“Anoche fue la primera vez que pasamos afuera de la fábrica, es muy loco todo lo que ocurre”, cuenta Vanesa Jerez arrastrando las erres. Es una de las operarias de la planta catamarqueña de TextilCom, desde el 21 de mayo ocupada por sus trabajadoras. “Hace 57 días que tenemos la fábrica tomada”, afirma a su lado Brenda Villagrán. “Somos 132 trabajadores, en su mayoría mujeres, y más de 300 personas dependen de esto. Hay compañeras con familias donde este es el único ingreso a su hogar, son madres de tres o cinco hijos”, describe Vanesa, quien junto a Brenda y a Débora Leiva se han convertido en voceras de la inesperada y sostenida toma de la textil, mientras recorrían la Plaza de Mayo el viernes pasado por la tarde.

Sus voces suenan claras sobre el repiqueteo de los parches. Hablan con este diario en medio del festival solidario por la liberación de los detenidos durante el tratamiento de la Ley Bases. Es la primera vez que están en Buenos Aires. Tienen menos de 30 años y se reconocen parte del angustiante colectivo de trabajadoras y trabajadores hoy desocupados. Algo que “solo en la lucha -sostiene Brenda- puede tener alguna posibilidad de solución”.

Para eso llegaron a CABA invitadas por Alejandro Vilca y Vanina Biasi, diputados del Frente de Izquierda de los Trabajadores (FIT), a la audiencia pública organizada el jueves último en el Congreso de la Nación. Y por primera vez, desde el inicio de la proeza que protagonizan -sin proponerse encumbrarse al podio del reclamo sindical-, dejaron las frías noches en la planta de la calle Echevarría, en San Fernando del Valle de Catamarca, la capital provincial, donde esta semana se inició la tradicional Fiesta del Poncho. Y ellas y sus compañeras, trabajadoras del rubro más emblemático de la provincia, sin abrigo, comiendo a medias, transitando el tiempo de desgaste de esta lucha. Sin respuestas.

Buscan volver a trabajar como operarias de esa planta tomada desde que decidieron ir al paro por dos meses de salarios adeudados. “Decidimos hacer paro en la fábrica, pero los jefes al ver eso, nos dicen que volvamos a las casas –repasa Brenda--. Desconfiamos pero nos fuimos. Y el martes nos llega el mensaje de alerta porque en La Rioja habían cerrado la planta. Ahí dijimos ¡volvamos a la fábrica!”

La sorpresa fue que allí “estaba todo preparado para la mudanza, todo embalado ¡y listo para cargarse!”, se asombra Brenda todavía, al recordarlo. “Nos habían pedido paciencia pero ni nos pagaban ni nos conservaban el trabajo, por eso fue la toma”, explica.

Así también lo relataron en la audiencia organizada por los bloques de Unión por la Patria, el FIT y el Socialismo, para visibilizar la calamidad de los despidos que acumula desde el inicio de la era Milei, más de 400.000 cesanteados entre el sector público y el privado. “Pero nosotras tuvimos la suerte, realmente la suerte, de haber podido tomar la fábrica porque si no, el caso de esta TextilCom hubiera quedado en la nada”, apunta Vanesa, en relación a la planta de La Rioja donde otro centenar de empleados ingresó al desprotegido mundo de trabajadores desocupados.

Vivir en la fábrica 

Fue un mediodía cuando entraron a la planta. Sin experiencia sindical y sin advertir la dimensión política de esa osadía, se animaron. “Eso fue positivo –reflexiona Vanesa-, porque no nos callamos. Si nos callamos, no sé si habrá alguna posibilidad de solución. Porque nunca se consigue nada cruzando los brazos”. Vanesa era analista de procesos. “Me encargaba de tomar los tiempos a las seis líneas de la planta y detectar si había un problema, para cumplir con lo que se proponía, por artículo y por hora”.

Tiene 25 años Vanesa. Un día comenzó un curso de “confección a medida” y en medio del curso se presentaron “del gobierno con la noticia de que iban a abrir dos fábricas y que se abría una capacitación para la gente interesada en conseguir trabajo ahí. Me dieron la capacitación, y estuve trabajando casi dos años hasta que cerró. Y acá estamos, en medio de esta locura por el cambio repentino que tuvimos”.

“Imaginate, un día estábamos trabajando normal y al día siguiente no teníamos trabajo y nos encontramos tomando la fábrica en nuestra propia defensa, porque la idea de ellos era irse”, insiste Vanesa. “Jamás nos imaginamos pasar por esto", coincide Brenda, que es agente sanitaria y tiene una nena de 11 años. “Allá trabajo no hay -enfatiza-, la toma fue a raíz de esto. No tuvimos otra posibilidad”.

En su defensa señalan que el empresario textil, Carlos Vilarino tuvo "mucho apoyo del gobierno: para armar el establecimiento, para comprar maquinaria, para capacitar al personal". Eso reclamaban las operarias más concientizadas en los primeros días de toma: que el equipamiento “es de todos” porque fue comprado con subsidios del Estado. Y para marcar este "desmanejo empresarial" señalan que en la planta de TextilCom en Villa Soldati, hay actualmente un paro por salarios atrasados: “Era de esperar, el dueño ya se llenó de plata”.

Hoy el Estado les debe una respuesta, sostienen. Como este empresario que faltó a su promesa y embaló sus telas “para huir”. Todavía esperan una respuesta positiva -“un inversor”, les dicen-, que alumbre esta oscuridad en la que sostienen la esperanza de un nuevo comienzo.

Cuando luchar es crecer

La lucha las transformó. Hoy agradecen a los vecinos que les acercan alimentos y abrigo. La magia de los medios aliada a la solidaridad las sorprendió cuando, en una nota en vivo por Crónica TV comenzaron a recibir donaciones para el fondo de lucha. “En quince minutos llegaron unos dos millones de pesos”, recuerda Vanesa. Pero al paso del tiempo se agotan los fondos, se resiente la salud de los que son mayores. Y se les niega la opción de cooperativizarse.

“Que es imposible, que no es conveniente”, les responden. Sus delegados en el Sindicato de Obreros de la Industria del Vestido y Afines (SOIVA), y sus interlocutores en el gobierno provincial de Raúl Jalil apuestan al “inversor que pronto llegará”. Pero ojo, que los inversores “no quieren gente problemática”, les advierten.

Ellas entienden los mensajes. Pero estos días, en contacto con otras organizaciones sindicales y sociales, han servido para que puedan crecer en la certeza de que “lo que nos hace fuertes es la unión a partir de las luchas por los derechos de los trabajadores” concluye Brenda. Y seria, apunta a una bandera que pide libertad para "los presos por luchar", para guardar en su teléfono celular otro recuerdo de esta candente tarde en la Plaza de Mayo.