Desde Barcelona

UNO Rodríguez nunca fue de subrayar frases en los libros que lee (o de apuntar cosas al costado del texto (marginalia, le dicen a eso) como signos de admiración o de interrogación o comentarios diáfanos y claros en el momento de comentarlos pero, enseguida, difusos y del tipo en-qué-cuernos-estaba-pensando-aquí. Rodríguez es más bien de post-its con resultados similares: luego abre en esa página, busca cuál fue el motivo para pegotear ese cuadrado amarillo, no lo encuentra, ya se olvidó. Y Rodríguez se acordó de todo eso que se olvidaba días atrás, leyendo dos artículos, uno en The New Yorker y otro en El País. En el del periódico, se informaba que el subrayar y el releer lo subrayado y leído --según "investigadores"-- no era algo especialmente provechoso. Porque antes, al estudiante tipo-promedio, nadie se había preocupado por, primero, enseñarle el fino (lápiz fino, que se pueda borrar para luego poder revender los manuales) arte de cómo/qué subrayar (además, subrayar es feo, es una mala costumbre; y si en lugar de leer se escribe, ahí están las tanto más pulcras y eficientes itálicas/bastardillas/cursivas/bold). Es decir: no tenían criterio ni entrenamiento ni siquiera instinto --subrayaban de más o de menos o lo que no es subrayable-- para destacar lo destacable y descartar lo descartable. Problema, seguramente, de ese dedito veloz patinando sobre el helado plasma delgado de una pantallita. En el del semanario, se proponía teoría tan interesante como perturbadora sobre el olvido de rostros y de direcciones y cumpleaños y nombres y teléfonos y tantas otras cosas. Allí, un "especialista" proponía la posibilidad de que haya algo así como épocas-purgas memorísticas. Y así como hemos olvidados conocimientos alguna vez generales como el orientarse por estrellas, anticipar cambios climáticos o encender un fuego, ahora tocaba despojarse de toda esa materia subrayable por la sencilla razón de que ya no tenemos necesidad alguna de memorizarla, porque para eso tenemos todos esos vistosos aparatitos que si los perdemos o se rompen equivalen al extravío de brújula o mapa. Sí, explicaba el memorioso: vivimos un momento-bisagra en el que intuimos lo olvidable pero aún no tenemos muy claro qué es lo que no debemos olvidar bajo ningún concepto. Por ejemplo, dónde fue que dejamos el teléfono móvil.

DOS Y, sí, días atrás tuvo tiempo y lugar uno de esos acontecimientos inolvidables y subrayables. No: Rodríguez no se refiere a Alcaraz en Wimbledon ni a La Roja en Berlín sino a esa bala que le rozó la oreja a Donald Trump e impactó de lleno en Joe Biden. Hay foto con esa composición perfecta como sólo puede presentarse lo verdadero y con aires de aquella otra postal embanderada de Iwo Jima (a la que más de uno denunció como cuidadosamente orquestada y nada espontánea). Click de fría cámara segundos después de click de gatillo caliente. Allí, la bandera flameando casi al revés (lo que significa que hay problemas) y el puño en alto y la sangre en el rostro de Trump perfectamente colocada. Es, sí, una imagen que dice más que mil palabras. Una imagen que llegó para quedarse y ser y hacer Historia. El fotógrafo Evan Vucci ya va, casi seguro, rumbo a su segundo Pulitzer. "Esto será una estatua algún día", se emocionó alguien en un notice-board llamado The Donald. Mientras tanto y hasta entonces --subrayarlo-- ya es camiseta y jarrito y llavero y casi todo lo que se les ocurra merchandisingear. Y también estaba el video en very heavy rotation en el que Trump primero parecía estar espantando un mosquito (nada parecido a la explosión craneal en aquella home-movie en exteriores que supo capturar Abraham Zapruder aquella mañana de Dallas '63 donde y cuando Oswald o quien prefieran tuvo/tuvieron mucha mejor puntería y todo eso se reveló ese día pero recién pudo verse más allá de despachos classified varios años después). Y después Trump cuerpo a tierra y luego todos esos agentes del servicio secreto que no parecen demasiado eficientes en estas situaciones (Rodríguez no querría estar en sus zapatos ahora) y Trump pidiendo que le dejen ponerse otro zapato. Y luego todos saliendo de allí con esa mano cerrada (y que sus detractores, insisten, es muy pequeñita) y gritando Fight! Fight! Fight! Todo en el acto mismo y en vivo y en directo y en casi muerto y todas esas teorías conspiranoides listas para que Oliver Stone las arroje con su honda. Y ya se predica por ahí, en la catedral de San YouTube, ese posteo de hace tres meses, por fe y voluntad de profeta evangelista, jurando haber tenido un sueño sobre un intento de asesinato de Trump en el que la bala pasaba tan cerca de su cabeza que le destrozaba una oreja. Y se predice estadísticamente que el candidato republicano va a arrasar en las próximas elección --nunca mejor/peor dicho-- with a bullet.

Por su parte, Trump --quien en su primer entrevista después del hit que erró precisó que "me tiré en el momento exacto y de la mejor manera posible"-- tiene perfectamente claro lo que sucedió: Dios le salvó la vida; ergo Dios está de su parte, ergo Dios quiere a toda costa que sea el próximo presidente de los Estados Unidos de Make America Great Again.

TRES Y, claro, hubo y hay y seguirá habiendo mucho para leer sobre el asunto. Y, claro, se evocó a tanto magnicidio Made in USA (logrado y fallido) y se intentaron averiguar las motivaciones del joven trumpisino fracasado (aunque sí asesinó a asistente e hirió a otro par) pero exitosamente "abatido". ¿Estaría obsesionado por Taylor Swift y no le gustó mucho The Tortured Poets Department como alguna vez aquel otro se obsesionó con Jodie Foster en Taxi Driver y salió en busca de luz-cámara-acción compartiendo escena con Ronald Reagan? En cualquier caso, mucho/demasiado material a procesar. Y, seguro --como esas "herramientas" resumidoras virtuales y poco virtuosas de novelas colándolas hasta la micro-sinopsis donde el estilo autoral se tacha para subrayar la trama con las más injustas palabras justas-- tiene que haber app/i.a./site/a.i. que se dedique al destilado subrayista de noticias más o menos true o fake. Pero Rodríguez no hace uso de ellas porque se siente usado (y, por supuesto, no tiene la menor idea de cómo usarlas). Pero, ejemplo, Rodríguez vio por ahí a lo que se reduce el Tractatus Logico-Philosophicus de Ludwig Wittgenstein como subrayado (des)informático: "El verdadero significado resuena en el abismo tácito entre lo que podemos mostrar y lo que podemos decir al respecto". Así que mejor no. Pero Rodríguez sí subraya algo en lo que han coincidido tanto Trump como Biden. Uno y otro pronunciando la misma frase: "En América no hay lugar para este tipo de violencia". Y Rodríguez la subraya porque le parece inolvidable en su olvido: porque si algo hay en América son miles y miles de kilómetros para ese tipo de violencia. Y tantos otros tipos de violencia. América es la Tierra del Big Bang Bang desde su fundación hasta ahora, en ese Far West (& East & North & South) que sigue gozando de pésima buena salud. Todos armados y cargados, todos cowboys de medianoche y de mediodía. Todos pistoleros en toda ciudad que --a la velocidad de la oscuridad, a la velocidad de una bala-- puede cambiar su nombre y de golpe ser mortalmente rebautizada como Tombstone.

Y a Rodríguez le gusta esta última frase que se le ocurrió y la escribe y la subraya y sería un buen final de algo, pero de qué, de cómo empezarlo. Y es Rodríguez nunca fue de subrayar frases en...