Migue y vos son re Ponyo me dijo Gianluca Zonzini, mi amigo visible pero no por eso menos mágico. ¿Viste Ponyo? No, le dije. 

Yo venía escondiendo la computadora para que mi hijo de dos años y ocho meses no cayera en la tentación del mundo pantalla de tan pequeño. Pero Miyazaki  fue la manera más maravillosa de comenzar a ver películas con él. Empezamos por Ponyo en el acantilado, seguimos por Mi vecino Totoro y cuando llegamos a La Princesa Mononoke me di cuenta de que era mucho más sangrienta que las otras: en ésta aparecía el Mal. ¿Te asusta? Miguel movió la cabeza de un lado al otro sin desviar su mirada y corrió mi mano que amagaba con saltear una escena en la que volaban cabezas. Quiero ver la de los lobos ma. La vimos muchas veces, yo lloro de emoción mientras la vemos. 

En particular me conmueve Mononoke por cómo aparecen lo salvaje y lo sagrado. A Ashitaka lo hiere un espíritu endiablado y así el Mal entra en él, que hasta entonces era un muchacho pura nobleza. Sólo puede salvarse de su maldición adentrándose en lo profundo del bosque donde viven los espíritus de los dioses y de donde, según le advirtieron, ningún humano sale vivo. Ashitaka montando su fiel alce rojo inicia la aventura y así conoce a San, la princesa de los espíritus vengadores (esa es la traducción de Mononoke). San es humana pero criada por lobos y sólo quiere matar a Lady Eboshi, quien desea destruir al espíritu del bosque. 

Fernanda Alarcón en sus geniales cursos sobre cine y género me enseñó a mirar con ojos menos ingenuos cómo se construyen los personajes de las mujeres en el cine y cómo eso devuelve modelos que en la sociedad recreamos y viceversa, esa  doble mirada entre lo que vemos y lo que nos mira, como diría Didi-Huberman. Miyazaki les da especial valor y fuerza a los personajes femeninos: San galopa feroz en el lomo de los lobos, los cura con su propia boca y es una hábil y valiente luchadora capaz de dar la vida para defender los bosques. La persona más sabia de la aldea de Ashitaka es una anciana que lee el destino en las piedras, es la que transmite la tradición, sabe curar con brebajes de plantas medicinales, todos respetan su palabra. Lady Eboshi es la líder de la ciudad del hierro, destruye el bosque para extraer los minerales y fabricar armas, entrena a todo el pueblo como a un ejército, a ella lo que la mueve es la ambición de poder. 

En una ceremonia de la que fui parte hace algunos años tuve una visión muy potente: un ciervo me miraba a los ojos. No se trataba sólo de una imagen, era una presencia. Nos quedábamos mirándonos un buen rato, profundamente. Luego, tratando de comprender algo de esa vivencia que tuve, sentí que en ese encuentro había una integración de reinos: el animal, por el ciervo en sí mismo, el vegetal, por la cornamenta que es como un árbol y el humano, por el contacto visual tan contundente, como mirándome y dejándose ver al mismo tiempo. Otra vez la doble via en la mirada. En Matate, amor, una novela valiente de salvaje poesía de Ariana Harwicz, que también llegó a mí de la mano de Gianluca, la protagonista tiene una revelación a partir de un encuentro con un ciervo. Hay algo en este animal que toca nuestro inconsciente y parece conectarnos con algo de nuestra naturaleza que desconocemos o que quizás, olvidamos. 

El espíritu del bosque en Mononoke es un ciervo con rostro humano, así dicen en un momento de la película. Yo veo más bien el rostro de un diablo bueno. Crecen las flores en el suelo a su paso y cuando retira su pata todo se vuelve ceniza. Él tiene el poder de dar o quitar la vida. Es el Dios de la vida y de la destrucción. Todo en uno. Eso me hace pensar en parir. Es una experiencia que le pide al instinto de supervivencia cambiar de prioridad. Pariendo la mujer siente que su cuerpo se parte en dos (de hecho eso es lo que sucede) y tiene que seguir haciendo la fuerza en esa dirección, una fuerza que pareciera entregar la propia integridad, física y psíquica, para dar la vida a la cría. Todo aquello que creías ser, todo lo que habías construido como “yo” estalla. Sagrada oportunidad.  Me resulta fascinante que el modo de llegar al mundo sea ese.

Palabras del propio Hayao: “Muchas de mis películas tienen protagonistas femeninas fuertes, niñas autosuficientes que no se lo piensan dos veces antes de luchar por lo que creen. Necesitarán un amigo o un partidario, pero nunca un salvador”

Este japonés sabio nos enseña de nobleza. Creo que es eso lo que me emociona tanto al verla con mi hijo. La crianza es de las cosas más intensas, desafiantes, hermosas y difíciles de la vida. Miyazaki resultó ser un gran aliado en ese camino.


Leticia Mazur es bailarina, actriz, directora y docente. Entrenó desde los 5 años en gimnasia deportiva  y luego se formó en la escuela de danza P.A.R.T.S. de Bruselas. Trabajó con De la Guarda y en la obra Secreto y Malibú presentada en festivales de todo el mundo. Fue dirigida por Diana Szeimblum, Carlos Casella, Javier Daulte, Edgardo Cozarinsky y Mariana Obersztern, entre otros. Bailó como solista junto a la Orquesta Hypnofón de Alejandro Terán. Sus obras más recientes como directora son La Lengua, Jugadora muda en bata y Los Huesos. Investiga a través de la improvisación corporal desde hace más de 20 años. Actualmente se puede ver su obra Los Huesos los martes 14, 21 y 28 de noviembre a las 21 en El Galpón de Guevara, Guevara 326.