Linaje de volcanes. En 1976 Werner Herzog filmó en la isla de Guadalupe un corto llamado La Soufrière, sobre uno a punto de estallar. O más exactamente sobre el único habitante de la isla que no había huido ante la inminencia del estallido. Más aquí en el tiempo, durante el rodaje de Encuentros en el fin del mundo (2007), al pie del Monte Erebus el realizador bávaro conoció a un vulcanólogo británico llamado Clive Oppenheimer, al que entrevistó para esa película y con el que hizo muy buenas migas. Tanto que, basado en su libro Eruptions that Shook the World (“Erupciones que sacudieron al mundo”) filmó Hacia el infierno, su largometraje número 39, en cinco puntos de lo más apartados del globo. Salt and Fire, thriller de aventuras estrenado en el día de ayer en Francia, protagonizado por Gael García Bernal –que en los papeles parece confirmar que al Herzog de los últimos años conviene seguirlo más en los documentales que en las ficciones–, tiene de fondo el estallido de un volcán en Bolivia. Obsesión de lava.

A esta altura con más documentales que películas de ficción a sus espaldas, ya se sabe que lo que le interesa a Herzog es en ambos casos lo mismo: lo excesivo, lo anormal, lo extraño. Lo que obliga al hombre a probarse en los extremos. Ya se trate del modo en que los ciegos y sordomudos se adaptan al mundo (Tierra del silencio y la oscuridad, 1971) o de la ambición de conquistar un territorio imaginario (Aguirre o la ira de Dios, 1972), del hombre que quiso levantar un teatro de ópera en medio de la selva (Fitzcarraldo, 1982) o del rey que se comía a los opositores (Ecos de un reino oscuro, 1990, sobre el emperador africano Jean-Bédel Bokassa), del que pretendió convivir con los osos grizzly y fue devorado por uno (Grizzly Man, 2005) o del alien que narra el intento de los suyos por asentarse en la Tierra (The Wild Blue Yonder, 2005), la obra de Herzog es de una infrecuente coherencia, derribando además las barreras entre documental y ficción. 

“Soy el cineasta más cuerdo del mundo”, le dice Herzog a Clive Oppenheimer en un fragmento tomado de Encuentros en el fin del mundo, intentando rebatir la leyenda que lo trata de aventurero loco y confirmando a su vez, indirectamente, su carácter de personaje. Hacia el infierno le da la razón: no hay ningún intento de descolgarse con cuerdas, paredes abajo de algún volcán, o de usar un globo parecido al de The White Diamond (2004), para atravesar algún cráter. Hay sí, dos o tres espectaculares tomas aéreas paneando picos montañosos, sobre los cuales la figura humana tiene el tamaño de un playmobil, relación de tamaño que Herzog acentúa echando mano de música sacra. Pero en La novicia rebelde había tomas parecidas y nadie acusaría de aventurero loco a su realizador, Robert Wise. 

Lo que mueve a Herzog es investigar la relación entre volcanes y cultura, volcanes y mitología. Contando con Oppenheimer a veces como conductor a cámara y otras como entrevistador, se interroga al jefe de una aldea de una isla del Pacífico, que sostiene que en el volcán próximo habitan demonios. Y sabe de alguien tan amigo de la montaña que ésta alguna vez le arrimó la lava para encenderle el cigarrillo. Narrando de a ratos en off (con esa voz esforzada, no se sabe si por falta de aire o por dureza germánica) y cediendo en otros momentos la primacía a las imágenes (impresionantes ríos de lava, circulando densos, y cámaras asomadas al magma, que escupe en color escarlata), Herzog continúa, junto a Oppenheimer, su recorrida por Indonesia, Etiopía, Islandia y Corea del Norte. En tierras africanas, Herzog y Oppenheimer conocen a un biólogo estadounidense cuyo “estilo loco de explicar las cosas cautiva inmediatamente” a Herzog, que decide desviarse del recorrido y dedicarse por un rato a la búsqueda de restos fósiles de homínidos que vivieron hace 100.000 años. Are we ready to rock and roll?, pregunta el científico. 

El Monte Paektu, en Corea del Norte, está inactivo desde hace nada menos que mil años. Pero una invitación a Oppenheimer permite a Herzog penetrar la cortina invisible del último gobierno ultracomunista del mundo, documentando la locura propagandística de la dinastía familiar de Kim Il-sung y su hijo Kim Jong-il. Se respira un denso perfume a mascarada en los actos y declaraciones oficiales, y una inevitable militarización detrás de las alucinantes coreografías de hipermasas, que hace que el pasaje norcoreano de Hacia el infierno dé casi más vértigo que los de los volcanes. Cómo poner en duda, entonces, que ése es también, a su manera, un volcán en actividad. 

* Hacia el infierno (Into the Inferno), de Werner Herzog, puede verse en Netflix.