No se anduvo con muchas vueltas Linda Thompson al momento de escribir las líneas que abren su nuevo disco: “Tenía una voz clara y verdadera/ y ahora esa voz se fue”. Tras arrastrar desde mediados de los 80 una disfonía progresiva de origen neurológico que le hizo cada vez más difícil cantar, a sus 74 años acaba de lanzar un bellísimo álbum de composiciones propias con voces a cargo de un elenco estelar de familiares y amistades. Todo un gesto de despojo para esta cantautora que, considerada una de las voces doradas del folk británico, apenas grabó cinco discos en los últimos cuarenta años y se presentó en vivo en contadas ocasiones en todo ese tiempo. "No sé si lo que hicimos para este disco fue exactamente una idea brillante", confesó entre risas al New York Times. "Más bien fue la única idea".
Rufus y Martha Wainwright, Eliza Carthy, John Grant, The Proclaimers, su hija Kami y su ex Richard Thompson prestan su talento vocal a este trabajo (producido por su hijo Teddy) que en una vuelta de tuerca humorística decidió llamar Proxy Music. Y ahí está ella en la tapa, posando exactamente igual que Kari Ann-Moller, la diva noruega que ilustraba el primer disco de la banda de Eno y Ferry. Solo que, en lugar de la expresión ardiente de la modelo original, Linda se muestra de lo más feliz con su maquillaje de colores brillantes y su traje de bailarina de vaudeville con piernas descubiertas, recostada sobre sábanas blancas con una rosa en la mano y riendo con la travesura. “Me resultaba muy divertida esta idea de interpretar a una pin up anciana”, contó. “El fotógrafo me pedía que imitara los labios de la foto original, pero cuando intenté hacerlo tuve una especie de rigor mortis que se veía como una mueca de dolor. Todo era muy gracioso, y la foto original es tan tonta que decidí hacerla peor”.
Surgida de la escena folk de finales de los sesenta en Londres, donde forjó amistades con John Martyn, Sandy Denny o Tim Buckley y vivió un breve romance con Nick Drake, en 1972 se casó con el guitarrista y cantautor Richard Thompson, con quien grabó seis celebrados trabajos que culminaron con ese magistral disco de separación que lanzaron en 1982 y titularon Shoot out the lights. Las peleas entre ambos guardan un lugar legendario entre las parejas del rock, con Linda pegando pataditas en los tobillos durante los últimos shows a su marido, que había decidido terminar la relación poco antes de que ella diera a luz a Kami. “A la salida de uno de esos recitales destruí un camerino, y el tipo que organizó el espectáculo me dijo: ‘Tuvimos a los Sex Pistols tocando acá y vos sos peor’”, contó recientemente. “Yo pensé: eso es fabuloso, ¿podés repetirlo? Fue como una adolescencia tardía, me sentía atrapada en este grupo de personas misóginas y todo eso era mi rebelión.”
Los problemas de Linda con su voz provienen de un trastorno psicogénico que lleva a que los músculos de la laringe se tensen y estrangulen las cuerdas vocales, una complicación que comenzó en 1972 con su primer embarazo y que hoy hace que cantar le resulte directamente imposible. Poco después de su separación grabó un álbum como solista, pero entonces su condición empeoró. A partir de los 90 se centró en su vida familiar, abrió una joyería de antigüedades en la Bond Street en Londres y se alejó de la música hasta comienzos de este siglo, cuando acompañada por un tratamiento médico emprendió un cuidado regreso. Desde entonces lanzó tres discos en los que su voz atesora una sustancia pulida con maestría de orfebre, como si el temor a no poder volver a cantar la hubiera llevado a cantar como nunca. En el último de ellos también participaron Richard, Kami y Teddy: con una tapa que la muestra de espaldas a la cámara mirando al mar, Won’t be long now (2013) traía consigo un gusto a triunfo y despedida, y los once años que pasaron desde entonces parecían confirmar esa idea. Pero nunca dejó de escribir y mostrar canciones a su familia, y poco a poco Proxy Music comenzó a tomar forma.
El disco abre con “The Solitary Traveller”, un valsecito circense con tono de parodia autobiográfica donde Kami interpreta la historia de una mujer que pierde a su pareja y encuentra en soledad la felicidad que no había tenido hasta entonces. “Con Richard leíamos a Gurdjieff y todos esos terribles charlatanes viejos y nos creíamos todo el asunto”, apuntó Linda. “Éramos como un rincón de pseudo-intelectuales. Nos tomábamos muy en serio, y ahora no puedo tomarme nada de esto en serio”. Esa idea, presente desde la tapa, recorre todo Proxy Music, cuyo origen tuvo lugar con la pieza que finalmente ocupó el segundo track, “Or Nothing at All”, una preciosa balada al piano con Martha Wainwright en voz. Ni bien terminó de componerla, Linda se la mostró a Teddy y le comentó que la imaginaba cantada por Martha. “¿Y por qué no lo hacemos?”, respondió él, que terminó ocupando el papel de productor.
El resto de las canciones navega por aguas calmas con oleadas de humor cinceladas por la pluma de Linda, omnipresente en todo el disco más allá de que solo aparece en coros en "I Used to Be So Pretty", donde la británica Ren Harvieu se hace cargo de una letra en la que su autora se permite reír de la pretendida sabiduría que llega con la edad. Rufus se luce en “Darling This Will Never Do”, mientras que otro de los puntos altos es “John Grant”, con el impredecible cantautor estadounidense del mismo nombre poniendo voz a su propia historia. El círculo de íntimo del álbum cierra con la balada folk “Those Damn Roches”, interpretada por Teddy y las voces combinadas de prácticamente todos los colaboradores. Un homenaje a las dinastías musicales familiares que a la vez se permite un toque irónico: “No podemos llevarnos bien/ salvo cuando estamos separados”. La multitud al unísono del estribillo final resume el espíritu contra viento y marea del álbum y lleva en alto la voz de Linda con un mensaje que se redobla en fuerza a partir de su historia: “Unidos en sangre y canción, ¿quién puede rompernos?/ Cuando cantamos alto y fuerte, ¿quién puede vencernos?”.