Alcanza con detenerse en una de las recientes fotos de Javier Milei para entender. Se lo veo con su habitual sonrisa de hombre averiado sobre un tanque de guerra argentino. La foto acompaña y completa el acto de la noche anterior: el llamado pacto de mayo, firmado en julio. Una imagen se adhiere a la otra.

Si reparamos en la foto, se ve al presidente como a un niño desbordado de emociones, junto su vice, Victoria Villarruel. Ella sí, una mujer que se ha ocupado en mostrarse como enteramente orgánica de una causa que no disimula. La carrera política de la Vice es inseparable de un grupo prominente de la Esma.
El capitalismo troll es un sistema de comunicación que interviene sobre la sociedad por medio de unos signos aparentemente desacoplados de su supuesto referente en la realidad. Este es el verdadero aporte ultraderechista en el gobierno, a las tácticas del poder. Son auténticos maestros del afecto del resentimiento, que llegaron a donde llegaron tras el fracaso de los maestros democráticos en el arte del afecto de la resignación. ¿Cuál es la principal diferencia entre ambos magisterios? Que los derechistas se dedican a acompañar el programa habitual de los conservadores con propaganda armada. Legal e ilegal: como parte clandestina del desfile realizado el pasado martes 9 de julio en Buenos Aires, hubo también un desfile en la avenida Cabildo de Ford Falcon, el automóvil predilecto de los grupos de tareas del terrorismo de Estado. Un publicista próximo al presidente pudo sintetizar la jornada del 9 del siguiente modo: "sacamos los tanques a la calle".

Por supuesto, corresponde entender que se trata de publicidad. Tanques y Falcon son ante todo eso: imágenes. No estamos en el 76, sino ante un nuevo tipo de propaganda armada de un grupo político identificable y en el Estado. Pero conviene no olvidar que la propaganda armada es propaganda de las armas. El hecho de que estemos ante un episodio puramente comunicativo -antes que bélico- no supone que se desvinculen en él política y represión. Si el carácter publicitario surge claramente de que ni los tanques forman parte de unas Fuerzas Armadas aptas para la defensa nacional, ni la represión actual se ejerce con aquellos Falcon, es menos obvio qué es lo que esa publicidad publicita: imágenes que aspiran a intensificar un deseo de violencia estatal legal e ilegal. Por supuesto luego que de un siglo de apuntar con sus fusiles y picanas contra el propio país, la Argentina carece de Fuerzas Armadas aptas para tareas de un auténtico interés nacional. Los militares están mental y técnicamente alejados de toda posibilidad de cumplir funciones nacional y populares de peso, tales como la defensa de recursos y riquezas que el Pacto de Mayo y la ley de Bases regala. Y por tanto el desfile solo puede apuntar en estas condiciones a despertar la memoria del horror y/o a mostrar a un Jefe de Estado roto jugando a los soldados sobre el doble silencio del genocidio y de unos militares incapaces de defender una sola causa digna.

Si hablo de propaganda armada es porque la iniciativa del gobierno hace desfilar a un cuerpo de Estado que está prácticamente en desuso, mientras entrena y equipa otro cuerpo estatal, el policía, a cargo de la represión del conflicto social. Las armas para mostrar no son las armas para usar. (Y otro tanto ocurre respecto de los Falcon: evocan extra-estatalmente la clandestinidad represiva emanada de los sótanos del Estado. Los servicios de inteligencia no usan ya esos autos, pero aquellos sótanos no están desactivados).

La propaganda armada es también un método de la política internacional. La ministra Patricia Bullrich anunció que la Argentina incluye a la organización palestina Hamas -que gobierna en la Franja de Gaza- en una lista oficial de grupos "terroristas". Se trata de la misma técnica, la misma irresponsabilidad, la misma disociación. Solo que desplegada de cara a las potencias de las que la Argentina se declara dócilmente dependiente. Cataloga como “terrorista” a una organización político-militar pero apoya al Estado colonial cuyas acciones terroristas -incluso genocidas- son por lo menos funcionales al hecho que esa organización utilice los métodos que emplea. Ni es posible ser una voz mundial autorizada contra el terror -como la Argentina pretende- apoyándose declamativamente en la máquina del terror occidental. Pero todo esto no causa una verdadera discusión porque en su propio funcionamiento el capitalismo troll anula toda discusión real. Ante cada “payasada” gubernamental, lo que predomina es la sensación de que no hay que tomarse las cosas demasiado en serio, pues nada en la política oficial pareciera ocurrir seriamente. Y esto es así porque la publicidad ha tomado por entero a la política hasta borrar la diferencia entre lo que es y no es cosa seria (la publicidad como el tema más serio del Estado). De hecho, por más declaraciones que se hagan la Argentina no aporta tropas -por ahora- en el conflicto de Medio Oriente. Ni siquiera llega a organizar su seguridad interna de modo mínimamente consistente (lo que se hace evidente, por ejemplo, ante la imposibilidad de regular la violencia de bandas en Rosario). Tanto Villarruel como Milani han explicado que los militares no quieren saber nada con volver a sumirse en el barro de los asuntos de seguridad interior, sobre todo porque no se les garantiza un posterior reconocimiento con impunidad.

La propaganda armada es la cumbre comunicativa del capitalismo troll. Es incluso la verdadera novedad política -novedad bolsonarista- que abre el segundo semestre de Milei en el poder. Al contrario del terrorismo de Estado que masacraba y torturaba ocultando, el gobierno actual juega con el espectáculo. Muestra lo que se supone que no hace: habla de guerra y represión, pero se dice un gobierno de paz y democracia. Dice una cosa para afirmar la otra. Y lo hace tanto dentro como fuera del país. Y si uno se toma en serio la discusión se encontrará con la repetición del mantra troll: son sólo imágenes, sólo palabras. Desde ya que no estamos en el 76. ¿Pero dónde estamos realmente? Estamos en el capitalismo troll. Cuyo régimen de signos opera por desimplicancia, desvinculando cualquier registro simbólico de realidad. Se trata de un régimen visual y verbal idiotizado en el que nunca hay que dar por hecho la relación entre lo que se piensa, se dice y se muestra. Da igual que reparemos en Milei y Bullrrich o en Sabag Montiel y Brenda Uliarte. Lo común en todos ellos es haber abandonado la responsabilidad del registro en el cual palabras e imágenes comprometen una correlación con la llamada realidad. Ellos disfrutan no ya de la relación inestable signo y referente. Sino de una ruptura entre ellos que permite obrar sin responsabilidad alguna. Si se habla de sacar los tanques a la calle ¿es sólo una bravuconada comunicacional? ¿Y cómo desligar este tipo de mensajes de la micropolítica represiva que estos días salpica bajo la forma de allanamientos a comedores populares a todo un mundo de activismo popular sin casi ninguna voz rompa el silencio? Se dice que en la marcha contra la Ley Bases hubo un "intento de golpe de estado" por partes de los manifestantes. Se dice que hubo "terroristas". ¿Cómo separar esa acusación bárbara y farsesca del hecho de que aun hoy hay personas detenidas? Se declara la incondicionalidad con el ejército de Israel: ¿cómo no esperar de ese alineamiento la importación de concepciones represivas coloniales y genocidas para tratar a aquellos que no tienen nada? Tratar a los palestinos como desposeídos siempre querrá decir tratar a los desposeídos como palestinos. Sólo que ese trato no podrá ser por siempre impune. La crueldad engendra réplicas.

Del mismo modo, si se dice "matar a la vice" ¿se habla "en serio" o se trata solo de una broma en redes? ¿O es que todo se ha vuelto tan poco serio que el poder judicial tampoco sentirá el paseo de investigar con rigor el episodio del 1 de septiembre de 2022?

El capitalismo troll habla así: se aproxima hasta el límite de lo que es aceptable decir y lo transgrede sabiendo que si fracasa no habrá consecuencias pues ya ha preparado un refugio hacia el cual retroceder en caso de fracasar declarando que todo de una broma. Así va tanteando y va desplazando -mientras lo degrada- el umbral de lo tolerable. El procedimiento es ya conocido: dado que quien habla es troll (loco, anónimo, camuflado o idiota), no se lo puede considerar un sujeto imputable. De ahí que sus dichos no puedan ser tomados -precisamente- "en serio". Milei, él y su rostro, constituyen en este sentido la superación o la encarnación del troll. En la foto no se ve del todo un Jefe de Estado en un tanque, sino un niño roto "jugando" a la guerra. Aunque a su lado -es decir, en la línea de sucesión presidencial- haya un cuadro orgánico del terrorismo de Estado. La propaganda armada propone deseos fascistas a una sociedad humillada. Pero la propuesta es hecha de modo tal que -como en las perversiones más groseras- nadie pueda ser responsable de sus consecuencias.