¿Existe algo más aterrador que ver a Jack Nicholson blandiendo un hacha hacia su esposa e hijo en El resplandor? Sí, incluso más que dos gemelas de trenzas, el sonido de un triciclo en una habitación a punto de inundarse de un tsunami de sangre o una anciana desnuda emergiendo de una bañera con intenciones de sexo y muerte: los ojos de Shelley Duvall, en el inolvidable papel de Wendy Torrance.
En los últimos días, los medios de comunicación de todo el mundo han honrado el legado de Shelley Duvall (7 de julio de 1949 - 11 de julio de 2024), destacando su notable interpretación en El Resplandor y su importancia en el cine de director Robert Altman.
Sin embargo, han pasado por alto al menos dos aspectos: su rol como showrunner en la extraordinaria serie de los 80 Faerie Tale Theatre, donde adaptó cuentos infantiles y trabajó con directores como Tim Burton. Y, sobre todo, la intensidad de su mirada, capaz de expresar el terror de manera excepcional.
La percepción del horror en su mirada o la profundidad de los ojos de Shelley Duvall
En el cine hay un concepto fundamental que es el de "campo", la zona visible en pantalla. Abarca tanto su profundidad, desde el objeto más cercano al más lejano, como lo que queda fuera, ese borde que invita a la imaginación. Similar a lo que ocurre con el marco de una pintura o fotografía.
En el género del cine de terror, gracias a actrices asombrosas, podría surgir otro concepto. Hermanado a aquel, pero acaso más libre: la profundidad de los ojos de las protagonistas femeninas. Es a través de la mirada donde se percibe el horror, donde el terror se convierte en una corriente eléctrica de pavor para el espectador. Shelley Duvall, Mia Farrow y más recientemente Toni Colette, encarnaron esta experiencia de manera excepcional.
Una madre asustada con un bate en la mano (antes que Harley Quinn)
Shelley Duvall no solo fue una actriz. En El Resplandor, su papel como Wendy va más allá: Wendy Torrance es una persona real. Basta observar a esa madre, aterrorizada por su hijo con habilidades perturbadoras, enfrentando el alcoholismo de su esposo en el claustrofóbico encierro de un hotel sepultado bajo la nieve.
Al principio, está preocupada. Luego, asustada. Finalmente, horrorizada. No tiene el estilo de Harley Quinn, pero sostiene un bate en la mano. Wendy no es amenazante con su mono de pana azul, su camiseta roja (los colores de la bandera de Estados Unidos) ni con esa sonrisa adorable e inocente sin ortodoncia. Pero puede empuñar un cuchillo. Temblando.
Su marido, Jack, se convirtió en un desconocido maníaco. De "familiar" pasó a ser un extraño psicópata que entona canciones infantiles mientras destroza la puerta de la habitación donde Wendy se refugia.
La actuación de Duvall se transforma en pictórica. Con esta escena, el expresionismo americano dejó de ser abstracto para hacerse concreto y vivo. El famoso cuadro de Edvard Munch, “El Grito” se convierte en realidad: primer plano, angustia, desesperación. Es La Gioconda del horror encarnada por una mujer de carne y hueso.
Mia Farrow y los ojos en el Bebé de Rosemary
El "efecto Mandela" o falsa memoria es la creencia errónea, compartida por un grupo de personas que se manifiesta como un recuerdo inexacto. Ejemplos simples incluyen frases como "Tócala de nuevo, Sam" en Casablanca, que nunca se dice en la película. En El huevo de la serpiente, Ingmar Bergman evita mostrar explícitamente la muerte de un bebé a manos de su madre, lo que demuestra su inteligencia cinematográfica. Y sin embargo aún hay muchas personas que aseguran haber visto esa secuencia (que se oye y sugiere, pero no se muestra).
Aunque muchos creen recordarlo, en El bebé de Rosemary nunca vemos al recién nacido, el supuesto hijo monstruoso de Lucifer. Lo que sí presenciamos es un ‘horror familiar’ (perfecto oxímoron para describir el espanto de una madre ante la pesadilla conyugal), a través de la mirada de Mia Farrow como Rosemary.
En la escena final, en el living comedor, no falta nadie: vecinos, parientes, colectividad judía (¡el doctor Sapirstein!), cristianos, extranjeros, europeos, orientales… un culto satánico. O, peor, una "familia ensamblada".
Y Rosemary narra y se narra a través de su mirada, una mezcla perfecta de espanto y curiosidad en partes iguales. Se acerca a la cuna de su recién nacido. Sus ojos oscilan del amor maternal al horror.
La angustia la domina por completo: sus pupilas se dilatan, sus labios tiemblan y se tapa la boca para reprimir la arcada, la angustia interior, el vómito. El espectador, que nunca olvida la expresión en los ojos de Mia Farrow, jamás verá al recién nacido. Es el grito en sus iris lo que permanece: "¿¿¿qué le han hecho a sus ojos???".
Y acaso lo más impactante llegue después. Cuando mira a su bebé y, entre el recuerdo de los ojos del violador, el diablo, acepte la verdad. Al final, la madre observa a su hijo y hasta sonríe. Como dice su carismático vecino, Roman Castevet, "Acércate... ¿no eres su madre, después de todo...?"
Hereditary: el terror es una cena en familia
Si la mirada de Farrow llevó al paroxismo la experiencia de una madre atravesando el puerperio, Toni Colette como Annie en Hereditary, de Ari Aster, eleva al máximo el terror de "levantarle la voz a mamá" durante una cena familiar.
La cena transcurre densa, tensa, y lenta. La iluminación es barroca, con tonos amarronados, como un cuadro hol andés, donde la luz se filtra solo para resaltar lo oscuro y lo siniestro. La voz de Colette, como matriarca, sugiere que desea liberar a su hijo de la culpa. Sin embargo, sus ojos inyectados dejan entrever todo lo contrario.
Al final, los secretos ancestrales se transmiten. En ese póker familiar y silencioso, se reparten culpas como fichas y se apuesta quién lleva más cargas. Mamá sabe lo que hiciste. Y el público también. Lo sabe por la mirada de Toni Colette.
De 'Los otros' a 'Cuando acecha la maldad', mirada femenina
Valga la redundancia, las miradas de Duvall, Farrow y Colette impresionan. Pero no son las únicas que han dejado una marca en el cine de terror.
Desde el espanto reflejado en los ojos entrecerrados de Sigourney Weaver ante el aliento del monstruo en Alien, hasta la expresión de espanto de la actriz Virginia Garófalo frente a su exmarido en Cuando acecha la maldad , la mirada de pavor, arma en mano, de la actriz Sandra Ceballos en el cortometraje de Lucrecia Martel, "Rey Muerto" (porque discutir con tu ex también puede ser aterrador) y los inolvidables ojos de pánico de la pequeña Dakota Fanning en La guerra de los mundos. Estas actuaciones, miradas, que cpturaron lo siniestro de manera inolvidable.
Los ojos de Nicole Kidman en Los otros y el silencio de las retinas bien abiertas de Elizabeth Moss en la primera temporada de El cuento de la criada representan lo que la ensayista Carol J. Clover describe en su concepto de "Final girl", dentro de su inigualable libro Men, Women, and Chain Saws: Gender in the Modern Horror Film (Hombres, mujeres y motosierras: el género femenino en el cine de terror moderno):
"Lo que enseñan las películas de terror a los hombres es que no deben interferir para salvar a las mujeres si no quieren morir en el intento; ellas pueden salvarse solas".