¿Qué es la envidia? Pregunta que recorre Jacques Lacan en la clase número IX del seminario 11 “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”. Una de las respuestas es que tiene relación con la mirada, pero no se trata de cualquier mirada sino de una “mirada amarga”. Mientras leo ese fragmento de la página 122 del seminario me acuerdo de la canción Los viejos vinagres de Sumo. Me pregunto qué tendrá que ver con la envidia, sin obtener respuesta inmediata. Quizás de eso se trata, entre otras cosas, una experiencia de lectura. Permitirse las preguntas que como consecuencia te hacen pasar por una pausa, algo parecido a un paréntesis del ruido.

Otra cosa que dice Lacan a lo largo de esta clase es que la verdadera envidia se produce ante la imagen de una completud. No se trata de querer tener lo que otro u otra tiene, sino de suponer que alguien está completo o completa en la relación con su objeto de deseo. Suposición que en algunas ocasiones puede resultar insoportable, tal cual lo escribe Clarice Lispector: “No podía mirar el rostro de un tenor mientras éste cantaba alegre, volvía la cara lastimada, insoportable de piedad, no soportaba la gloria del cantante”. La frase pertenece al capítulo “La sensible” de su libro Para no olvidar, un faro en el océano del olvido. Suponer una gloria perfecta en los demás y amargarse por eso, de eso se trata la envidia.

Esta suposición de completud nos conduce al problema de la personalidad. Como ya lo dijo Freud en la Conferencia 31 de Introducción al Psicoanálisis titulada “La descomposición de la personalidad psíquica”, la personalidad se encuentra fragmentada en un ello, un yo y un superyó. El ello es una oda al caos, un afán de satisfacción inmediata de pasiones desenfrenadas, más allá del bien y del mal. El yo es un intento de razón y prudencia. Y el superyó es el fragmento que loopea las voces de la vigilancia del mundo, las cuales se internalizan de una forma particular en cada sujeto y sujeta.

Cabe destacar la precisión que hace Oscar Masotta respecto al concepto de superyó: “Tal como se usa cotidianamente, suele aparecer como una instancia que persigue, una especie de conciencia moral internalizada. No es suficiente”. La cita pertenece al libro Lecturas de psicoanálisis. Freud, Lacan. Se puede leer en el capítulo llamado “Paradojas del superyó”. Con esta lectura, Masotta nos enseña a no conformarnos con una única definición de los conceptos y a hacerles preguntas a los discursos que circulan bajo el nombre de sentido común. También nos invita a pensar que el superyó es una parte de la personalidad psíquica que sirve para cuidar al narcicismo. Por ejemplo, bañarse antes de tener una cita. No se trata únicamente de buen compañerismo sino que ese es el superyó protegiendo al narcicismo, evitando el papelón, la pérdida del amor y la sensualidad de ese encuentro. Este cuidado del narcicismo en cierta medida es necesario para avanzar en las aventuras del deseo, las cuales son imposibles sin aprender a amarse. Y tal aprendizaje es gracias a otros y otras, es decir, los amores.

Con la advertencia de la división de la personalidad que nos estructura como humanos y humanas, ahora volvamos a la envidia para ubicar, por ahora, dos consecuencias. La primera es el olvido de que estamos fragmentados y fragmentadas, a mil kilómetros de las perfecciones o de ser máquinas que funcionan sin conflictos, más allá del éxito que alguien pueda tener en su vida. La segunda es la amargura anteriormente mencionada, causada por la suposición de completud, que tiene doble cara. Por un lado, es puesta en los demás. Y por otro, también es colocada en el propio ser, dando lugar a una creencia de superioridad, de ser mejor que otras personas, un objeto de la envidia ajena. Dos caras de la misma mirada amarga que cuando inevitablemente aparezca y las pretensiones de eliminarla tambaleen, Sumo nos orienta: “Dale, dale con el look, pero no te mires como Captain Cook”.

Joaquina Prieto es psicoanalista.