Mientras se celebraba la cumbre del Mercosur, nuestro presidente Javier Milei prefirió concurrir a un cónclave encabezado por Jair Bolsonaro . En el mismo el presidente argentino recibió la medalla que representa a ese sector político ultraderechista. La misma consta de tres I: Inmortal; Imbrochável, la cual remite a un término brasileño de imposible traducción que refiere la virilidad durante el acto sexual; e Incomível (Incomible) cuyo significado refiere al varón que nunca ha ocupado la posición pasiva en un acto homosexual.
Valdría agregar varias otras I. Irrisorio, por cuanto los emblemas convocados por la fuerza bolsonarista son del orden de lo Imposible y lo Inhumano. Una suerte de omnipotencia que hace innecesario el auxilio del Otro. El Ideal (otra I) Inalcanzable para cualquier sujeto que guarde algún registro de la vulnerabilidad que distingue a todo ser hablante y por el cual el milagro del amor aún está presente en nuestro planeta.
De lo que se trata, como es evidente a partir de la absurda exacerbación masculina de la medalla mentada, es del goce fálico. Un goce que --tal como lo aborda Lacan--, remite a lo privado de la masturbación.
Pero resulta que hoy este goce privado aparece en la escena pública. No solo con las tres I de la medalla sino en el discurso de buena parte de los referentes de la ultraderecha, sobre todo en el caso argentino. Sucede que cuando este goce se hace público emerge una dimensión a la que se hace menester prestarle atención: lo obsceno. Basta prestar atención al discurso del presidente argentino para corroborar el punto: insultos soeces; chistes de mal gusto (incluso delante de púberes); imágenes de ostentación viril (estoy entre sus sábanas) y tantas otras que de manera cotidiana se reproducen en forma constante. Para no hablar de la motosierra, cuyo valor fálico resulta equivalente a la pistola que Bolsonaro dibuja con sus manos cada vez que su proselitismo lo considera conveniente.
Lo obsceno daña uno de los factores indispensables para la vida en comunidad, la cual no por casualidad hoy se encuentra lamentablemente olvidado. Me refiero al pudor.
Hoy el Pudor se constituye en un cristal, un analizador --tal como se suele decir en el campo de la psicología institucional-- privilegiado a la hora abordar el discurso de la administración libertaria que estamos padeciendo. El Pudor es un articulador social que media entre el perentorio empuje a la satisfacción y el deseo, entre la saciedad y la degustación, entre la posesión y el compartir: la “única virtud” según Lacan.
Entonces, lejos de responder a moralinas mojigatas, el Pudor articula las coyunturas del ser social, porque “el impudor de uno basta para constituir la violación del pudor del otro” . Es que, tal como testimonian los frescos hallados en la Villa de Pompeya, develar el misterio que abriga el Pudor convoca al demonio. Para más datos, la mencionada pintura muestra el develamiento del falo. Y sí, del goce fálico se trata. Lo cierto es que, como para probar una vez más que todo lo personal es político, sin respeto a la intimidad no hay lazo ni comunidad posible. De hecho, durante los albores de la República Platón inventó el mito de Prometeo, en cuyo relato explica que los dioses, para contribuir a la buena convivencia entre los mortales, dotaron a los hombres y mujeres de dos recursos indispensables: la Justicia y el Pudor “a fin de que rigiesen las ciudades la armonía y los lazos comunes de amistad” (...) porque si participan de ellas sólo unos pocos, como ocurre con las demás artes [se refiere la especificidad de las profesiones], jamás habrá ciudades”. Al respecto, dado que el artículo 1 de la ley de Salud Mental establece la salud mental como un derecho para todos los ciudadanos, sería pertinente que la Justicia apercibiera al Poder Ejecutivo por el daño que su discurso inflige en la sensibilidad de esta comunidad.
Por lo demás, si se trata de la extensión que el goce fálico desamarrado de toda regulación alcanza en la vida cotidiana de las personas, basta advertir la encubierta inhibición suscitada en esa suerte de masturbación denominado scrolleo. Un lamentable hábito por el cual los y las adolescentes --y los no tan adolescentes--, transcurren horas con su dedo pulgar pulsando la pantalla del celu, atrapados en una pura continuidad que no habilita narrativa ni corte capaz de propiciar diálogo o encuentro alguno. Por algo la frase “me da paja” comenzó con los adolescentes y se extendió a toda la escala etaria. Goce Fálico. Privado.
Setrgio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires.