La noche más fría del año camino por la Avenida Corrientes. No me acuerdo hace cuánto es peatonal, no me termino de acostumbrar a que no pasen autos ni a la cantidad de restaurantes luminosos que cambiaron sus fachadas durante los últimos años. Con cada paso reavivo el paso de mi juventud: caminar por el frío del centro entrando de tanto en tanto en librerías, raspando mis dedos contra la punta de una nariz fría, eligiendo libros y títulos que no llevo. Hace un rato había estado en la presentación de Pequeña novela de oriente (Entropía) de Santiago Loza, en el Museo Nacional de Arte Oriental, donde Laura Wittner y Romina Paula leyeron unas palabras del libro que Santiago vociferó en voz alta para todas. Camino, entonces, con el aura de los poetas que me envolvieron con sus voces, camino con las imágenes del viaje de Santiago a Corea en la cabeza, con los versos de Wittner en la nuca: “un viajero que duda, pero va, un viajero que se preocupa, pero va”. Ir con los propios pasos a cuestas, pero ir.

En la puerta del Teatro San Martin me encuentro con mi amiga Rocío. Juntas subimos los diez pisos que nos dejan en las butacas de la sala Lugones. Lo que se proyecta es la segunda película de Cecilia Kang: Partió de mí un barco llevándome. Durante la película pienso que yo no puedo escribir nada sobre esta película, que es demasiado hermosa y honda. Yo observo lo que la cámara me lleva a mirar. Encuadres sobre la textura sensible de los cuerpos en intimidad. Es un recorte que escucha con delicadeza y hace lugar en el vacío para que el frío no sea una amenaza y el silencio se derrita. Cecilia cuenta que tenía un plan, un guión que se modificó cuando conoció a Melanie, la protagonista del film. “Fue un flechazo”, dice Cecilia en un pimponeo de comentarios luego de la proyección. Siento ese mismo flechazo, todos los movimientos y sonidos de Melanie son una punzada radiante y maleable que me sostiene, como una pinza o un imán pegado a la pantalla. Melanie rompe en llanto y es suave. Melanie rompe en risas y es perenne. Partió de mí un barco llevándome es una película dentro de otra, y de otra. Hay una directora, Cecilia, que hace un casting para encontrar una chica argentina-coreana que pueda decir los testimonios de mujeres que fueron secuestradas por el ejército de Japón, durante la Segunda Guerra Mundial, y obligadas a ser esclavas sexuales para sus tropas. 

La primera búsqueda de Cecilia fue confrontar a mujeres jóvenes con estos testimonios del pasado. Traer al presente y mantener activa la lucha por Memoria, Verdad y Justicia. Pero el rayo de Melanie partió la idea de la película y ahora es su vida la que se entrelaza y despliega disipando un posible orden cronológico de la historia. En algún plano, Melanie se pregunta: “¿Para qué volver a abrir otra herida o la misma herida una y otra vez, como las mujeres en la película, para qué vas a hablar de ellas? El pasado no se cambia, ¿entendés?”. Corte.

La protagonista del film, Melanie, a quien la cámara sigue hasta Corea. 

En el siguiente plano hay paisaje, agua que corre, campos verdes, puentes y, al fondo, la ciudad. La música guía con su pulso incidental hasta convertirse en una melodía. Una herida personal se abre en Melanie, una herida que lleva la piel de su madre. ¿Qué puede hacer una chica con el pasado de su familia? Melanie viaja a Corea. Estuvo ensayando todo este tiempo el testimonio de una de las tantas mujeres esclavizadas sexualmente. Llevó a todos lados las fotocopias del texto. Prepararse es en sí la escena de toda la película: una actriz investiga, se acerca y conoce una parte de la historia dolorosa que mantiene distante para que no perturbe el día a día. Actuar es abrir. Es memorizar palabras y sucesos. Es pronunciarse. En otro plano anterior, Melanie le lee el texto que practica hasta en el insomnio a su madre, pero ella le pide que lo haga de nuevo, con más sentimiento. Melanie deja de pasar letra e intenta otra cosa. Piensa y busca cada palabra. Busca en la memoria. Se hunde en el resplandor de lo indecible. Trata (como Pizarnik) de explicar con palabras de este mundo que partió de mí un barco llevándome.

En algún otro plano, más adelante, la voz en off y serena de la directora, pregunta: “¿Qué quiere expresar esta película?”. Melanie responde: “​La vida de una chica que está haciendo algo, que transita la vida y espera otra cosa de esa vida. Y, mientras hace cosas que le den plata para sobrevivir y que igual sabe que no se va a morir y busca un futuro más equilibrado entre lo que le gusta y lo que le da plata. Que simplemente es lo que buscan todos, ¿no?”. Seguimos con Melanie. La seguimos vaya a donde vaya. En el pimponeo del después cuentan algo del procedimiento, que la cámara siempre estuvo ahí, como un cuerpo más, una presencia que no era testigo sino acompañante de lo que sucedía. La cámara prendida para hacer piecito y cruzar la medianera. Durante horas un objeto sobrevoló las escenas familiares dando apoyo en el vacío del lenguaje.

En Corea, Melanie se siente más extranjera que en ningún otro lado. La recibe el hermano. Desarrolla la observación y juega a las diferencias y similitudes entre Corea y Argentina. ¿Quién es ella en la tierra de su rostro? Las preguntas disparan sobre la pertenencia, la ajenidad y encontrar el propio rumbo. Melanie conoce a la mujer de su hermano, festeja su cumpleaños, canta en un karaoke, visita museos sobre las mujeres que secuestraron para esclavizar sexualmente. Va a “la marcha de los miércoles”, donde mayoritariamente se manifiestan jóvenes y donde activan la lucha. Fue primero una mujer, que luego de muchos años, pudo contar su experiencia y ayudó a que otras mujeres lo hicieran y ahora la juventud es la que sigue exigiendo reparación. Melanie escucha. Va a las tumbas y deja una flor recién cortada encima de otra. Abrir una herida, tal vez, sea esa acción de poner flores frescas sobre los restos secos.

En uno de los últimos museos que visita, el guía le muestra una exposición de cuadros hechos por las protagonistas, pinturas que también son testimonios. Melanie dibuja. Usa los mismos colores estridentes que vio en la muestra, pero hace otros dibujitos. Después se tatúa el brazo. Deseo y cuerpo. Esta película es un elogio a la vida que flota. Y va. Y nos lleva.

Partió de mí un barco llevándome, película dirigida por Cecilia Kang.
Sala Leopoldo Lugones: del 4 al 12 de julio. Malba Cine: Todos los sábados de julio.
Córdoba - Cineclub Municipal Hugo del Carril: del 11 al 17 de julio.