Chico dinamita amor
De pequeño, su madre no le cantaba canciones de cuna: le contaba con lujos de detalles cómo mataría a su padre algún día. Así que no es extraño que el mexicano Reynaldo Rivera se fuera de allí a vivir con sus hermanas en un departamentito de Echo Park, en Los Ángeles. Quería fiesta y música, pero a su modo. Inmigrantes, artistas indocumentados, chicas trans huyendo hacia la frontera, gente queer con problemas legales, todos, todas y todes recalaban en lo de los Rivera como primera y frágil parada del sueño americano. Esto ocurrió en los años ochenta, antes de que Sunset Boulevard comenzara a erizarse de bares de diseño y emprolijara su larga melena oscura para no asustar a los turistas. Por entonces, Rivera fotografiaba el mundo que tenía a mano sin saber que esas instantáneas íntimas serían su obra consagratoria, una suerte de videoclip donde suenan con igual intensidad las rancheras o Anthony and the Johnsons (realmente fueron su banda de sonido, dice). “Nadie hubiera pensado que la fotografía sería para mí. Soy un chico de suburbio que empezó fotografiando a sus tías en fiestas familiares. Y que después fotografió a sus amigos, muchos perdidos, muertos de sida, desclasados”, dice Rivera mirando la cámara, las uñas pintadas de negro para evocar su origen punk. “Nosotros”, insiste, “nosotros”. Ahora, su obra llega por primera vez al MoMA. La muestra Fistful of Love/También la belleza incluye más de cuarenta fotografías que van desde los días de Echo Park hasta la actualidad, junto con una película recién editada a partir de material en Super 8 que se puede ver en la web. Rivera aparece en varias fotos, dueño de una narrativa propia que le ayudó a poner orden en medio del caos tras una catastrófica adolescencia en Mexicali. Buscó revistas de cine, se volvió adicto a divas como Garbo, Harlow o Dietrich y se dedicó a estudiar la obra de Brassai y André Kertesz. Además, reconoce mucha influencia de Diane Arbus. Una mezcla que dio como resultado fotos habitadas por el amor, la rabia y la melancolía. Una hecatombe.
Mi chancho primitivo
Si el dicho común dice que a cada chancho le toca su San Martín, no es menos cierto que a veces a cada chancho le toca su hora de reconocimiento. Y así, ahora sabemos que la historia del arte tiene origen porcino. Hace más de cincuenta y dos mil años, en una cueva de Indonesia, manos anónimas pintaron un chancho salvaje de un tosco color rojizo, rodeado por figuras humanas. Esta obra de arte, recién descubierta, ahora se anuncia como la pintura rupestre más antigua conocida. Esto lo afirma un estudio publicado en la revista Nature. “El método de conservación de esta pintura es una mejora significativa con respecto a otros y debería revolucionar la datación del arte rupestre en todo el mundo", dijo Maxime Aubert, arqueólogo de la Universidad Griffith en Australia y uno de los autores principales de la investigación. Según Aubert, la escena en la cueva Leang Karampuang en la región de Maros-Pangkep muestra un cerdo que mide unos 90 centímetros de largo, representado junto al grupo de personas. El detalle es que además se encontraron en la cueva varias imágenes más pequeñas de otros cerditos, que fueron datadas de manera similar. Esto fue posible usando un láser para evaluar un cristal llamado “carbonato de calcio” que se desarrolla orgánicamente en el pigmento. Las pinturas representan el ejemplo más antiguo de narración en el arte visual.
La vanguardia del amor
El billete de cincuenta libras lleva su rostro. Pero se trata de un homenaje bastante mezquino ya que Alan Turing, considerado uno de los padres de la ciencia computacional moderna, fue responsable de otras proezas como de descifrar el lenguaje secreto utilizado por los nazis y desarrollar el llamado test de Turing, que permite probar la existencia de inteligencia en una máquina. Sin embargo, la sociedad de la época no perdonó que fuera homosexual. En 1952 fue condenado por eso y aceptó la castración química en lugar de ir a la cárcel aunque falleció dos años después en una situación no muy clara. Sin embargo, otro invento genial de Turing es una especie de Chat GPT que creó con siete décadas de adelanto. Se trata de un programa que escribía cartas de amor de género neutro y, por tanto, aptas para todo tipo de afectos. Lo hizo en 1950, en un laboratorio de matemáticas de la Universidad de Manchester, y junto a su amigo Christopher Strachey (es probable que fueran amantes pero obvio que la historia oficial no sabe qué responder a esto). En la web nickm.com unos programadores recrean ese experimento y cada pocos segundos son capaces de generar nuevas cartas de amor que repiten el modelo de Turing y Strachey, del tipo: “Amor, eres mi adorado encantamiento. Mi hambre suspira por tu pasión”. Bueno, ahora llegó el momento de que además de apelar al género neutro, las cartitas sean capaces de mejorar la sutileza. Alguien tan refinado como Turing merece cartas hechas con esmero.
Mil pedazos
Asomarse a la cuenta de X de Toya Viudes de Velasco es meterse en una historia de arte y política. Y también, de pesquisas y una obstinada decisión para devolverle a Rosario de Velasco su trayectoria. Toya es periodista y sobrina nieta de De Velasco, pintora figurativa nacida en 1904 y fallecida en 1991, cuyo nombre quedó sepultado en el olvido debido a su simpatía franquista. Toya insiste en que esto no es del todo exacto. “Rosario era profundamente religiosa y por eso se unió a los falangistas. La guerra destruyó su carrera artística. Tuvo renombre internacional pero debió volver a empezar de cero. Y nunca simpatizó con Franco”, asegura. Pero no sólo ha querido restaurar el prestigio y el buen nombre de Rosario. También quiere que la obra de su tía abuela sea conocida por nuevas generaciones. Así logró que el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza de Madrid inaugurase una exposición comisariada por ella y por Miguel Lusarreta para que Rosario recupere su prestigio. La muestra Rosario de Velasco, que se acaba de inaugurar, reúne treinta pinturas de los años 20 a los 40 y una sección dedicada a su trabajo como ilustradora gráfica. Junto a pinturas conocidas como “Adán y Eva”, con el que obtuvo en 1932 la segunda medalla de pintura en la Exposición Nacional de Bellas Artes, o “La matanza de los inocentes”, prestada por el Museo de Bellas Artes de Valencia, se exponen por primera vez otras recién rescatadas. Toya va contando la historia de cada una en sus redes mientras pide ayuda para seguir nuevas pistas. Dice, por ejemplo, sobre la pintura “Lavanderas”: “Rosario la pintó en 1934 y se la regaló por la boda a su hermano, mi abuelo Luis. Nunca en mi vida he dejado de ver este cuadro, primero en casa de los abuelos en Valencia, luego en casa de la abuela en Murcia cuando quedó viuda y ahora en casa de mis padres”. Para el rescate “El baño”, Toya colgó un cartel con la leyenda “se busca” y alguien le dijo que había visto una foto de un edificio bombardeado, con el cuadro en una de las habitaciones. Mientras tanto, otra mujer envió fotos de unos frescos mal conservados pero aún en pie en una iglesia de Las Machorras, cerca del País Vasco. Y otra escribió, debajo de una foto: “Mi madre fue muy amiga de Rosario y yo me quedé con este cuadro porque me gustaba mucho su luz”. De modo que la muestra en Madrid es un modo en el que Toya va exhumando su propia historia mientras reúne piezas de un rompecabezas disperso con Rosario de Velasco como genio y figura.