Abrir un libro cualquiera de Edgardo Cozarinsky -desde el inicial Vudú urbano, pasando por La novia de Odessa hasta En el último trago nos vamos- es como volver a hablar con él. Muchos extrañan las conversaciones que tenían con el escritor y cineasta, que murió el pasado 2 de junio a los 85 años. La reedición de Los libros y la calle, una especie de autorretrato de un lector “salteado” que frecuentaba librerías como Letras y la Boutique y leía “de ojito” más de lo que podía comprar, es una oportunidad para volver a oírlo en un homenaje organizado por la editorial Ampersand en el marco de la Feria de Libros Usados que se llevará a cabo en la vereda de La Libre (Chacabuco 917) este domingo 14 a las 17. Andrés Di Tella, Claudio Minghetti, Esmeralda Mitre, Hernán Rosselli, Martín Bauer, Rita Pauls y Sergio Wolf leerán fragmentos del libro de Cozarinsky, publicado en 2019.

“Cozarinsky inventó un territorio cinematográfico entre el ensayo, el documental, la experiencia personal y el lado B de las historias y de La Historia, de personajes cuyo camino se bifurca o cambia radicalmente a partir de golpes del destino -plantea Sergio Wolf a Página/12-. Entendió que los grandes personajes y los grandes momentos se prestan más para ser narrados a través de aquello o aquellos a los que nadie mira. Para muchos cineastas -y me cuento entre ellos-, eso fue una revelación y un aprendizaje, aunque él no se sintiera un maestro. Ahí había un otro modo de contar, sí, pero sobre todo un otro modo de mirar. Tanto ... Puntos suspensivos como La guerra de un solo hombre y El violín de Rothschild son películas extraordinarias”.

Wolf observa que en los cuentos, en los ensayos y en las novelas “hay siempre un Cozarinsky guiado por la curiosidad sobre aquello y aquellos que escapan a las normas de su tiempo, por todo lo que revela un ‘doble fondo’, todo eso trabajado por una escucha atenta a los tonos y desde donde se despliega la escritura, ya sea en la pura imaginación o en una zona limítrofe entre el ensayo y la ficción”. La vuelta sobre hechos del pasado, agrega el cineasta, docente y crítico, tiene grandes ficciones como La novia de Odessa o Lejos de dónde y experiencias anfibias, entre un territorio y otro, como Vudú urbano.

El cineasta Hernán Rosselli cuenta que con Cozarinsky le pasa un poco lo mismo que con Rafael Filipelli o con otros cineastas de la generación del '60. “Cuando uno los escucha hablar, los lee o mira sus películas, tiene la sensación de que de alguna manera se restablece un diálogo, interrumpido por la dictadura y el exilio, entre las inquietudes del primer nuevo cine argentino, el de la generación del '60, y el nuestro. Cada una de sus películas enfrenta un desafío formal. Soy particularmente admirador de La guerra de un solo hombre, exhaustiva película de montaje. Pero recuerdo el impacto que me causó ver a los 18 años, la edad en la que generalmente uno lee a los beatniks, la puesta en escena detectivesca de Fantasma de Tánger. O la temeraria libertad formal de (...) Puntos suspensivos, con un protagonista cura que lleva tatuado el nombre de Marx en la planta del pie para pisarlo a cada paso, como Tristan Tzara llevaba una cruz, algo que hoy no parece tan descabellado de imaginar”.

El cineasta Andrés Di Tella subraya que el legado de Cozarinsky es una fuente de inspiración. “En mi obra hay una huella de su cine, de su literatura y también de la conversación que hemos mantenido a lo largo de estos años. Por eso quise dejar un testimonio visible de esa influencia al pedirle que interpretara a mi padre, Torcuato Di Tella, en mi película Ficción privada, que trata de la correspondencia entre mis padres Torcuato y Kamala Apparao”, reconoce Di Tella. “Cuando hablé con Edgardo para proponerle ese juego (que fue una forma de ungirlo como padre artístico o espiritual, aunque él odiaba ese tipo de terminología), yo no sabía qué iba a decir. De inmediato aceptó y tuvimos una larguísima conversación sobre el proyecto. Lo más increíble es que al día siguiente abrí el mail y había un mensaje de Edgardo con un adjunto con notas para un guion. Él las llamaba ‘notas de un oyente’, de alguien que escuchó un proyecto y me estaba haciendo una devolución que era una especie de guion. Esa era la generosidad también de Edgardo”, recuerda el cineasta.

De la obra fílmica de Cozarinsky, Di Tella elige La guerra de un solo hombre, que combina la propaganda francesa oficialista durante la ocupación nazi con los diarios de Ernst Jünger. “Es muy interesante el juego que se da entre esos dos discursos: el discurso íntimo, un poco cómplice, y a la vez el discurso totalmente colaboracionista, oficial, del noticiero francés. La vida seguía como si nada -reflexiona el cineasta-. Edgardo dijo que esa película, hecha en 1982, sobre la ocupación nazi de París durante la Segunda Guerra Mundial, en realidad trataba indirectamente sobre la dictadura militar en la Argentina. Me pareció uno de los comentarios más profundos y perturbadores sobre la complicidad civil, la dictadura, la vida privada y la historia”.

A Martín Bauer, director de escena, músico, compositor y gestor cultural, le resultan inolvidables dos películas de Cozarinksy: El violín de Rothschild – “que intuyo fue más un homenaje a Shostakóvich que a Chéjov”- y La médium, una película sobre Margarita Fernández, una amiga en común. A la hora de optar por la literatura se queda con La novia de Odessa, lo primero que leyó, y Lejos de dónde, porque considera que en esta obra Cozarinsky se incluye “con maestría” en la literatura universal. “El legado de Edgardo es muy difícil de definir porque también era difícil definir su obra. Su literatura y su cine transmitían una combinación de certeza e incertidumbre que era de una imperfección verdadera. Aquella que nos permite ir hacia adelante mientras tira para atrás. Su legado es una continuidad: ser argentino es sobre todo ser mundano. Parafraseando a Freud podríamos decir que Edgardo Cozarinsky tenía un coraje inmune a las convenciones”.