El trofeo que convirtió a la Selección argentina en la más ganadora de la historia de la Copa América ya está en el país. Se lo trajo a la gente la delegación encabezada por su entrenador, Lionel Scaloni, y el ídolo que se retira de la selección, Ángel Di María. En la fría noche de Ezeiza, alrededor de 3 mil personas se juntaron en los inmediaciones del predio de la AFA para celebrar “la cuarta” copa de la scaloneta y recibir al plantel pese a la ausencia del capitán lesionado y de los jugadores que partieron a los Juegos Olímpicos. En medio de la euforia también hubo espacio para la melancolía por una generación que encara “las últimas batallas” y el llanto de Messi en la final.

Todo queda chico si se lo compara con la impresionante movilización de hinchas de aquel 20 de diciembre de 2022, cuando la Selección trajo la tercera copa del mundo. Esta vez no son cinco millones, pero son muchos igual. La plazoleta de la rotonda desde la que la estatua de Diego Armando Maradona da paso al predio Lionel Andrés Messi, donde el número 10 de ambos y las tres estrellas del mundo se recortan en el césped, está llena a las 23, cuando el micro de la Selección pasa, a lo lejos, por la autopista Riccheri antes de encarar hacia el predio.

Para esa hora, al frío ya se le suma la ansiedad por la llegada de un micro que estaba pautada para las 22. Algunos, los que tienen señal, miran en sus celulares los streamings de los canales deportivos que anuncian que el avión ya llegó a Ezeiza y muestran la foto de Scaloni, Di María y Chiqui Tapia sosteniendo la decimosexta Copa América en la pista de aterrizaje del aeropuerto. Cuando el micro deja la Riccheri y toma la calle de ingreso al predio, los y las hinchas -–muchos niños y niñas que arrancaron las vacaciones de la mejor manera-- se amontonan contra el vehículo ploteado con la leyenda “Bienvenidos campeones”.

“Vinimos porque no hay que acostumbrarse a esto. Lo más importante ya lo ganamos en Qatar, pero hay que festejar todas las copas igual”, dice a este diario Marcelo Espinoza, que vino a Ezeiza desde Monte Grande con sus nietos. “Para mí esta selección ya es la mejor de la historia”, asegura. La edad lo avala para hablar con cierto conocimiento: tiene 68 años y ha visto a las tres selecciones campeonas del mundo. “Por resultados no hay dudas, pero por juego para mí también, desde que agarró Scaloni cada vez juegan mejor”, agrega.

En la puerta del predio ya hay gritos y cantos entremezclados, confusos, exaltación enmarcada en humo de bengalas celestes y blancas, y en la rotonda, donde una bandera muestra a Maradona, Messi y Kempes levantando sus copas del mundo, se escucha fuerte el grito de “dale campeón, dale campeón”, que rápido se transforma en “el bicampeón, el bicampeón”. Saludan desde arriba, mientras golpean las ventanas, los campeones que llegaron al país. Alguna bomba de estruendo, bombos y cañitas voladoras: la nueva Copa América de la selección, la que le permitió superar las quince de Uruguay, ya está en el predio de la AFA.

Martín y Nicolás Díaz son dos hermanos que se llevan once años. Martín tiene 26 y Nicolás 15. “Yo a su edad estaba sufriendo la final con Alemania y este ya ganó la cuarta copa en tres años”, dice el más grande, mientras se ríe y señala a su hermano menor, que enumera, orgulloso, las cuatro: “Copa América, Finalissima, Mundial, Copa América”. “Somos la generación de la suerte”, remata.

La cuestión de las generaciones está presente también en lo que refiere a los jugadores. Martín recuerda que, antes de la final, el propio Messi habló de “las últimas batallas” que están jugando él, Otamendi y Di María: "La vieja guardia". “Verlo llorar fue feo. Se nota que llora porque ama al fútbol y quiere jugar por sus compañeros, pero además puede ser que sea porque ya no nos quedan muchos partidos para verlo", señala. Aunque no esté el capitán, que aguarda los estudios para saber el grado de su lesión en el tobillo, la gente se encarga de agradecerle igual, a la distancia: "Que de la mano de Leo Messi", suena, constante, durante casi toda la noche. 

Pero el “Fideo” es, por lejos, el más ovacionado. La ausencia del diez parece incluso haber colaborado para darle a Di María el protagonismo de la noche. Camila, una nena de siete años, tiene puesta una remera con la foto del ya clásico festejo del corazón del rosarino. “Gracias por todo Fideo”, dice la remera, abajo de la foto. De Di María, dice Camila, lo que más lo gusta lo "rápido" que corre y los goles en las finales. Nicolás también resalta lo mismo y Martín le suma el gol en la final de los olímpicos de Beijing 2008. “Siempre fue jugador de Selección. Ayer se hizo cargo del equipo cuando se tuvo que ir Leo”, remarca. 

Algunos le piden que se quede un tiempo más, quizás hasta la Finalissima que se viene contra España, o al menos hasta la próxima fecha de eliminatorias, en septiembre, para retirarse en Argentina. Él ya dejó claro, sin embargo, que el de este domingo fue su último partido y que, cuanto mucho, vendrá de civil para despedirse en septiembre.

Las camisetas de la "nueva guardia" también están a la orden del día. Hay, sobre todo, buzos del Dibu en los más chicos, pero también de Enzo Fernández, Lautaro Martínez o Julián Álvarez. Él es uno de los que, junto a Otamendi y Rulli, no vinieron a Argentina porque partirán a París a jugar los Juegos Olímpicos. Hay esperanza también para eso. Da la sensación de que la camiseta celeste y blanca se transformó, de unos años a esta parte, en una garantía de competencia. "Queremos los olímpicos y después vamos por la cuarta estrella", se entusiasma, en el frío de Ezeiza, Nicolás.