“Su nombre es Tekla y es georgiana. ¿Alguien ha visto a Tekla?” La breve descripción e inmediata consulta se repite en varias oportunidades a lo largo de Caminos cruzados, el nuevo largometraje del realizador sueco, de origen georgiano, Levan Akin, reconocido internacionalmente gracias a su tercer largometraje, And Then We Danced (2019), inédito en nuestro país. Quien pregunta y repregunta es Lia, una profesora jubilada que ha cruzado la frontera que separa Georgia de Turquía y anda recorriendo las calles de Estambul en busca de su sobrina Tekla, una mujer transgénero que, cansada del rechazo de la sociedad de la pequeña ciudad donde nació -y del de su propia familia, Lia incluida-, decidió hace años reinventar su vida en la ciudad turca. Ahora, luego de la muerte de su hermana, Lia intenta cumplir la promesa que le hizo a la madre de la joven en el lecho de muerte: hallarla y, con algo de suerte, llevarla de vuelta a casa. En el camino, tal vez, también hacer las paces consigo misma, luego de un extenso proceso de reconciliación con la idea de que existen otras formas de identidad alejadas de la tradición.

En las diversas estaciones del periplo exterior (el interno, desde luego, corre en paralelo) la acompaña Achi, un joven veinteañero también nacido en Georgia que sueña con alejarse de su hermanastro. Al dúo se le suma una joven abogada de Estambul llamada Evrim, conocedora de las leyes de la supervivencia en las calles y activista por los derechos de las trabajadoras sexuales, que en términos personales lucha por obtener un cambio oficial de género. Presentada en el reciente Festival de Berlín como película de apertura de la sección Panorama, Caminos cruzados se aleja de la simple cobertura de la agenda de género para intentar un retrato multigeneracional en el cual las diferencias y similitudes chocan y se entrelazan. Una particular road movie citadina que compone en Lia un personaje contradictorio, una mujer en lucha por comprender el mundo al tiempo que el suyo comienza a mutar definitivamente. El largometraje de Akin tendrá su estreno en salas de cine el próximo jueves 25, un mes antes de su desembarco en la plataforma Mubi.

“No fue la situación de las personas trans en Estambul lo que me interesó en particular”. Así de claro es Levan Akin a la hora de describir una de las temáticas de su película. “Mi película previa generó un debate importante en Georgia, donde fue filmada. Un debate muy polarizado entre las nuevas y las viejas generaciones”. La historia de And Then We Danced, que formó parte de la sección competitiva Quincena de los Cineastas del Festival de Cannes, transcurre en el seno del Cuerpo de Danza Tradicional de ese país. Allí, un joven bailarín se ve enfrentado a un dilema de ardua solución: la súbita atracción sexual por un compañero de baile y principal competidor por un puesto de relevancia en el grupo. El debate al que hace mención el realizador llegó a incluir al propio director de ese cuerpo de baile en la vida real, quien afirmó que “no hay bailarines gay dentro de la compañía” y a varios grupos conservadores, entre ellos el partido político de ultraderecha Marcha Georgiana, cuyo líder declaró que la película era “un ejemplo perfecto de propaganda gay sin valores artísticos; propaganda sobre la sodomía y la asquerosidad”, amén de varios pedidos de censura en la capital georgiana, Tiflis.

“Me parece que el debate es necesario, pero de ninguna manera es blanco o negro. Me interesaba contar una historia de alguien que forma parte del colectivo LGBTIQ+ desde el punto de vista de un familiar de cierta edad. El aspecto trans del relato tiene un origen claro: mientras estaba en Georgia me encontré con algunas mujeres trans que me contaron que solía viajar a Estambul para trabajar. Finalmente, siempre quise filmar en esa ciudad; me parece un lugar fascinante, con una cualidad transitoria. Una ciudad que siempre evoluciona y cambia, que me fascina desde la infancia, ya que cuando era chico solía ir de visita con mis padres para visitar familiares. Fue una verdadera combinación de cosas la que terminó derivando en Caminos cruzados”.

EN LA CIUDAD

A su manera, la película de Akin funciona como un particular buddy film, con una pareja que es despareja en más de un sentido. Poco afecta a los afectos superficiales, Lia (Mzia Arabuli, la única actriz profesional del reparto) acepta con cara de perro la compañía de Achi (el debutante Lucas Kankava), cuya ansiedad por escapar de un hogar que claramente lo asfixia lo empuja a aprovechar la oportunidad. Así, bajo la mirada severa de Lia, Achi conduce con la música al palo hasta el puerto, donde los espera el ferry que los llevará de un país a otro. “Esto es igual al otro lado”, afirma el joven apenas apoya los pies en Turquía. “¿Qué esperabas”, le espeta la ex docente, sin ánimos para trabajar el sentido del humor. De allí a un largo viaje en ómnibus que los lleva a la gran urbe, a la abigarrada Estambul, con sus puestos callejeros, sus guías turísticos improvisados pero siempre dispuestos y la enormidad de las calles y avenidas. Hallar a Tekla, más allá del dato que Achi afirma poseer, no será tarea sencilla.

En paralelo a la búsqueda de un hotel en el cual ambos pasarán las siguientes noches, Evrim (Deniz Dumanli, otra debutante) corre a la comisaría a sacar de la celda a un niño detenido por una denuncia de hurto. Es el mismo niño que, acompañado de una nena aún más chica que él, hizo las veces de guía de la pareja de visitantes georgianos. En esos cruces casuales, Akin introduce un elemento azaroso que seguirá utilizando hasta el final de la película. Recurso formal que introduce un elemento esperanzado, juego narrativo que pone de relieve el choque entre los deseos y la dura realidad. “Siempre me interesó el personaje de Evrim, la abogada. En el primer borrador del guion ella conocía a Lia mucho antes en la historia, y comenzaba a ayudarla en la búsqueda de Tekla. Pero después me di cuenta de que era más interesante mostrar la vida de Evrim por su lado, en solitario. El origen de todo eso es la investigación previa que hice en Estambul, y varias escenas están basadas en experiencias que tuve durante esa investigación, con la gente del lugar”.

Levan Akin cree que, en algún punto, hay algo del viejo cinema verité en su película. “Hay cosas que vi y que quise compartir con el público, pero tuve que convertirlas en una historia de ficción. En parte porque es algo necesario para conseguir financiación: mostrarles a los posibles productores un guion es un paso inevitable. Pero un anhelo de base era el hecho mismo de estar en Estambul y filmar a esta gente. Es algo fascinante filmar las calles y los rincones, pero también mostrar la solidaridad dentro de la comunidad trans. La resiliencia de Avrim, por ejemplo, es algo que vi en la realidad. No es que me haya sorprendido, pero sí me puso muy contento advertir eso”. El estilo de Caminos cruzados es eminentemente realista. La cámara, casi siempre en mano, sigue de cerca a los personajes en la pesquisa y en los momentos de descanso: las comidas, algún baile, también las discusiones entre Lia y Achi, que no son pocas. Cuando Avrim es plantada por una cita, el detalle de su caminata ofuscada también es registrado con un estilo urgente. Allí el realizador introduce un giro que redirige las expectativas del espectador, que seguramente imagina que el taxista que la persigue con su auto tiene intenciones poco santas. De eso trata, en parte, la película: de los prejuicios y de cómo muchas veces pueden ser derribados por la realidad.

En otras ocasiones, la cámara adopta modos más elegantes, como ocurre durante un magnífico plano-secuencia que avanza junto con los personajes hacia el interior de un ferry y lo atraviesa de lado a lado, subiendo a la primera clase para volver a descender. Como si Akin intentara reflejar las diferencias sociales con un solo golpe de pincel. “Muchas de esas ideas ya estaban plasmadas en el guion, porque la intención era que la cámara se sintiera como un personaje más. Como una persona que observa. A veces mira desde la distancia, a veces sigue a los personajes, como si fuera un espíritu, un fantasma. Hubo muchas instancias de rodaje a lo guerrilla. Pero también es cierto que aparecen esas escenas con steadicam que son muy diferentes. Con el equipo vimos varias veces Yo soy Cuba, la película del georgiano Mikhail Kalatozov, que se transformó en una referencia ineludible por su uso de los planos en movimiento extendidos en el tiempo”.

MÁS CORAZÓN QUE ODIO

Suele decirse que el casting es uno de los procesos más importantes para el éxito artístico de una película. Sin duda lo fue en este caso y, según las palabras de Akin, también en su film anterior. “En Caminos cruzados fue aún más difícil, porque el reparto es más amplio y mezcla profesionales con amateurs, o no-actores. Además, los tres personajes son importantes y debían tener su propio peso específico. También hay muchos roles secundarios y algunas personas no llegaron a aceparlo hasta muy cerca del comienzo del rodaje. Realmente soy de la idea de que, en un film como este, si no es posible encontrar a las personas adecuadas para cada papel es mejor no hacerlo. Lo difícil en términos de dirección actoral fue encontrar un tono similar para todos, pero lo que terminó ayudando mucho fue el hecho de que el personaje de Lia es una maestra. El docente suele tener cierta presencia, cierta autoridad, y aquí ese detalle del personaje ayudó durante la filmación, en particular a la hora de desarrollar la relación con Achi”.

También suele decirse que las películas de viaje reflejan los diferentes paisajes en cambios interiores, algo que para el realizador es esencial en la construcción dramática de Crossing, su título original, que permite múltiples lecturas: el cruce de la frontera, el de los personajes en la gran ciudad, el de género que Tekla realizó en el pasado, el que embarga a Lia, dispuesta a perdonarse y quizás reconciliarse con otras formas de pensar e imaginar el mundo. El film de Levan Akin puede describirse como un relato coral, pero es ella quien termina ocupando el centro de la imagen luego de una larga caminata en la costanera, antes de regresar a su país. El juego narrativo del final –jugado, extremo, ¿engañoso?– puede desconcertar a algún espectador, pero no derriba las virtudes de Caminos cruzados. A fin de cuentas, el punto de vista más importante, el definitivo, es el de Lia, quien ya no es la misma que al comienzo. En la confirmación de que el pasado no puede regresar se entrelazan el dolor, la melancolía y la conciencia de un cambio interior. Mirar el mundo y a los otros con nuevos ojos es posible, siempre.