Obscurum per obscurius, ignotum per ignotius es un antiguo lema alquímico que hace referencia a cuando la explicación de algo termina siendo menos clara que lo que trata de explicar. Esto parece ser lo que provocó en la crítica Évolution, la nueva película de Lucile Hadžihaliloviæ, un cuento de hadas siniestro que ha dejado a casi todo el mundo encantado pero con la cabeza llena de interrogantes y que ahora puede verse en el servicio streaming de Cablevisión.
Más de diez años pasaron desde que la directora francesa realizara su impresionante debut tras las cámaras con Innocence, una película inquietante que mostraba la vida de un grupo de chicas en un misterioso internado en el medio del bosque, a donde las nuevas estudiantes llegaban en ataúdes para ser educadas por unas institutrices muy rigurosas. La película ganó el premio mayor en el Festival Internacional de Cine de Estocolmo, en 2004 y la convirtió en la primera mujer en obtener el galardón.
En el tiempo que transcurrió entre estos dos films, Hadžihaliloviæ se dedicó a trabajar en colaboración (mayormente como editora) en las películas de su marido, el notable y siempre polémico Gaspar Noé. Y en todo ese tiempo también fue gestando la idea de Évolution junto a la también directora Alanté Kavaïté (reconocida por el film El verano de Sangaile), que es la coguionista de la película. Fue un proceso largo, reconoce, pero lo que fue impensablemente largo fue conseguir la financiación. Ya desde el vamos, dadas las características de la película, iba a ser algo complicado: “Estaba bastante claro que este era un proyecto muy personal, por lo que en Francia no se atrevían a decir que tendría que cambiar las cosas para asegurar la financiación. Además, supongo que no sabrían cómo cambiarlas. La pregunta era: ‘¿Podemos intentar dar más explicaciones para que el espectador pueda entender?’Pero fue un camino muy peligroso porque si le das una explicación, matas la película”, declaraba Hadžihaliloviæ.
Y también fue difícil cuando hubo que catalogarla: ¿Es de terror?, ¿es ciencia ficción? ¿es horror cósmico? Una película minimalista, asombrosamente bella desde lo visual y con pocos diálogos que transcurre en una isla habitada solamente por mujeres y sus hijos, todos jóvenes varones pre-adolescentes. Comienza con imágenes majestuosas debajo del océano (gentileza del director de fotografía Manuel Dacosse), en donde se recorta la figura de Nicolas (Max Brebant), el joven protagonista que mientras bucea ve entre unas algas el cadáver de otro niño con una estrella de mar roja pegada a su vientre. Asustado, le cuenta el hecho a su madre, que no le cree.
Todas las mujeres de la isla son parecidas, pálidas, gélidas, con el mismo peinado, la misma ropa, casi sin cejas ni expresión. Mientras Nicolas dibuja en su libreta, su madre le da de comer algo que parece barro con gusanos y le da de beber una medicina que se asemeja a la tinta, para tratar una supuesta enfermedad que el niño desconoce. Pronto Nicolas comienza a desconfiar de todo lo que sucede en la isla y de esa mujer que tiene ventosas en su espalda, como un monstruo marino, a la que le recrimina “no eres mi madre”. Una noche espía a las mujeres que con faroles se reúnen a la orilla del mar en esa playa de rocas volcánicas y ve cómo, en una especie de orgía, frotan contra sus cuerpos algo que parece estar vivo. Luego es llevado junto con otros jóvenes a un hospital en donde las enfermeras, iguales a las otras mujeres, los inyectan con sustancias extrañas, escuchan en sus vientres algo que parecen ser latidos, y les realizan operaciones de las que muchos no salen con vida. Todo esto mientras ellas miran videos de cesáreas (que son filmaciones reales, lo que le valió a la película también ser clasificada dentro del llamado Nuevo Extremismo Francés, movimiento en el que se suele ubicar al propio Noé, entre otros directores).
La desesperación de Nicolas aumenta al igual que la sensación de ahogo que provoca ese hospital oscuro de paredes descascaradas en donde el mundo adulto invade su cuerpo. Allí entabla una relación cercana con Stella (la impecable Roxane Duran). La atmósfera terrorífica de Évolution es efectiva ya que la mirada de Hadžihaliloviæ parece estimular esa parte de la naturaleza humana que no puede evitar dar una explicación siniestra a aquello que se insinúa como amenazante y no se termina de explicar. Y esto es lo que funciona perfectamente bien en la película: el terror en estado puro provocado por un secreto oscuro que se conoce a través de datos vagos. El miedo a lo (no tan) desconocido: el embarazo masculino, el miedo del hombre a la penetración, a la maternidad en general, a la invasión de la medicina en los cuerpos. Los adolescentes controlados y abusados por los adultos. ¿Por qué no hay hombres en la isla? ¿Qué pasa con esos niños? Évolution habla de todo esto junto y no hay nada pre-digerido.
Cosa que descolocó a la crítica que, si bien en su gran mayoría la considera una gran película parece no entender muy bien por qué, y cae en el vicio (o la necesidad) de aclarar: que es para gusto de unos pocos; que volverá locos a muchos; que es genial pese a carecer totalmente de narrativa, dicen los más atrevidos; y se repite hasta el cansancio que deja más preguntas que respuestas como si esto de por sí fuera algo negativo. Y Lucile Hadžihaliloviæ explica: “Cuando veo una película, me gusta quedarme en la oscuridad hasta cierto punto. Se queda conmigo y se involucra más que cuando todo se entiende demasiado fácilmente. Quería eso para el espectador de Évolution, que se pusiera en los zapatos de Nicolas, compartiese su fuerte sentido del misterio y enfrentase las mismas cosas que él.” Y agrega: “Queríamos que el mundo de la película fuera coherente pero era peligroso explicar demasiado, ya que corría el riesgo de romper su núcleo fundamentalmente elíptico y misterioso”.
Como todo cuento de hadas Évolution está fuera de tiempo y lugar. Transcurre en “alguna parte”, y ese “aislamiento” funciona como una pesadilla, porque este film es siniestro: asusta y mucho. Ese mundo que refleja, esté donde esté, es peligroso y lo gobiernan fuerzas que quieren evolucionar, sí, pero ¿hacia dónde?.