Justo al lado de uno de los ingresos de la estación de Subte de San Pedrito, el tiempo toma otra forma y otraresonancia. Al caer la tarde, mientras el ciudadano de a pie regresa a casa, desde una antigua casona blanca se puede sentir la potencia del rock. Pero sólo se termina de distinguir con nitidez cada vez que abren la puerta. El bullicio borroso que se escuda detrás de esa fachada de aspecto sobrio es lo único que rompe con la tranquilidad del ocaso de la siempre tensa esquina de Nazca y Rivadavia, bastión del barrio de Flores. Después de ingresar en el interior del lugar, el primer cuarto alberga a Pez. A pesar de que Ariel Sanzo no está cantando, el identikit sonoro de la agrupación que comanda es inconfundible: iracundo, potente, emocional y dinámico. Y más aún con el ingreso, en 2016, de Juan Ravioli, tecladista cuyo estilo evoca al de Carlos Cutaia durante su paso por Pescado Rabioso. Un detalle que no deja de desconcertar debido a que la carrera solista del novel integrante tiene un gusto más bien cancionero. 

“Cuando llamamos a un tecladista, nunca lo hacemos para que se esconda detrás de la cortina y suene bajito”, explica Sanzo, tras dejar el cuarto donde se encontraba tocando para llegar hasta el living de la sala de ensayo. “Desde el momento que incorporamos a un músico, queremos que sea parte del sonido de la banda. Siempre fue así con todos los que pasaron por Pez. Eso fue lo que hizo que fuéramos variados. Me gusta laburar con gente que me sume algo que no tengo”. Si bien el hoy cuarteto despertó del letargo a su encarnación hard rock, su nuevo disco, Pelea al horror, que presentará esta noche, a las 21 hs, en Vorterix (Av. Federico Lacroze 3455), se comporta como una síntesis “hegeliana”. Aunque el proceso dialéctico entre la antítesis y la tesis no siempre se mantuvo en contraposición. “Al entrar en el estudio nos dimos cuenta de que el disco podía ser un compilado de nuestra carrera, irreal o ficticio. Nunca buscamos demasiado. Hacemos lo que podemos o lo que nos sale”. 

Del stoner al garage, pasando por el rock progresivo, la psicodelia, el folk e incluso por esa impronta sónica que Sanzo bien supo defender en los noventa con Martes Menta, son los argumentos de los que se apropió Pez para hilvanar su discurso musical, y que hoy le sacan chispas a la decena de canciones que moldean su décimo sexto álbum. Lo que se mimetiza además con personajes o tópicos recuperados del pasado y con la consumación de un tema a medio terminar. “Lo de ‘La paciencia de la piedra’ fue muy loco porque surgió durante una zapada en un estudio en la Patagonia, al que nos invitó su dueño durante una gira”, recuerda el cantante y guitarrista sobre esa oda lisérgica de 11 minutos, registrada por primera vez en 2014. “La terminamos, hice una letra que hablaba del lugar en el que estábamos, y la subimos a Internet. Tres años después volvimos al mismo estudio, y el tema aún estaba en la computadora. Lo abrimos, grabó Juan, que no estuvo en esa sesión, y Franco (Salvador, baterista) le puso una batería electrónica. Nos gustó mucho, y decidimos incluirlo”. 

–Pelea al horror es un disco muy versátil, si se toma en cuenta que su trabajo anterior, Rock nacional, salió en 2016. ¿Tenía suficiente material para drenar? 

–Todos los discos nos llevan la misma cantidad de tiempo. No manejo conceptos. Compongo en el momento. Cuando paramos para fumar, me quedo en la sala boludeando, sale un riff y defino. La canción cierra una vez que termino la letra. No soy escritor de enmendar, sino instantáneo. Si me hubiera detenido a buscar la palabra o toma perfecta, nunca hubiera terminado nada. Pelea al horror está bueno porque los temas no son de un solo estilo, y al mismo tiempo es re Pez. 

–¿Qué tomó en cuenta al momento de armar el repertorio?  

–Queríamos mostrar muchas cosas a la vez. Al saber que también salía en vinilo, el orden de los temas tomó importancia porque es cómo lo contás. 

–Lo que se desprende de este álbum es que ya no tiene nada más que demostrar. ¿Lo siente así? 

–Logramos interpretar diferentes estilos, siempre desde el rock, porque somos músicos de rock. Pero intentamos otras cosas a partir de un lugar distinto, y todo remite a Pez. Y eso lo conseguimos con tiempo, con la amalgama de los que conformamos la banda. Si bien los estilos de canciones varían, lo que las aúna es el modo de interpretar. 

–“1986” es una de las canciones emblemáticas de su nuevo disco, especialmente por la evocación de esa contracultura que cargó de romanticismo e ideas al rock argentino. ¿Fue un arrebato de nostalgia? 

–La canción lo cuenta. Fue el año en que empecé a tocar en vivo en esa Buenos Aires. En Cemento, en el Parakultural... Era una cosa nueva y efervescente. No sé por qué me surgió. Es la segunda vez que hablo de esa escena. Ya lo hice antes en el tema “Cassette”. Descontrol era mi banda de aquel entonces. Dos de los músicos de esa agrupación, los hermanos Barbieri, fueron parte de la primera formación de Pez. Así que es un poco de nostalgia, un permitido. 

–Su cancionero se caracteriza por su cualidad gráfica y coloquial. A un tris del punk. Sin embargo, manifestó no sentirse excitado por las palabras. ¿Cuál es el punto medio?  

–No soy escritor ni poeta, ni hay personajes en las letras de Pez. Soy yo el que habla en las canciones. Canto en una banda de rock, y no soy como Damo Suzuki (el artista japonés es conocido por haber sido cantante de la banda alemana Can), que interpreta onomatopeyas. Necesito cantar unas palabras, y escribo para hacer eso. Y me hago cargo de lo que escribo. No es que me interese decir cualquier cosa, pero soy automático en eso. Lo que pretendo es que se entienda lo que estoy diciendo. De eso me di cuenta de grande. 

–Es comprensible que el adjetivo poeta no le sienta bien, pero hay escritores como Fabián Casas que se interesaron por Pez. ¿Qué le dijo al respecto? 

–Fabián nunca me dijo nada. Le gusta la música que hago. Puntualmente, me habló de un par de temas cuyas letras le llamaron la atención. No tengo un análisis sobre lo que hago. Es como un panadero que hace tres tandas de medialunas por día. Así hago canciones. Y pueden gustar o no, o ser buenas o malas. Yo hago todo el tiempo, no es que guardo. No hay una magia alrededor de esto. 

–¿Por qué llamó a Casas para componer “La balada del niño mudo, el perro blanco y la señorita Bettie”?

–Quise hacerla con él porque la historia la comenzamos juntos. La canción sin letra que teníamos era claramente vecina de barrio de “Bettie al desierto” (incluida en el disco Hoy, de 2006). Lo llamé, y le dije que hiciéramos Betti 2, y aprovechamos para componer  “Los días poderosos”. En 15 minutos hicimos las dos. Con Fabián escribimos del mismo modo. Es un estallido, lo que sucede en ese momento. Si empezás a elaborarlo mucho, es una puesta en escena. Es medio perverso pensar lo que podría componer. No especulo con a quién le gustaría. Nos podría ir mejor si hubiéramos abrazado cierto sonido de Pez, y si nos hubiésemos quedado ahí repitiendo eso incansablemente. Pero siempre hicimos lo que nos pintó y nos divertía. No programamos una carrera, se va construyendo día a día esto. 

–¿La propuesta de Pez es revisionista?  

–No estamos en una situación retro, nunca me interesó eso. Todo suma: los setenta, los ochenta y los noventa del rock argentino. Para mí es como el lenguaje, y cada momento y cada banda aportaron su palabra. Y yo ahora, 40 años después, tengo todo ese vocabulario para usarlo. 

–De ese vocabulario, ¿qué fue lo que más le inspiró en esta etapa? 

–Tuve un enamoramiento con la obra de Miguel Mateos. Ponerme a escucharla, especialmente la más actual, que no conocía, me fascinó. Lo que me cautivó de él es esa cuestión de que dice lo que quiere decir, sin precisar de una metáfora. Entonces no tenés qué descifrar lo que dice el poeta.

–¿Cuánto influyó el contexto social y político de la Argentina al momento de hacer Pelea al horror?  

–Nos agarró una gran depresión cuando subieron los muñequitos que están ahora. Si bien estamos muy lejos de ser analistas políticos, no me sorprende todo lo que hacen, para el lado que miran y el país que quieren. Atravesamos estos años tristes de la manera más digna que se pueda. 

–La canción que le da título a este disco versa en uno de sus pasajes: “No podemos entregarnos sin bancar la posición”. ¿A qué se refiere con eso? 

–Hacer lo que tenés que hacer es un modo de resistencia porque esos tipos no quieren que hagas nada. Hoy todo es un acto de rebeldía. Somos una banda independiente, que está hace casi 25 años, y cuando pudimos hacer más o  menos lo que pretendíamos fue durante la era kirchnerista. La gente tuvo un mango para comprar nuestros discos. Ahora comprar eso o ir a un recital no es una prioridad para nadie, es algo que hacés luego de pagar todo lo que debés. Y se está complicando de nuevo. 

–¿Cómo se lleva con la autogestión en esta época?

–El vinilo es caro. No sé cómo estamos haciendo. El año que viene, por los 25 años de Pez, nos encantaría disponer de toda la discografía en ese formato. Siempre fuimos una banda que dimos un paso adelante de otro. Nunca pegamos saltos.  

–Pero dejaron de ser artistas de culto para convertirse en una banda de arraigo popular… ¿O no lo notó? 

–Nosotros la pasamos mal siempre. Vos me hablás de esto como si fuera algo interesante. 

–¿Por qué la pasan mal?

–Porque somos inconformistas. Nos gustaría ser más exitosos también. Somos una banda muy pequeña. Me encantaría vender más discos, y que viniera más gente a los conciertos. 

–Hay quienes se tatuaron el logo del grupo…  

–El compromiso de la gente y los tatuajes son muy locos. Es intangible. Entonces entramos en el terreno de las emociones, y ahí estamos bien. Nos sentimos queridos. Pero es difícil funcionar de forma independiente. 

–¿Por dónde pasa el éxito?

–El éxito es existir, directamente. Juntarnos para hacer canciones. Que la gente quiera lo que vos tenés. 

–Todos quieren tener a Pez en un festival. 

–¿Qué me decís? ¿Sabés lo que tuvimos que pelear para estar en un Cosquín Rock o en un Baradero Rock? No estuvimos nunca, y recién en los últimos años logramos estar. Nunca nos dieron bola. Nadie quiere a Pez. Lo que pasa es que no podés ignorarnos toda la vida porque estamos ahí. 

–¿Qué opina sobre la actualidad del rock argentino? 

–El Mató a un Policía Motorizado tiene un nombre que en este momento del país, donde necesitan a las fuerzas de seguridad, le incomoda al establishment. Si la Iglesia no los quiere dejar tocar en el Luna Park. Hay de todo. Yo qué sé. Existen un montón de bandas. Después se verá quién es el que la pega, el que vende los tickets y el que sale en las tapas de las revistas. Depende de muchas cosas. Cuanto más quieran asfixiar al rock, más va a salir. Es una característica nata del movimiento. El rock tenés que buscarlo. Hay pendejos que le ponen verdad a esta historia. No es lo que vemos en la tele. Luego está lo otro, el espacio que ocupa como movimiento cultural. Ahí perdimos la corona. Antes, Juan Alberto Badía estaba siete horas los sábados a la tarde con artistas de rock o de un universo cercano. Y eso pasó a ser de la música tropical. Eso es muy gráfico de lo que pasó con el rock. 

–A veces se porta como el anti héroe del rock, mientras todos quieren ser todo lo contrario. ¿Lo hace a propósito? 

–No sé lo que quiero, sé lo que hago. Yo hago canciones y salgo a tocarlas. Soy muy básico. 

–¿Qué tiene preparado para la celebración de los 25 años de la banda?

–Los 25 años serán en diciembre del año que viene. Te soy súper sincero: hay gente que quiere ayudarnos a producir un show en Obras. Pero si no llego a llenar este Vorterix, en el que presentaré un disco que está buenísimo, ¿qué sentido tiene que creer que podemos hacerlo? No lo decidí todavía. Sólo lo cuento. Pensémoslo todos.