Luego de seis meses de un programa económico en extremo doloroso, el plan de gobierno muestra síntomas de fatiga. Prematuramente, comienza una etapa en la que los resultados se resienten y amenazan con imponer una nueva dosis de ajuste con costos adicionales sobre la actividad y los ingresos.
A su vez, el gobierno desea evitar un mayor ajuste. Una nueva dosis de sacrificio justo después de la aprobación de la Ley Bases podría significar un duro golpe a la propuesta del oficialismo. Sin embargo, detrás de la estrategia de desinflación elegida no hay margen para el alivio.
El perfume que lleva el dolor
Los primeros meses del Plan Caputo pueden entenderse como un programa con tres pilares: ajuste fiscal; devaluación, cepo y acumulación de reservas; y licuación. Tras seis meses de gestión, estos pilares muestran señales de agotamiento.
Desde finales de mayo el BCRA interrumpió el proceso de compras de dólares a pesar de estar en plena temporada alta de liquidaciones del sector agroexportador. Luego de adquirir más de 17.000 millones de dólares (aproximadamente 150 millones de dólares por rueda), las compras de dólares del Banco Central se volvieron prácticamente nulas desde finales de mayo, estancando las reservas netas en niveles apenas positivos. El elevado costo en divisas que plantea el esquema del dólar-blend (por medio del cual el 80 por ciento del superávit comercial se dedica a contener la brecha cambiaria), el agotamiento del proceso de endeudamiento privado que explicó la acumulación de reservas en los primeros meses y una estrategia cambiaria que, si bien contribuyó a bajar la inflación, sigue apreciando en términos reales, explican lo sucedido.
Hacia adelante, las perspectivas no lucen auspiciosas. Argentina deberá enfrentar en los próximos meses vencimientos de deuda en dólares con acreedores privados (Bonares, Globales y Bopreales), al tiempo que la estacionalidad del comercio exterior de granos anticipa tensiones en el mercado oficial y presiones sobre la brecha cambiaria. La revisión de la estrategia cambiaria demandaría modificar el ritmo de depreciación mensual del 2 por ciento del dólar oficial (crawl), pieza fundamental de la estrategia de desinflación cuyo abandono traería aparejados costos de corto plazo.
En paralelo, la última baja de la tasa de interés, que buscó extender en el tiempo el proceso de licuación, empujó un salto en la brecha cambiaria. La reacción de los dólares financieros marcó un límite a la estrategia del gobierno y lo obligó a anunciar el fin del período de tasas negativas.
Junto al lanzamiento de un nuevo marco de política monetaria en el cual el Tesoro se hará cargo del pago de intereses de la otrora deuda del BCRA, el gobierno comenzó a desandar la última baja de los tipos de interés de referencia. Estos anuncios expusieron la debilidad de la estrategia, no solo por el vacío en términos de perspectivas de desarme del cepo, sino también de la fragilidad financiera en tanto hay dudas de quién y cómo cumplirá el rol de prestamista de última instancia de la deuda pública.
Se abre, por lo tanto, un período en el que las tensiones financieras comienzan a demandar mayores tasas de interés (con sus implicancias sobre la dinámica del crédito) presionando sobre el resultado fiscal según sea la evolución de la demanda de dinero y crédito.
Finalmente, en el plano fiscal los resultados de mayo y junio ofrecen una muestra respecto de lo que podría ser el inicio de una nueva etapa donde el sostenimiento del ajuste podría implicar un mayor sesgo inflacionario.
En mayo la necesidad de compensar los efectos de la nueva fórmula jubilatoria en un contexto de postergación de los aumentos tarifarios requirió del Tesoro la acumulación de nueva deuda en concepto de pago de subsidios. En junio, el gobierno convalidó una postergada actualización de tarifas de servicios públicos (luz, gas y transporte) que amenaza interrumpir el proceso de desinflación. La decisión de suspender nuevamente aumentos en julio y agosto mantiene en el horizonte una inminente presión inflacionario que el gobierno deberá materializar más temprano que tarde.
Tras un ajuste inédito, el agotamiento de una etapa de la política económica enfrenta al gobierno con las consecuencias de sus propias decisiones. Hacia adelante no hay opciones fáciles. Una nueva dosis de ajuste (vía fiscal y/o cambiaria) hará evidente la necesidad de construir una estrategia de desinflación que, a diferencia de la actual, minimice los costos de la desinflación y no condene a la economía a una recesión perpetua. No se puede y no se debe vivir permanentemente del dolor.
*Director de CP Consultora