A menudo nos encontramos con el apuro “no llego a tiempo”, “ando apurado”, “ATR”, “no me da el tiempo” y demases yerbas. Nadie llega con el tiempo y estamos viviendo muy de prisa y sin pausa. Por momentos se configura un estado de las cosas que plantearía un día a día sin escansiones, vivimos todo de corrido en un continuo que no tiene tope, como si nos quisiéramos devorar el tiempo. He aquí la primera contradicción en la que nos instalamos: no nos devoramos el tiempo, sino que, viviendo de tal forma, es este quien nos devora. De todos modos, no se trata de ponernos a pensar si fue primero el huevo o la gallina, lo que digo es que en el transcurrir de la vida humana, el sujeto circula en un tiempo dado: origen de la vida y final de la misma, somos envueltos por y en el tiempo.

Pensar que nos vinculamos con el tiempo como si fuera un objeto que lo devoramos o nos devora nos lleva a que la relación se torne “oral”, porque si hablamos de devorar o ser devorados es la pulsión oral la que comanda las cosas.

La pulsión oral como sabemos es vivificante, en el comienzo de la vida, recorre la boca del bebe, la vitaliza y propicia la succión para alimentarse, se alimenta porque tiene hambre, no solo por tomar el pecho (o su sustituto) sino porque también tiene hambre de signos, de palabras, de gestos, de amor. Esta pulsión realizará un recorrido esencial para la vida humana y se instalará por siempre, así como también se dará lugar a otras pulsiones del cuerpo. Esta oralidad conformará parte del cuerpo, que no se ve en el espejo pero que sin embargo regula la relación a la comida, a modo de ejemplo.

Es sabido, para los/as psicoanalistas, que el sujeto mantiene una relación con el concepto “tiempo” y es interesante pensar qué objeto pulsional la comanda. En todos los casos, las personas mantienen una relación al tiempo que conlleva padecimientos y se refleja en distintas modalidades afectivas, inhibiciones y síntomas.

Es como si dijéramos que el sujeto se relaciona con el tiempo de manera tal que esa relación produce malestar, ya que lo padecemos (por mucho o poco, por no ordenarlo, por querer devorarlo o sacárnoslo de encima, etcétera). Que el tiempo pase, que los días se sucedan, que el cuerpo cambie, que realice sus surcos, implica que el ser humano --por su condición natural-- camina hacia la muerte (la muerte entendida como aquello que es parte de la vida, poniéndole un tope a la misma).

Como decía, es interesante poder pensar en cada caso cuál es esa relación que el sujeto mantiene con el tiempo. En la actualidad pareciera haber una pulsión oral que comanda esta relación, la misma es más bien ansiógena y opresora porque nos deja en la polaridad: devorar o ser devorados. No hay allí un espacio para el “degustar” simplemente (o no tan simple) un “momento”. También nos encontramos con que, en otros casos, la relación con el tiempo será mas de tipo anal: lo expulso --a modo expeditivo-- o lo retengo.

Ambas pulsiones (la pulsión oral y la anal) corresponden a una etapa pre edípica, así las denominó y describió Freud. Sin embargo, otros psicoanalistas las llamaron “primarias” porque básicamente remiten a estadios iniciales de la vida humana.

Tanto devorarse el tiempo como ser devorados por él, grafican muy bien las agendas de los sujetos de este siglo. No hay tiempo para nada, me lo devoré todo cargando una agenda repleta de distintas actividades imposibles o me dejo devorar por él pasivamente sin tomar decisiones respecto a qué hacer con el mismo. Otro modo de verlo, en términos de la pulsión anal, son aquellos que se relacionan con el tiempo reteniéndolo, instalados en una eterna adolescencia o expulsándolo a que sean otros discursos/mandatos quienes decidan por ellos.

Tanto lo oral como lo anal definen ciertamente la relación del ser humano actual con el tiempo dando como resultante una infantilización en la adultez, Lacan llamó “la posición del niño generalizado[1]” a esos sujetos que con cierta edad no se hacían responsables de sus “goces” (ya sea para bien o para mal); la época grita y empuja a ser “eternamente jóvenes”, el discurso amo impera tratando de hacer de todos/as una masa uniforme, homogeneizando las maneras de gozar ajustadas al mercado. El sujeto en su posición de niño generalizado será hiperconsumista y quedará alienado para dar con la medida de lo que el mercado impone, por ejemplo, en el mundo de la moda, lo saludable, etcétera. De esta manera, configuran un tiempo que ha muerto, pero crea la ilusión de que continúan siendo eternamente jóvenes o, parafraseando a Lacan, irresponsables de sus goces y “libres de”, lo que fuera que llamen libertad (tan mal entendida en Argentina 2024). Así queda discriminada la posibilidad para el cuerpo del sujeto en su relación con el lazo social y al lugar de las instituciones (que cada vez van cayendo más y más).

En el fondo aquellos/as que no pueden asumir que necesariamente el tiempo pasa, se deshilvana, se deshace, se pierden justamente la posibilidad de vivir y experimentar el placer de hoy, lo que una colega y amiga llamó alguna vez “darse un buen momento”. Lipovestsky dice que el problema es que: “Los mismos que quieren vivir en el presente, viven ansiosos y aterrados del futuro”. Situación propicia para la ansiedad, donde se alojan las coordenadas para una segunda contradicción: quiero ser eternamente joven pero el tiempo pasa y no será posible. En muchos casos, esto dará lugar a los “muertos en vida”, aquellos sujetos que, como dice Anne Dufourmantelle, pactan con el padecimiento y status quo: “El diablo abandonó el lugar, ya no le interesa. Porque lo que te atormenta es la vida, entiéndelo y por fin date la paz, firma aquí, ya no hay infierno, nos encargamos del resto. Hijos, vida bajo estrés, sexo y amor, confíanos todo esto, quítate el lastre, deserta un poco de tu puesto, déjate ir, la muerte en vida no es un mal negocio, ya verás...[2]”, sin embargo, habrá que recordarles que “Ningún objeto te devolverá un cuerpo deseante”, no habrá medicación ni avance tecnocientífico que le otorgue al sujeto su sustancia deseante

Entonces, ¿a dónde vamos tan apurados, con horarios que no dan respiro, intentando devorar el tiempo o siendo devorados por él y a la vez, reteniéndolo en una ficticia “eterna juventud” o expulsándolo, entregados a un pacto que nos asegure que no habrá infierno? Retomando a Anne Dufourmantelle, podemos decir que el “ese tiempo que eternamente buscamos alcanzar y apropiarnos parece esquivar nuestra espera una y otra vez. El verdadero tiempo sólo puede ser perdido (...) Giramos alrededor de nuestras vidas en el ritmo pendular de los horarios mas o menos ficticios, desbordados por lo real pero también por la imposibilidad en la que estamos, por el nacimiento, de ser en el tiempo”.

Florencia González es psicoanalista. Autora del libro “Lo incierto” (Ed. Paco, 2021).

Notas:

[1] Lacan, J. (2012). Alocución sobre las psicosis del niño. En Otros escritos. Buenos Aires, Paidós.

[2] Dufourmantelle, A. (2019). Elogio del riesgo. Noctura Editora.