Tenía una certeza profunda, inquebrantable, que guió cada paso de su vida y de su obra. “El hombre no ha de terminar en la Tierra”, escribió Gyula Kosice en 1944, con apenas veinte años, en la revista "Arturo". Y a partir de esa premisa desató sus potentes creaciones. Con envidiable pasión, indagó y le presentó su propuesta tanto a Ray Bradbury como a miembros de la NASA.
Además, el autor del manifiesto Madí y maestro del arte cinético y lumínico, planificó cada detalle de la ciudad hidroespacial que por estos días se puede ver en la deslumbrante Gyula Kosice intergaláctico, con curaduría de María Amalia García y Mari Carmen Ramírez. La muestra –que provoca un chispazo de felicidad instantáneo– luego se exhibirá en el Pérez Art Museum Miami y en el Museo de Bellas Artes de Houston. Hoy las piezas de la ciudad hidroespacial en su mayoría integran la colección del Museo de Bellas Artes de Houston; otras están en el Pompidou, en colecciones privadas, en el Planetario, y en el Museo Kosice.
En 1982, Kosice presentó su propuesta a investigadores y astrofísicos de la NASA. Cuando le dijeron que no era posible concretar su idea, no se dio por vencido. Para el artista, la superpoblación mundial imponía pensar otros sitios para habitar. “Sólo utilizamos una mínima proporción de nuestras facultades mentales adaptadas a módulos que derivan de la arquitectura llamada moderna o funcional. Es decir, el departamento o la celdilla para habitar, que una sociedad de clases nos impone en su economía y su explotación compulsiva”, escribía Kosice en su manifiesto Arquitectura y urbanismo hidroespacial, ya en 1972.
En el año del centenario del nacimiento de este visionario artista argentino, el Malba presenta una exposición monográfica dedicada a su obra, con el propósito de destacar su rol pionero y reposicionarlo en el contexto internacional del arte de posguerra. Con más de 80 obras creadas entre 1950 y 1980, la imperdible exhibición evidencia el hacer revolucionario de Kosice: esculturas de plástico, relieves cinéticos y gotas de agua, la mayoría con luces y movimiento, activadas por aireadores y motores. Hay esculturas que contienen agua y otra donde el agua se desplaza por el exterior.
Esta es la primera exhibición en la que se revisa exhaustivamente la producción del artista, que murió en 2016, incluyendo su archivo, historiografía y publicaciones. “Kosice no solía invitar a especialistas para que escribieran sobre su obra, sino que escribía sus propios textos. Este estancamiento de la lectura sobre su producción –que no haya habido otras lecturas más que las propias, en términos de publicaciones, entre otros materiales– afectó su proyección internacional”, señala García.
Es la primera vez que se exhibe La ciudad hidroespacial en su conjunto en Argentina en más de 30 años. En esta ciudad, integrada por hábitats –viviendas espaciales móviles y acoplables, donde uno podría unirse a otra célula hidroespacial y cuando quisiera seguir en forma independiente– Kosice desplegó su visión poética de una sociedad utópica. Imaginó espacios “para albergar los deseos de la mujer y los deseos puntuales y abstractos”, lugares “para establecer coordenadas sentimentales, corporales, copulativas, sexuales y eróticas en levitación sublimada” y otros para “la ternura”, “para hamacarse en las utopías que existen hasta que dejan de serlo, y exigen otras” y “para la evocación paralela del verbo amar con el fulgurante hidroamor correspondido”, entre otros mágicos espacios que menciona en 500 lugares para vivir: La ciudad hidrespacial (editorial Akian). “Representa una crítica al sistema capitalista y a la tecnología”, señala Ramírez. Es una ciudad que está pensada con hábitats que representan lugares para alimentar la mente y el espíritu. En esta ciudad en las alturas, el artista imaginó una distribución equitativa de la riqueza: “Socialismo organizado”, definió.
Debido a la superpoblación, los hidrociudadanos podrían regresar a la Tierra por un tiempo, pero no habitarla permanentemente. En esta polis imaginó lugares poéticos, donde el hombre podría evadirse de la monotonía, en espacios para experimentar la libertad. Imaginó un “lugar improvisado donde el azar es corregido y el absoluto es una quimera”, un espacio para “contar con el arte para arrinconar la verdad” y otros sitios especiales para “amaestrar el cosmos”. Ideó un espacio “para sobrevivir en cuerpo y alma al lenguaje deshumanizado”: para Kosice, palabra y poesía eran indisolubles de su obra escultórica. “Kosice tuvo plena conciencia de que lo escultórico era solo un paso en dirección hacia el pleno logro de su meta: valerse del arte para forjar un nuevo modo de organización social. Para alcanzar tal objetivo, lo escultórico debía anularse a sí mismo”, señala Mari Carmen Ramírez.
Nacido bajo el nombre de Ferdinand Fallik, Kosice creó en 1946 la mítica revista "Arturo", y fundó junto con Carmelo Arden Quin y Rhod Rothfuss el movimiento Madí, una de las corrientes artísticas de vanguardia más importantes del continente. Fue pionero en utilizar el agua y el gas de neón en una obra de arte, y el primero en Latinoamérica en realizar una escultura articulada y móvil (“Röyi”, 1944). Presentó más de medio centenar de exposiciones individuales, participó en 500 muestras colectivas y publicó una veintena de libros. Sus creaciones integran el acervo de museos y colecciones privadas de Argentina, América latina, Estados Unidos, Europa y Asia.
En la exhibición se incluyen sus obras más tempranas, que evidencian su espíritu revolucionario. Se propuso, sostuvo Mari Carmen Ramírez en la conferencia de prensa, “renovar el medio escultórico desde el punto de vista del espacio, la materialidad y el movimiento”. El joven Kosice rechazó desde sus inicios la concepción tradicional de la escultura, en términos de volumen y masa. Con su “Röyi”, quebró el concepto de masa con una estructura dinámica (que además requería de la participación del espectador, que podía manipular y mover la pieza).
Siempre estuvo focalizado en la invención y en la experimentación: había asimilado de una vez y para siempre el paradigma de la vanguardia. Lo suyo era lanzarse a creaciones nunca antes imaginadas. “Kosice se fascinaba con la noción del espacio. El espacio no como un contenedor de objetos, sino como una entidad en sí. Él quería asir el espacio invisible: es lo que yo llamo una plasticidad espacial”, afirma Ramírez, para quien esta búsqueda lo llevó a experimentar con las transparencias.
Para lograr las sutiles transparencias que captan nuestros ojos cuando se posan en sus piezas escultóricas, Kosice experimentó con plexiglás y con acrílico. Como un artista científico, superpuso volúmenes creando nuevas formas, cortó el plexiglás en finas líneas generando movimiento. Sumó metales (que posibilitaron que la luz se refracte en la superficie). El estudio de la luz fue clave en su desarrollo escultórico no tradicional: se convirtió en maestro de la luz y el movimiento.
Experimentó también con tubos fluorescentes. Con neones, creó grafías lumínicas y relieves cuya luz provenía del interior, del corazón de la pieza. Sumó motores con filtros que evidencian su interés por el movimiento en las esculturas.
Pero sin dudas, su mayor invención consistió en sumar agua (bien finito, vital) en sus obras. Fue el primer artista en el mundo que creó obras con líquido. Algunos críticos de la época caracterizaron su idea como el desarrollo más revolucionario en la historia del arte del siglo XX. Con el agua, unió de manera indisoluble arte y vida en sus piezas escultóricas.
“Kosice estaba tan consciente de la radicalidad de la propuesta que asume su identidad con el agua. Dice: Yo soy el agua. No sólo se identifica con el agua, sino que crea todo un sistema lingüístico de neologismos basado en el agua”, señala Ramírez. Y para que incluso tuviera más fuerza su planeamiento hidroespacial emplazaba sus esculturas en lugares públicos, para repensar el vínculo entre obra y naturaleza.
El niño Kosice tenía apenas 4 años cuando viajó en barco desde Kosice, en Checoslovaquia (actualmente Eslovaquia), hasta el puerto de Buenos Aires. El maestro de infaltable guardapolvo gris recordaba que lo único que vio por más de 40 días durante aquel viaje fue cielo y agua cristalina. Estela y agua forjaron desde pequeño su gran ilusión vital, que desplegó primero con poesías experimentales, entrevistas, y textos para luego crear su obra maestra: La ciudad hidroespacial.
Gyula Kosice intergaláctico se exhibe en el Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415. De jueves a lunes, de 12 a 20, y miércoles desde las 11. Martes cerrado.