El presidente viajero y tuitero no hace descansar las falanges de sus dedos. No solo pasa más días en el exterior que en el país. Su permanencia en X supera al tiempo que dedica a su tarea como jefe de Estado. Esta vez, Javier Milei utilizó la red social para oxigenar su proyecto de Sociedades Anónimas Deportivas (SAD). Simplemente porque no tiene plafón entre los dirigentes, socios e hinchas de los clubes a que va destinado el DNU 70/2023. Entonces chicaneó con la imagen de los últimos once titulares del seleccionado nacional de fútbol y una nota al pie que decía: “Todos juegan en clubes que son SAD”. En el texto que precedía a las caritas de los jugadores con el escudo de sus respectivos equipos - propiedad de fondos multimillonarios-, cerró con su habitual aporofobia: “No más socialismo pobrista en el fútbol”.
Milei es un alquimista de la libertad concentrada en pocas manos. Las suyas las usa para dar con el significante preciso en X. Suele escupir identidades políticas que para él son palabrotas: “comunistas”, “socialistas”, “peronistas” y “kirchneristas”. Siempre en tono macartista y despectivo.
Está empeñado en una campaña de desprestigio, desgaste y aniquilación del Estado que se extiende ahora al ámbito privado. Porque los clubes son privados. Sociedades civiles sin fines de lucro que están obligadas a reinvertir sus utilidades en obras o recursos destinados a sus propios dueños: los socios. Aquellos que representan una voz, un voto y se autorregulan en democracia. No son accionistas dominantes que manejan el directorio de una SAD. Que hacen y deshacen sin consultar a nadie. Que compran clubes y arman escuderías con ellos como si se apropiaran de distintas marcas que buscan rentabilizar.
En un sentido amplio, el presidente tuitero supera con creces a Roberto Dromi, el mentor de la reforma del Estado menemista. Asesor de la campaña libertaria en 2023. Aquel de la frase patética que sintetizó el espíritu de los años ‘90: “Nada de lo que deba ser estatal, permanecerá en manos del Estado”.
Milei ensanchó ese concepto para definir lo público. Lo extiende ahora al mundo privado. Lleva a la práctica la extraordinaria transferencia de ingresos de los sectores medios y pobres – que en este último caso hizo crecer del 41 al 55 por ciento – hacia los más ricos. Va a fondo con el bisturí. Es como esos desarrolladores inmobiliarios que depredan el medio ambiente. Tapan con hormigón o cemento la biodiversidad.
En el caso del fútbol, Milei quiere tapar con los petrodólares o fondos de dudosa procedencia radicados en paraísos fiscales, los negociados por venir en instituciones privadas levantadas por varias generaciones de argentinos. Se retuerce en los aviones donde acumula millas y horas de vuelo, con la sola idea de permitirles a sus empresarios amigos -locales y foráneos-, el instrumento adecuado para que engrosen sus activos.
Las caritas del Dibu Martínez y el logo de su club, el Aston Villa y la de Lionel Messi y el escudo del Inter de Miami de los hermanos cubano-americanos Mas Canosa, aparecieron en el mismo tuit donde Milei escribió: “Si AFA se opone a las Sociedades Anónimas Deportivas ¿por qué motivo permite que el plantel titular provenga de estas sociedades? ¿Acaso será que los resultados son importantes y las SADs tienen a los mejores?”.
La barrabasada es notable. Los once futbolistas que expuso el presidente como figuritas en un álbum, se formaron en sociedades civiles argentinas. Y en el caso de Messi, su trayectoria europea en el Barcelona se forjó en un club que no es SAD. Es semejante a River y Boca en su esencia jurídica. Les pertenece a sus asociados, mal que le pese al viajero de las falanges movedizas, que gusta visitar en España a su socio político planetario, el fascista Santiago Abascal. Él mismo que destila su furia antinmigrante igual que Milei a los pobres de toda pobreza.
El día anterior a que el presidente armara en un posteo su colección de sociedades anónimas del viejo mundo, la Dirección Provincial de Personas Jurídicas (DPPJ) bonaerense, aprobó la disposición general sobre control de Sociedades extranjeras falsas. Se diferenció de ese modo de la Inspección General de Justicia (IGJ) con sede en CABA y que les abrió las puertas de par en par a las off shore pese a los riesgos que implica su instalación en el país ante posibles delitos por lavado de dinero.
La directora de la DPPJ, Silvia Andrea García, firmó la norma basada en el caso del Centro de Fomento Social y Deportivo José Hernández. Un club platense que en una asamblea general ordinaria del 8 de mayo pasado había autorizado a la comisión directiva a incorporar capitales privados a esa sociedad civil. La Liga Costera la desafilió basada en una la resolución de la AFA que no permite el ingreso de las SAD al fútbol argentino. El texto habla de que la Argentina está sumida en un “desquicio normativo”.
Igual que Dromi en la década del ’90, el nuevo ministro desregulador, Federico Sturzenegger, reglamentaría las SAD en pocos días más. Los clubes del fútbol argentino, instituciones núcleo de las prácticas asociativas y deportivas en el país, igual que los clubes de barrio, corren peligro. Están organizados y preparados a resistir para que nos los vacíen de contenido y terminen con una bandera de remate. Vienen por su historia, sus tierras, su infraestructura y el capital cultural que representan. Con sus escuelas, universidades y actividades atléticas no rentables para capitales sin rostro humano.
No son figuritas para el álbum que arma Milei en cada vuelo transatlántico de clase ejecutiva.