Me molesta mucho no haberlo sabido en ese momento, seguramente te hubiera advertido: “Mirá, esa opción descartala, te vas a complicar la vida”, y no sólo me hubiera equivocado, sino que hubiera sido peor para vos. Pero yo tampoco sabía cómo iba a terminar, a mí también me divertían tus aventuras con Ori, y me daba alegría verte por fin ilusionada con alguien, después de tantos años de saberte enganchada en una rutina de amargura y monotonía con Hugo. Lo vivía como un privilegio, me encantaba ser testigo de cómo te ibas liberando, me hacía admirarte todavía más. Me imagino que ahora estarás bien lejos, eso espero, ya acepté que tuviste que arreglar tus asuntos con otra gente.

No voy a insistirte, estoy resignada y entendí perfectamente que todo mi papel fue el de una secundaria, porque no te servía para resolver lo urgente y lo importante, así que mi lugar quedó deslucido al lado de toda esa red de contactos que te resultó más eficaz. Y pensar que siempre había creído que nos íbamos a tener a mano, la una a la otra de manera incondicional y en cualquier circunstancia. Por eso me dolió verte buscar otros recursos que ni vos ni yo pensábamos que tenías, sobre todo yo fui la más sorprendida. Seguramente ya sabías que contabas con esa cadena de favores, por eso se te veía tan desenvuelta, tan simpática de cara al mundo y reservabas tus preocupaciones y tus tristezas más íntimas para desahogarte conmigo.

Cada vez que llegabas, nos envolvíamos en la manta y no le prestábamos atención a la serie o a la música que hubiese quedado sonando, Mozart, Caetano o Rosalía, te daba más o menos lo mismo. Lo único que pedías es que hubiera un sonido de fondo, un ruido blanco, por si se despertaba Berni con las risas y pescaba alguna de tus frases. Tomábamos té helado en verano, infusiones con coñac en invierno y casi siempre bailábamos un rato. Como despedida, nos hundíamos en un abrazo largo y ritual, antes de que el taxi te pasara a buscar y salieras con el abrigo sobre el pijama. Era el mismo chofer con el que habías arreglado para venir, a veces traías helado de limón y champagne, el porro no faltaba, pero fumabas vos sola. A mí la maría me hace temblar y me deja muda de paranoia, así que prefería decirte que no cada vez que me pasabas el armado, distraída y colocada, con los ojitos azules entrecerrados. El pelo desteñido hecho un nido, te lo tirabas de un lado a otro de la cabeza, y yo lo veía caer sin ningún orden, como tus anécdotas. Y me decías que te quedabas un ratito más, que te enrollabas el último y te ibas, que te daba pereza salir de tan bien que estábamos, porque cuando llegabas a tu casa se acababa todo. Te metías directa en la cama y él no se daba cuenta ni que habías salido porque desde las once ya estaba dopado.

Yo te sugería que podías dormir en casa, que te daba ropa para el día siguiente, que desayunáramos juntas. Te tentaba con medialunas de jamón y queso calentitas, mates y jugo de naranja, algunos chismes de las compañeras, de cómo se habían rehabilitado las que habían podido zafar. Pero te reías, me rechazabas con ternura y decías que no querías que se despierte solo. Ahora se me atragantan las sospechas, y no puedo dejar salir ninguna, porque enunciar desconfianza me pondría en un lugar complicado, a mí y a vos, y a ese pobre chico que terminó haciéndose cargo de casi todo. Y la verdad es que yo no sé nada, si empezara a poner en duda de cómo se resolvieron las cosas, los dedos comenzarían a apuntarme, con esa facilidad con que la gente señala cuando no hay más nada que hacer. Para mí, lo vergonzoso es que parece que ya todo el mundo sabía algo, y es una tontería que me preocupe eso, una cuestión de orgullo. Como si toda nuestra historia se me hubiera venido encima y significara algo muy distinto de lo que yo creía que éramos. Para mí eras más importante que mi hermana, tan seca Laura, tan de otro planeta, en cambio vos… con vos sentía que nos conocíamos mejor que con nadie. 

Y, sin embargo, los secretos a voces siempre fueron mi talón de Aquiles, nunca me entero de nada y luego tengo que lidiar con la certeza nauseabunda de asumir que llego tarde a todo y la consecuencia es no poder quitarme esta sensación de ridículo arrasadora. Tendría que estar acostumbrada, pero es injusto vivir enganchada a un juego de balanzas, en donde siento que yo puse más. Hubiera sido más delicado de tu parte darme una pista, prevenirme y no dejar que siguiera dando la cara por las dos como una estúpida. Ahora parece como si una nube de silencios hubiera descendido y te estuviera protegiendo, hace dos años que ya nadie te menciona, y yo me siento impotente. Lo único que puedo hacer son ejercicios de memoria, volver los hechos al revés, como si se tratara de un libro que se pudiera leer hacia atrás y llegar a la línea perdida, a esa que no le di importancia pero que lo explica todo. Por ejemplo, el cinturón marrón, ¿desde cuándo lo tenías? ¿Y quién era ese doctor Weiss del que hablan los socios de él? ¿Quién te enseñó a hacer ese nudo? Dicen que se necesita mucha fuerza.

Ahora dirías que no iba por ahí, que me estoy enroscando en detalles que no tienen importancia, que fueron una suerte de casualidades que te salvaron el cuello y que yo hubiera hecho lo mismo en tu lugar. Pero la pregunta que no me dejo de hacer es si te pusiste a pensar alguna vez en qué hubiera pasado si él se hubiese despertado cinco minutos antes. Las dos sabíamos que no se podía tirar demasiado de la cuerda, que te estabas arriesgando con Ori, pero era un chico dulce y divertido, y estaba claro que necesitaba tu ayuda, aunque no quisiera pedirla, con esa familia tan desestructurada que tenía. Siempre amando nuestros reflejos nosotras, aunque él tenía talento, debe seguir teniéndolo, se necesita mucho ahí donde está, cuando salga va a ser joven todavía.

El funeral de Hugo fue rápido, los trámites no tanto, sabías que me iba a tocar a mí tratar con esa abogada, una verdadera tiburona, menos mal. Si no hubiera sido yo ¿Quién más sabía en dónde guardabas tus papeles? ¿A quién más le habías confiado tus claves de teléfono? Nunca supieron que fui la última en tenerlo, lo destruí antes de tirarlo ahí donde me pediste la noche anterior, me dejaste en un sobre de papel madera, así, sin darle importancia, me avisaste como al pasar antes de irte: mañana deshacete de esto, Hugo me regaló uno nuevo y acá quedaron demasiadas fotos de Ori.

Tu hija dijo que hacía cinco años que no se veía con ustedes dos. Es cierto, no acostumbraba a llamar desde el extranjero. Volvió tan pálida, te hubiera gustado volver a verla, es la mujer libre que vos hubieras querido que fuera, bueno, todo lo libre que se puede ser entre nosotras. Todavía le queda una pequeña cicatriz en la sien, pero apenas se le nota. Te ingeniaste bien para que quedara afuera de todo esto, en eso te felicito, pobrecita, ¿ella qué culpa tiene? Ahora parece que va a vender todo y se va a volver a ir. Está de gira con ese documental sobre la Jungla, el campamento de los inmigrantes sin papeles en Calais, no creo que vuelva por acá. Con el tiempo te va a perdonar, en realidad no sé si todavía te culpa. Ella más bien se quiso desentender del asunto, pero no sentí rastros de toda esa rabia que tenía de adolescente, cuando te habló de los tocamientos y te reprochó que vos lo encubrieras. También te digo que es lo normal, después de eso lo de ustedes no podía salir sin manchas, son difíciles las relaciones con las hijas, Laura no se habla con mi madre y soy yo la que ahora se tiene que hacer cargo de todo. Es una lástima que no hayas podido actuar en su momento, tampoco hubieras salido bien parada en aquella época. Ahora, quién sabe, seguramente entendió que también te cobraste lo de ella. Hoy por hoy salió bastante beneficiada, lo sabés.

Igual no te estoy reprochando nada, qué remedio tenías, lo único que espero es que en esta nueva vida puedas ser un poco más feliz. Él ya está tranquilo, de eso no tengas dudas, a su manera su existencia también era un infierno, aunque todavía no lo puedo creer, no puedo imaginarte haciendo eso, con tanta saña y de Ori no lo hubiera pensado nunca. No sabía que estaba enfermo, eso dijo tu abogada, y se sacó de la manga la grabación esa en que están los dos discutiendo, donde te amenaza claramente y después se escucha una cristalera rompiéndose. Con la tecnología que hay ahora no sé por qué nadie puso en duda la prueba, parecía una simulación por la forma en que se presentó así, de repente, mucho después de los hechos, con una testigo rarísima, brotando de la nada, Bianca, ¿quién la conoce? Dijo que recibió la grabación cuando trabajaba en el estudio de Hugo, y que no había podido decir nada porque tenía una cláusula firmada con la empresa para la protección de datos. Yo creo que deben haber untado gente, ¿pero vos? Vos tampoco tenías tanto dinero como para sobornar a jueces y empresarios, el dinero era de Hugo, ¿cómo pudiste? Calculo que te habrás aliado con la competencia, ni idea ¿a dónde te habrás metido? ¿cómo será tu cara, ahora? ¿y si todavía estuvieras por acá? No, imposible, muy arriesgado.

Es tanto lo que me quedó por preguntarte que no sabría por dónde empezar, en realidad sí sé que decirte: que soy una tarada, que hay días en que dudo si no me explicaste nada porque no confiabas en mí o porque querías protegerme. Voy variando, depende de lo respetuosa que esté con el tratamiento, yo tampoco te había contado nada de mis ataques, así que en ese sentido estaríamos a mano, o eso me digo en los días buenos, que son los menos. Pero no alcanza, en el momento más despistado me descubro afinando el oído contra la ventana porque creo escuchar el motor de un taxi y me asalta un nudo de bronca al descubrir cada noche, frente a la tele que tapa sin éxito los ronquidos de Berni, que todavía te extraño.

[email protected]