero a veces la vida también da revancha, y aquello que se creía perdido para siempre vuelve a emerger y permite, de alguna manera, sentir que no fue en vano. “Ojalá que lo que se está diciendo arriba del escenario ayude a mucha gente, que le atraviese lo que ve”, se esperanza Gandolfo. “¡Algunos me dicen que no quieren ser Catalina Lonely! Y empiezan a tomar clases de canto... (risas). La vida es hoy, que no te pasen 40 años sin hacer lo que querías”, ejemplifica. 

“Creo que el mensaje de la obra llega y espero que la gente la atraviese y la ayude a replantear cosas. Cuando yo era chica y leía personajes que me maravillaban quería lograr eso algún día, que la gente se emocione con lo que uno está diciendo. Ojalá no sea solamente el rato que está sentado en la butaca. Por eso dicen que el arte sana, que la catarsis que hacés como espectador de lo que estás viendo ayude a reflexionar sobre la vida de uno también”, concluye.


Teatro off de exportación

Una vida sin Julie nació en el off porteño en 2022, luego de diez años de trabajar la idea. Pasó por la sala del Centro Cultural 25 de Mayo, por Hasta Trilce, y desembarcó en el Teatro Maipo, una sala tradicional de la calle Corrientes. Y ya tiene planeadas fechas en Bay Street Theater, un teatro del circuito neoyorquino, y en conversaciones para presentarla en Madrid y el West End londinense. Las funciones en suelo norteamericano tienen un sabor especial: son en el teatro de la hija de Julie Andrews.

“En un bache que tuve entre funciones me fui a Nueva York a buscar a Julie Andrews, y le toqué el timbre”, rememora Gandolfo, y sonríe. “No sabía si la iba a encontrar. Escribí al Bay Street Theater, el teatro que fundó Emma Walton, la hija. Decidí que quería ir a buscarla a Julie para que sepa que hay una actriz en la Argentina que está haciendo una obra que es un homenaje, un agradecimiento a lo que inspiró e influyó en tantas generaciones de niños en todo el mundo”, cuenta, ilusionada. “Me dijeron que no me podían poner en contacto con Julie Andrews pero me preguntaron si me interesaba montar la obra allá”, ríe.

Pero no se dio por vencida. “Un amigo que vive allá me consiguió una dirección. Fui con mi prima, caminando. Era un portón, mucho bosque. Toqué el portero eléctrico y creo que me atendió la propia Julie Andrews. Obviamente no iba a abrir la puerta y hacerme pasar”, aclara comprensiva. “Cuando le dije quién era, que venía de Argentina y quería entregarle una carta a Julie Andrews me respondió 'Oh, es la dirección equivocada'. '¡Qué pena!', le contesté. '¿Habrá algún buzón donde pueda dejar mi carta?' Y me respondió que no sabía dónde podía estar ella. Le dije que su voz era muy hermosa, igual a la de Julie. Y me agradeció y colgó”, detalla. “Ahí quedé. Por suerte estaba el diario del domingo todavía de este lado del portón, metí la carta con una pañoleta fileteada ahí y lo mandé para adentro”, dice confiada. “Lo que decía en la carta es que si ella estaba leyéndola, mi sueño se hizo realidad. Y yo estoy segura de que la leyó”.