Lo popular como exceso. En ese regodeo Carmen se convirtió uno de los títulos operísticos más controvertidos, y por extensión exitoso, de su tiempo. La ópera de Georges Bizet, rechazada en París en su estreno en marzo de 1875 y reivindicada definitivamente en Viena algunos meses después –cuando el compositor ya había muerto del disgusto– representa hoy poco más que una muestra bien torneada del naturalismo desarrollado hacia el entretenimiento burgués y, sobre todo, una fuente interminable de música maravillosa. Este viernes, a las 20, tendrá lugar la primera de las ocho funciones con las que la cigarrera sensual y empoderada volverá a seducir al público del Teatro Colón, esta vez con la reposición de una puesta en escena histórica y un elenco que promete.

A 25 años de su estreno, una coproducción del Gran Teatre del Liceu con la Fondazione Teatro Regio di Torino y la Fondazione Teatro Massimo di Palermo, retoma la puesta en escena que Calixto Bieito hiciera de Carmen. Concebida en 1999 para el Festival Internacional Castell de Peralada, en España, la puesta de Bieito revitaliza a la heroína, trastrocando la dimensión temporal original –traslada la acción a los años ‘70 del siglo XX– sin desenfocar el fondo temático de hispánica esencia. En un escena despojada, entre toreros, contrabandistas, gitanos y milicos, esta Carmen interpela a la barbarie machista, sus complejos y debilidades. Yves Lenoir está a cargo de la reposición, que contará con la escenografía de Alfons Flores, el vestuario de Mercè Paloma y la iluminación de Alberto Rodríguez Vega. Kakhi Solomnishvili estará al frente de la Orquesta Estable, el Coro Estable y el Coro de Niños del Teatro Colón.

La mezzosoprano Francesca Di Sauro como como Carmen, el tenor Leonardo Caimi como Don José –ambos italianos– y la soprano argentina Jaquelina Livieri como Micaela, encabezan el primer elenco de cantantes, que además del estreno tendrá a su cargo las funciones de domingo 14, martes 16 y sábado 20. Con ellos estarán los bajos Simón Orfila y Cristian De Marco como Escamillo y Zuñiga respectivamente, el barítono Sebastian Klastornick en el rol de Dancaire, el tenor Pablo Truchljak en los paños de Remendado y el barítono Felipe Carelli haciendo de Morales. La soprano Laura Polverini será Frasquita, la mezzo Daniela Prado será Mercedes y el barítono Iván García hará de Lilas Pastias. En el segundo elenco (que actuará los días 13, 17, 21 y 23), María Luisa Merino Ronda y Florencia Machado se alternarán en el rol de Carmen, junto a Rafael Dávila como Don José y Marina Silva en el rol de Micaela.

Oro, barro y hiel

Antes de la popularidad que le dio la ópera, Carmen, la novela publicada en 1845 era ya la obra más reconocida y apreciada de Prosper Mérimée. Abogado, arqueólogo, historiador, poeta, autor de novelas históricas y fantásticas, académico y, en la última parte de su vida, senador del Segundo imperio, Mérimée es un precursor del naturalismo, esa marca francesa de la literatura de la segunda mitad del siglo XIX. Si bien el finisterre ibérico como locación siempre interesó a la música francesa, la crudeza que pone en juego Mérimée en la novela la hacía poco recomendable para un libreto operístico. Sin embargo, desde su regreso a París después de la estadía en Italia, donde había permanecido tres años como ganador del prestigioso Premio de Roma, Bizet ya pensaba en Carmen como fuente para una nueva ópera.

“Cuando una naturaleza apasionada, violenta, incluso cruda como la de Verdi, enriquece nuestro arte con una obra vigorosamente vital, mezclada con oro, barro y hiel, no digamos fríamente: pero, querido señor, esto carece de gusto, no es noble. ¿Son acaso nobles Miguel Ángel, Homero, Dante, Shakespeare, Beethoven, Cervantes y Rabelais?”, escribía Bizet años antes de encarar Carmen. Más cerca de Verdi que de la angustiosa influencia de su maestro Charles Gounod, Bizet comenzó a trabajar en Carmen hacia 1873, tras un encargo del Teatro de la Opera Comique de París. Por entonces, la ópera cómica era un género casi en desuso, desdibujado, más sentimental que sandunguero. Bizet abordó esa tradición para desde adentro alterar no sólo las formas, sino el espíritu y abrir así las puertas para el desarrollo de un teatro musical realista, con improbable final feliz, en el que confluían las expectativas del teatro burgués de fin de siglo y de las nacientes escuelas nacionales. Un desafío que costó el fracaso inicial, pero se pagó con creces con el perdurable éxito que le siguió.

Deseo, sumisión y muerte se expresan en una música poderosa y cautivante, sensible y fibrosa, que más allá de la ópera ha nutrido infinidad de suites orquestales, de cámara, temas con variaciones y otras derivaciones saloneras. La “habanera” desafiante de la protagonista y la “Seguidilla” de Carmen y Don José en el primer acto; la “Canción del toreador”, con Escamillo, Frasquita, Mercedes, Carmen, Morales, Zúñiga y Lilas Pastia, en el segundo, donde también está “La fleur que tu m'avais jetée...”, el estremecedor dúo entre Carmen y José; el aria de Micaela, “Je dis que rien ne m'epouvante”, en el tercer acto; o el tremendo final “C'est toi! – C'est moi!, con Carmen y José, entre los ecos festivos del coro. Son algunas de las páginas que hacen de Carmen una ópera invencible. Son el oro, entre la sangre y la hiel de una historia que en esa mezcla constituye un momento supremo en la ópera de todos los tiempos.