Estados Unidos organizó la peor Copa América de la que se tenga recuerdo, al cabo de un fin de semana en el que -además- el proclamado país del fin del mundo le rompió el corazón a todo aquel que lo blande como ejemplo a seguir, especialmente después del confuso atentado al ex presidente y candidato Donald Trump. Los yanquis podrán ser ejemplo en el cine, en la música, también en sus embestidas bélicas y en la forma en que depredan economías ajenas, pero jamás en el fulbito, fenómeno popular que está muy lejos de las dinámicas de consumo de Disnelylandia. Tienen, para ajustar todo eso, dos años de acá hasta el Mundial del que serán anfitriones. De momento, las expectativas no son las mejores.
La economía de mercado explotó a la altura del tobillo de Lionel Messi, quien pagó con una lesión extremadamente sensible el costo de jugar en canchas improvisadas. El circo construido alrededor de la pelota contempló DJs en los partidos, hotdogs a la carta en las tribunas, fancams para que los hinchas se vean enfocados en la pantalla gigante de los estadios, el show de Shakira (que por primera vez en la historia obligó a duplicar la duración de un entretiempo) y un sinfín de artilugios. Aunque ninguno de ellos contempló el activo más importante de esta industria: la comodidad de los jugadores para poder hacer lo suyo en un campo más pertrecho que la peor de las canchitas de un papi fútbol.
Al contrario de todo esto, Argentina se interesó más por el juego que por toda la parafernalia de cotillón, que le sumó poco y nada a una competencia acalorada más con las declaraciones fuera de cancha (con el exordio de Bielsa contra la FIFA y el FBI a la cabeza de esta narrativa) que por lo que sus partidos ofrecían. Y, a pesar de las críticas que los odiadores barruntaban contra los supuestos beneficios que la organización le dispensaba a la Scaloneta, terminó siendo la Selección quien le devolvió dignidad a un torneo opaco y deslucido gracias a una nueva épica en su inventario glorioso.
Frente a otras performance más iluminadas (como las de la Copa América 2021 y Qatar 2022, donde claramente su juego supo ser más vistoso), esta vez Argentina no tuvo empacho en atar con tripas el corazón sin que se le cayeran los anillos por encomendarse a trámites más laboriosos y sufridos, donde -salvo excepciones- no tuvo la victoria resuelta hasta el pitazo final. Ni siquiera la temible Colombia, que llevaba 28 partidos sin perder (entre ellos un reciente triunfo ante España, ahora campeón europeo y rival de la Selección en la Finalissima del año próximo), pudo doblegar una templanza digna de valoraciones mayúsculas.
La imagen de Messi llorando desconsoladamente en el banco de suplentes con el tobillo hecho trizas linkeó directamente con la de Diego Maradona yéndose de la mano de una enfermera treinta años antes, en el mismo país. Pero ni siquiera los fantasmas que Estados Unidos le genera a la emocionalidad futbolera lograron acabar con esa saga inédita de títulos que ahora convierte a Argentina en el primer país americano de la historia que gana dos torneos continentales y, en el medio, un Mundial. Solo una selección había conseguido lo mismo en todo el planeta: España entre las Eurocopas del 2008 y 2012 alrededor del campeonato de Sudáfrica 2010. Ahora ambos equipos se enfrentarán mano a mano en cancha neutral para determinar al mejor.
Dicho esto, Argentina guarda un nuevo torneo en su bolso y se retira de la tierra maldita con nuevos alientos para retomar una etapa sensible de este proceso: el retiro de Di María y las limitaciones físicas de Messi obligan a Lionel Scaloni a acelerar el recambio de juego y liderazgos que la Selección deberá necesariamente afrontar de aquí en más si quiere conservar la alta vara en la competencia internacional.
La pregunta central es de qué manera el DT articulará estos cambios entre las necesidades de un equipo que tendrá que acostumbrarse a jugar (ya sea algunos minutos o partidos enteros) sin la presencia de sus capitanes: a la renuncia de Fideo y la disminución de Lio se le sumará seguramente la despedida de Nicolás Otamendi luego de su participación en los inminentes Juegos Olímpicos de París. Los tres se pasaron la cinta en la final de Miami y por eso levantaron la copa juntos. ¿Será la primera vez en la historia que esa responsabilidad recaerá oficialmente en el brazo de un arquero, como se supone que ocurrirá si es que designan al Dibu Martínez?
En otro orden de cosas, Scaloni llevó a Estados Unidos a Alejandro Garnacho y a Valentín Carboni, más para darles roce de vestuario que minutos de juego, ya que ambos disputaron solo ratos ante Perú cuando la clasificación a Cuartos de Final ya estaba confirmada. Sin embargo, se desprenden de estas dos convocatorias las principales señales sobre un operativo de rejuvenecimiento que ya había empezado en Qatar (donde se afianzaron Enzo Fernández, de 23 años; Julián Álvarez, de 24; Alexis Mac Allister, de 25; y los centrales Cuti Romero y Lisandro Martínez, de 26 ambos) pero ahora está obligado a precipitarse.
En los dos europibes se depositan las principales esperanzas de renovación para un frente delicadamente adverso en la última Copa América: la generación de juego, la explosión y el ataque. Solo salvó la ropa la reaparición fulminante de Lautaro Martínez, quien terminó como artillero del torneo y construyó su mejor faena desde que está en la Selección. Aunque nada de eso hubiese sido posible sin la galvanización que hizo en la otra área el Martínez que se dedica a evitar lo que su homónimo encaja en el arco rival: goles.
Sin contemplar posibles amistosos que puedan aparecer en el resto del año -de momento, ninguno confirmado-, Argentina tiene dos meses libres hasta sus próximos compromisos. Recibirá a Chile el 5 de septiembre en cancha aún a definir y cinco días después volverá a verse con Colombia en Barranquilla, ambos por la reanudación de las eliminatorias para el Mundial 2026. Luego, por la misma competencia, le siguen Venezuela y Bolivia (en octubre), Paraguay y Perú (en noviembre). Una saga relativamente accesible antes del receso de cara a la manga más áspera: Uruguay en Montevideo y Brasil en Buenos Antes, ya en marzo de 2025, previa de la anhelada Finalissima contra España a la que la Scaloneta accede no solo como campeón de América, sino también como último ganador del torneo que opone a los titulares de la UEFA y la Conmebol.
Mientras tanto, seguiremos disfrutando de estas mieles que no comen las hormigas, acaso el único remanso popular que tenemos en Argentina mientras el fútbol y el planeta amenazan con volar por el aire desde el mismo país que organizará el próximo Mundial.