Mayo de 1973. En una de aquellas desabridas notas con las que las revistas de actualidad fijaban su vista en el todavía novedoso rock argentino, una foto de Luis Alberto Spinetta con Pescado Rabioso llevaba una leyenda un tanto curiosa: “El Gardel de la generación rock”. Por entonces, con solo 23 años de edad, Spinetta –aun nadie lo llamaba “El Flaco”– encarnaba la vertiente más audaz de ese intempestivo río de música joven que parecía llevarse todo por delante. A punto de disolver Pescado Rabioso, el músico estaba en pleno proceso de composición de las canciones que, antes de fin de año, integrarían el álbum Artaud. Que la revista Siete Días Ilustrados recayera en el clisé del mito nacional para sugerir la grandeza precoz de un músico emergente, proveniente de un género parricida (la guerra del cerdo estaba en pleno desarrollo en aquella Argentina de expectativas revolucionarias), podía ser un desatino, quizá el apuro de un editor de sección.
Sin embargo, si algún joven artista argentino merecía entonces ser destacado como metonimia viviente de la llamada música progresiva, ese joven era Luis Alberto Spinetta. Durante largos años, cuando algún músico de tango, jazz o folclore quería demostrar que no era del todo indiferente al rock argentino, solía mencionar a Spinetta, esa brillante excepción. Pícaramente, la mención encubría el propósito de descalificar al rock como especie. Finalmente, siempre encontramos algo que nos gusta aún en territorios que nos resultan indiferentes.
Si bien el hecho de que se le hayan dedicado varios libros no debería llamar demasiado la atención, es un dato duro que la bibliografía sobre Spinetta creció exponencialmente desde el día de su muerte. Tanto el ciclo vital completo –en rigor, es imposible escribir biografías de gente aún viva– como el actual boom de libros de/sobre rock en nuestro país son elementos que ayudan a explicar la irradiación textual en torno a quién, como acertadamente señaló Mara Favoretto, es más que un músico de rock para el imaginario de los argentinos. Sin embargo, ese “más” no resulta equiparable al que indexó el fenómeno de los Redondos. Mientras la banda de Solari y Skay ha sido objeto de interpretaciones socio-políticas –el público de los Redondos devino tópico–, la escritura sobre Spinetta se ha concentrado en su poética “pura”, como si esta pudiera haber existido sin público y sin demasiado contexto histórico. Las condiciones de posibilidad del fenómeno “Spinetta” parecen menos claras –o menos necesarias– que las del fenómeno “Redondos”, por citar el otro gran tema de los libros sobre música popular en la Argentina.
Pero todo esto está en movimiento. Y lo seguirá estando. Los diferentes aspectos de la obra y la figura de Spinetta empiezan a revelar toda su riqueza y complejidad. Por lo pronto, ya no está sólo el muy buen libro de Eduardo Berti, Crónica e iluminaciones, editado en 1988 y luego ampliado y mejorado en 2014. Más tarde, las revistas La Mano y Rolling Stone dedicaron sendos números especiales que valían como libros. Juan Carlos Diez, amigo de Luis, prosiguió en Martropía el arte de la conversación según Spinetta. El exhaustivo Miguel Ángel Dente publicó Tícher de luz y Eliana Pirillo y Jorge Battilana, autores de Un vuelo al infinito, dieron cuenta de los sucesivos pasos del músico por Mar del Plata. El año pasado, en Tu tiempo es hoy, el historiador Julián Delgado abordó brillantemente la trayectoria de Almendra y su relación nunca denotativa con el clima de cambio político-cultural de los últimos dos años de la década de los 60. Con la misma tenacidad académica aunque centrándose más libremente en “el goce estético que significa, como lectores y melómanos, haber tenido el privilegio de acceder a su obra, de vibrarla en carne propia”, la investigadora y docente universitaria Sandra Gasparini compiló el volumen colectivo Iniciado del alba, una suerte de guía razonada para llegar a Spinetta a través del análisis de sus letras, sus modos de composición –en este sentido, destacó el artículo “Spinetta músico: notas sobre los raros” de Pablo Ansolabehere– y su modo de estar en el mundo de la cultura. También por esos días salió Una vida hermosa, el texto/homenaje con el que Miguel Grinberg rememoró los años en los que más cerca estuvo de Spinetta.
Carismático y creativo
Las últimas novedades que engrosan el estante “Spinetta” provienen de una investigadora argentina radicada en Australia, un escritor de ficciones fluviales anclado en el Tigre y un periodista de música popular que se mueve inquietamente entre La Plata y Buenos Aires. En el primer caso, con Mito y mitología (Gourmet Musical), Mara Favoretto exploró la dimensión mítica de quién, según su perspectiva, presenta la doble condición de haber sido adoptado por su público como leyenda y, al mismo tiempo, haber construido una mitología popular que satisface la necesidad de respuesta existencial de aquella audiencia. Es virtud de Favoretto, también autora del perspicaz Charly en el país de las alegorías, haber logrado que su documentado estudio saliera airoso del empleo de un marco teórico cuanto menos controvertido. Las distintas funciones que la autora observa en el corpus autoral de Spinetta (mística, cosmológica, social y pedagógica) no son erróneas aunque tal vez podrían hacerse extensivas a otros fenómenos de cultura popular contemporánea, siempre que queramos leerlos desde la particular óptica de Joseph Campbell, el gran investigador de los mitos.
El punto más interesante del libro de Favoretto es aquel que aborda el encuentro del artista con sus receptores, allí donde mito y mitología nunca dejaron de alimentarse recíprocamente ¿O acaso no sentíamos fascinación, un poco de desconcierto y finalmente sosiego espiritual cuando a nuestros quince años escuchábamos aquello de “Aguas claras de Olimpo”? Explica Favoretto: “Esto no es raro, ya que el mito florece cuando en una sociedad existe un espacio vacío que puede ser ocupado por un ser carismático y creativo en el que la audiencia encuentra una respuesta a su búsqueda de la belleza y de un sistema metafórico que funcione como una realidad paralela donde uno se puede escapar por un rato del contexto agobiante en el que le toca vivir.”
Escribir canciones fue para Spinetta un modo de compartir con sus oyentes su diario personal de lecturas. Baudelaire y Rimbaud. Una pizca de orientalismo y un empacho de surrealismo. Antonin Artaud, claro, al que le dedicó un disco impar. Y cierta inclinación por pensadores polémicos: Carl Jung, Wilheim Reich y Carlos Castaneda. También Michel Foucault, fugazmente. Y, hacia el final, Deleuze y Derrida. Si bien Spinetta incursionó en la poesía “pura” con su libro Guitarra negra, es en sus canciones donde habitan las resonancias más hondas de aquellas lecturas. Todo está allí, en esos artefactos sensibles de pura temporalidad. En El lector Kamikaze (Patria Grande), un ensayo poblado de ideas atrayentes y abundantes referencias a la historia del rock internacional, Juan. B. Duizeide analiza y contextualiza las marcas literarias y filosóficas que conformaron “el mundo” de El Flaco a través de los años. Al hacerlo, logra ir más allá de lo sabido o lo fácilmente constatable, como cuando compara la canción “Por” –tantas veces relacionada con el dadaísmo– con el poema de César Vallejo “La paz, la avispa…”
Desde el surrealismo a la ciencia ficción, y de la política de los 60/70 a las enseñanzas de “otras realidades” de Carlos Castaneda, Duizeide avanza hacia una suerte de biografía intelectual de Spinetta. Coincide con Favoretto en la apreciación del autor de “Durazno sangrando” como un creador que trascendió la antinomia nacional-extranjero (“En el caso de Spinetta, cabe plantearse el cultivo de una estética de la recepción; el desarrollo de una capacidad para asimilar influencias diversas, transformándolas de una manera que lo lleva a independizarse de ellas y en cierto modo superarlas”), pero su campo de exploración es la trama de lecturas en contextos históricos cambiantes. El “lector Kamikaze” que Duizeide examina no es tanto ese semi-dios con pase libre al Olimpo como el incansable agente cultural que, un poco a la manera de Borges, fue incorporando lo que “llegaba de afuera” para convertirlo en canción argentina.
Un disco, un libro
Si es lícito pedirle a la biblioteca Spinetta un mayor equilibrio entre el análisis de las letras y el estudio de las músicas, el flamante Tigres en la lluvia (Vademécum) de Martín Graziano pone el pecho a esa demanda y sale más que airoso. Si bien no se trata de un estudio musicológico en sentido estricto, el texto examina con preciosismo las circunstancias que dieron origen al álbum El jardín de los presentes. A partir de un cuidadoso trabajo con fuentes –revistas y diarios, conversaciones con testigos presenciales, consulta a músicos, etc.– Graziano desplegó su oficio de periodista musical con perspectiva historiográfica. Nacido de un momento de fértil hibridación entre géneros, El jardín... convocó al tango moderno a través de Mederos y Mosalini, al jazz-rock con Gubistch y Moretto y al más refinado rock progresivo en las presencias fundamentales de Machi y Pomo. Estas convergencias revelan, en el ágil relato de Graziano, la química de la música argentina en un momento particular de su desarrollo, cuando las aleaciones culturales más osadas contrastaban, no ingenuamente, con la siniestra realidad política y social. Esas aleaciones fueron refugio y esfuerzo contra-hegemónico. Como escribe Martín Rodríguez en su lúcido prólogo: “Retirado el mar de la política radicalizada, el rock quedó al desnudo: en su mercado, en su convocatoria, en su comunidad. El rock como sobreviviente.”
Sabemos que aquel disco, favorito de muchos de nosotros, nos regaló algunas de las canciones más perfectas de la música argentina: “Los libros de la buena memoria”, “Las golondrinas de plaza de Mayo” o “El anillo del capitán Beto”. Pero Graziano no cede a la tentación de convertir su libro en una exaltada la exégesis literario/musical. Tampoco se deja llevar por el frecuente método de lectura testimonial. Opta en cambio por describir las condiciones materiales y espirituales que produjeron el disco –cómo se grabó, de donde salieron las canciones, quienes debieron encontrarse para que aquello sucediera– y sugerir así los lazos velados que ataron a un artista a su inescapable tiempo. Nos cuenta entonces la historia breve e intensa de un trío mágico que al mutar en cuarteto con la guitarra supersónica de Tommy Gubistch logró su mejor disco y enseguida se separó, una brusca interrupción que no casualmente sucedió en el terrible fin de año de 1976.
Aceptando el convite de la editorial de centrarse en la anatomía de un álbum canónico, Graziano traicionó la consigna inicial para terminar escribiendo un libro que trasvasa la crónica del disco. Si bien por momentos demasiado inclinado a enfatizar relaciones quizá no tan significativas, el autor de Estación imposible y Cancionistas del Río de la Plata supo hallar en la historia coyuntural del rock argentino un microcosmos de relaciones humanas y sueños artísticos. Una (otra) manera de encontrarse con Spinetta. Seguramente, no la última: un vasto futuro le aguarda a ese tesoro de cientos de canciones que seguirá revelando secretos mientras haya un país que lo interrogue. Podemos imaginarnos a un capitán Beto del siglo XXI con la estampita de El Flaco prendida a su nave.