En la historia del jazz, debe haber pocas experiencias más bellas que escuchar a Thelonious Monk tocando él solo frente al piano, sin acompañamiento. Hay algo que hace a la esencia misma de la música que parece encontrar una expresión única en esa combustión espontánea donde la complejidad rítmica y armónica de su ejecución abre sin embargo el camino hacia una conmovedora sencillez, como si Monk finalmente estuviera tocando una canción de cuna. A esas raras epifanías –que en disco quedaron registradas en apenas un puñado de CDs- hay que sumar ahora el film Rewind & Play, del realizador franco-senegalés Alain Gomis, que acaba de subir a la plataforma Mubi, luego de su paso por el Forum de la Berlinale 2022, entre una infinidad de otros festivales de cine y de jazz.

No se trata, sin embargo, de la mera exhumación de un concierto extraviado: con un material encontrado (found footage) en los archivos de la televisión francesa, que incluye todo aquello que se grabó en París en una fría tarde invernal de diciembre de 1969, incluidas las pruebas de sonido y las tomas descartadas, Gomis hace suyo ese material, lo interviene desde el montaje y expresa no solo de la belleza de la que era capaz Monk, uno de los más grandes compositores del jazz, apenas por detrás de Duke Ellington, y un pianista tan original que no llegó a tener epígonos sino apenas admiradores.

El film también da cuenta las dificultades de comunicación de Monk (sufría de lo que hoy se conoce como desorden bipolar, pero que entonces no estaba suficientemente diagnosticado y pasaba por excentricidad). Y como si eso fuera poco, expone además el racismo imperante en la TV francesa de la época. Hay una música extraordinaria en los 65 minutos de Rewind & Play, pero también una tensión, una violencia tácita incluso que hacen del film de Gomis casi un documental de suspenso. ¿Es que acaso Monk –que transpira como si se fuera a deshidratar en cámara- se va a levantar y se va a ir del estudio?

El villano de la película tiene nombre y apellido: es el pianista francés Henri Renaud, que conoció a Monk en Nueva York hacia 1954 y fue el responsable de llevarlo a París ese mismo año, para el “Salon du Jazz” que organizaba el crítico Charles Delaunay. Es Renaud también quien en 1969 lleva a Monk al estudio de televisión y que oficia de anfitrión, intentando que su invitado recuerde anécdotas de aquella primera visita. El mismo Renaud, con esa suficiencia tan francesa, empieza tirando del hilo de la memoria y cuenta que el público parisino de 1954 –en la famosa Salle Pleyel- no estaba suficientemente preparado para lo que él llama una suerte de “Bauhaus del jazz” y la “música de avant-garde” de Monk (“No entiendo”, dice sin malicia el homenajeado).

Siempre paternalista, Renaud insiste, pero ahí Monk despierta de su aparente letargo y tiene recuerdos menos agradables para contar. “Mucha gente venía a escucharme, pero yo no recibía el dinero”, dice Monk para la incomodidad de su interlocutor, que trata de reencauzar la conversación hacia tópicos menos conflictivos. “Yo estaba en la tapa de las revistas, por encima de músicos como Gerry Mulligan, pero cobraba menos que todos los demás”, insiste Monk, que además señala que si quería tocar con otros músicos debía pagar él mismo a sus acompañantes de su propio bolsillo. De allí quizás el hecho –paradójicamente feliz- de que la grabación del 7 de junio de 1954 en París que publicó el sello francés Vogue haya sido el primer disco de Monk concebido en su totalidad para piano solo. (Luego vendrían Thelonious Himself en 1957, Thelonious Alone In San Francisco en 1959 y Solo Monk en 1965).

“It’s not nice” (No es agradable), lo reprende Renaud, como si Monk fuera un niño. Y de acuerdo con el director del programa (que como un invisible Big Brother habla sin ser visto, su voz suena desde unos parlantes) deciden allí mismo que ese fragmento de la entrevista no va a quedar en la edición final. “¿Y si nos vamos a cenar y nos olvidamos de este programa de TV?”, le implora Monk, mientras se levanta para irse. Pero Renaud lo agarra por los brazos y lo convence de que vuelva a sentarse al piano, para hablar de “Alrededor de medianoche” (Monk no tiene mucho para decir de su tema más famoso, apenas que lo compuso en los años '40) y luego interpretarlo, con las infinitas variaciones que hacían que sus composiciones siempre sonaran distintas, como si fuera la primera vez, como si las estuviera componiendo nuevamente mientras las volvía a ejecutar al piano.

Antes, Monk había logrado hacer silencio en el estudio con apenas esbozar “Crepuscule With Nellie”, su canto de amor hacia su compañera de toda la vid y la madre de sus hijos, con quien había llegado también en ese viaje a París, como lo registra un rugoso material en 16mm que Gomis incorpora a la película. Desde 1947, cuando compuso ese tema, casi no había ocasión en que Monk no lo interpretara, una y otra vez. Y lo vuelve a hacer en ese estudio de televisión y también en el concierto en la Salle Pleyel que dio en esos mismos días y con el que se tomó revancha de su primera, traumática experiencia en esa sala. (Hay un registro en CD y en DVD de ese concierto extraordinario, también grabado por la televisión francesa y editado por Blue Note: Thelonious Monk Paris 1969).

El resto del film es Monk en estado puro, interpretando sus temas “Monk’s Mood”, “Reflections”, “Epistrophy”, “Ugly Beauty”, algunas veces intercalados con standards como “I Should Care” y “Don’t Blame Me”. De pronto, sin preguntarle nada a nadie, Monk se dispone a irse finalmente y Renaud vuelve a la carga y le ruega, por favor, un tema más. “¿Una más y ya está?”, pregunta impaciente Monk. “Sí, un medium tempo”, le pide Renaud. Y allí Monk ataca “Nice Work If You Can Get It”, de Gershwin, con una ferocidad que no se corresponde con la ligereza del tema, sino más bien con su estado de ánimo en ese momento.

Si hay algo que deja en claro Rewind & Play es que Monk vivía dentro de su música. Era su refugio interior. Todos allí en el estudio –el siempre desagradable anfitrión, el invisible director de cámaras, los técnicos que mueven las luces- parecen estar pendientes de cualquier otra cosa menos de él. Y sin embargo Monk –con su aspecto de barbado monje tibetano, coronado por su clásico “skullhat”- es el único que está concentrado haciendo algo que lo apasiona y en lo que cree. Hay una verdad en su música que es capaz de sobreponerse a todo, aún al contexto más adverso. El resto –como decía el Hamlet de Shakespeare- es silencio, por más que a su alrededor fuera todo bullicio.