El racismo es una lente que hace que valoremos las vidas de formas distintas, en función del color, el dinero, el origen o cualquier otra característica que percibamos como adversa. Esa presencia del diferente se interpreta demasiado a menudo como una amenaza a la pureza, a la tribu, a la nación. Es un prejuicio irracional muy poderoso. El racismo está en la base de las dementes teorías de la ultraderecha. Así, se ve al diferente como portador de una impureza que envenena nuestra comunidad, un elemento que distorsiona nuestros derechos y nos impone una visión trufada de peligrosas fantasías raciales. El virus del miedo y el desprecio al otro se expanden por el mundo con más fuerza que la universalidad del derecho de asilo y de cobijo.

Sabemos que el equipo de fútbol de una nación es la representación simbólica de un país. Cuando ves jugar al once titular de la Selección sabés que estás viendo la representación de tu país y sabés, además, que el mundo entero lo asumirá como tal. Si son once tipos blancos, esa será la representación simbólica de tu país, y si es un equipo diverso, tu país lo será también, seas quien seas y votes a quien votes.

Ahora que nos atruenan fantasmas olvidados, un grupo de jugadores de la Selección Argentina se desatan y entonan cánticos racistas: “Escuchen, corran la bola, juegan en Francia, pero son todos de Angola”. “Su vieja es nigeriana; su viejo, camerunés. Pero en el documento, nacionalidad francés”. El estribillo hace referencia al origen étnico de algunos jugadores franceses, incluido Kylian Mbappé. Algo inadmisible. Con la que está cayendo. Hoy hay demasiado odio, demasiado dolor, demasiado de todo. La simpleza del texto señala a la migración como culpables del declive de Occidente (el relato de la ultraderecha internacional), de la pérdida de la pureza, de lo que Trump señala como la contaminación de la sangre. Esa bunkerización en la imposición de un “nosotros” a través de chivos expiatorios que amenazan nuestro bienestar, nuestras identidades, nuestros valores. Dejémonos de inocencias. El corte brusco del video demuestra la necesidad de borrar las huellas del delito. Sí, del delito de odio que impulsara a la Federación Francesa de Fútbol.

La batalla contra el racismo, que en teoría se podría explicar como defensa de la libertad, consiste en evitar el sufrimiento de los demás, no en alimentarlo; en desmontar su pulsión, no en elevarla; en denostarlo, no en normalizarlo. Hay un racismo que idolatra la violencia y sus placeres coercitivos y que se manifiesta en la necesidad de satisfacer un estimulo obsesivo de superioridad. Es la vorágine posmoderna del individualismo neoliberal que confluye en una visión de la libertad ajena a los imperativos sociales, lejos de entenderse y de pensarse a través de los demás. Un mundo donde se debilitan las formas éticas, de solidaridad y de ciudadanía, donde desaparece el pensamiento propio, la reflexión, la mesura y la racionalidad.

El rostro del diferente define el comienzo de la ética. No hay ejercicio más difícil -y quizás, más esencialmente humano- que preguntarse por las necesidades y emociones del otro. El derecho a emigrar es un derecho fundamental vigente. Es también el más antiguo de los derechos humanos, al haber sido formulado por primera vez en el siglo XVI por Francisco de Vitoria. Extranjero es una hermosa palabra si nadie te obliga a serlo. La Selección Argentina debe saberlo, pedir perdón, y tener un enorme respeto por aquellos, que lejos de sus países, luchan diariamente por sacar adelante sus vidas.

(*) Periodista, exjugador de Vélez, clubes de España y campeón mundial 1979