Una nota en Página 12 advierte acerca de la censura en el INTA: afirma que, en ese espacio, se prohíbe hablar de "cambio climático", "agroecología" y "sustentabilidad" así como de “género”, “biodiversidad”, “huella de carbono” y “prohuerta”. La censura respecto de estos tópicos contrasta con la difusión de propaganda oficialista en las computadoras de todos los empleados públicos. Estas prohibiciones se transmiten de manera informal, oralmente, sin que ninguna disposición formal las avale.
Esta nota me remite a la potencia de la palabra, a su inmenso poder. Sólo así se entiende que caiga bajo la prohibición, que sea tan temida. No es la primera vez que en nuestro país se intenta enmudecer a las palabras, coartar sus efectos. Las dictaduras lo hicieron, en el 55, desde luego, y --por supuesto-- en el 76. También quisieron asesinarlas con la prohibición de los libros, de las canciones, de todo espacio en el que pudieran hacer de las suyas las peligrosas palabras. Luego, como no les bastó con esos intentos para callar los mensajes que transmitían, hicieron desaparecer primero y asesinaron luego a muchísimos de los mensajeros, a los siempre presentes 30.000.
Cuando Freud repasa su propio recorrido, confiesa que su uso de las palabras “pulsiones sexuales” le trajo impugnaciones y críticas que él podría haberse ahorrado al utilizar términos más “encumbrados”. Pero Freud eligió otra vía. En ese sentido, afirmó: “Pero no quise porque prefiero evitar concesiones a la cobardía. Nunca se sabe adónde se irá a parar por ese camino; primero uno cede en las palabras y después, poco a poco, en la cosa misma” (1). Desgraciadamente, los empleados del INTA no se encuentran en posición de enfrentar a quien podría dejarlos cesantes por no cumplir con las nuevas normas y no por ello hacen concesiones a la cobardía. Otros, independientes de esas jerarquías, podemos decir las palabras, pensar qué expresan, averiguar qué es lo que quieren oscurecer al censurarlas.
Las palabras desalojadas del INTA sin duda son un peligro para algo o para alguien. Se trata del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria. El mismo se ocupa de investigar, promover y facilitar tecnologías a los actores que se ocupan del agro; de favorecer --supongo-- una mejor productividad. Exploro en Internet y encuentro que el INTA pone foco en la innovación e investiga, según dicen:
“Intensificación sostenible de sistemas agropecuarios.
Adaptación al riesgo climático.
Gestión sostenible de los recursos naturales y del territorio.
Valorización integral, calidad agroalimentaria y bioindustrial.
Desarrollo desde la bioeconomía en los territorios”.
Estos ítems figuraban en una página, Somos INTA, a la que ya no se puede acceder. Parte de las palabras prohibidas habitaban ese espacio. ¿A quiénes podría perjudicar este decir? Si se habla de lo “sostenible”, se hace referencia al cuidado que asegura que algo se mantenga durante largo tiempo sin afectar los recursos. La tala de bosques no lo sería, los emprendimientos inmobiliarios próximos a humedales tampoco. La destrucción de los glaciares por la minería no sería ni sostenible ni sustentable ni tampoco lo serían los monocultivos que desertifican los suelos. Así, podríamos enumerar muchas actividades dañinas para la vida si carecen de regulaciones. ¡Una sola palabra tiene la virtud de detener numerosos emprendimientos, muchísimos, que dejan enormes ganancias al depredar recursos!
El cambio climático es un hecho que, sin embargo, algunos consideran mito, posible de ser creído o no. Entonces, la prohibición debe ser coherente con el pensamiento mágico de esos incrédulos. ¿Y si, en base a datos incontrovertibles, decimos que existe qué sigue? De nuevo, restricciones que disgustan a los que podrían ganar más si no tuvieran que respetarlas.
La calidad agroalimentaria y bioindustrial también obliga a detener avances que ponen en peligro la vida misma. Parece que el INTA tiene el saber hacer, como para que los avances respeten la calidad. Claro que, en ese caso, hay enlentecimiento, hay evaluación de riesgos, hay cuidado y, muchas veces, restricción. De nuevo, obstáculos al lucro. Asimismo, la bioeconomía alude al cuidado de la vida en la gestión económica. Quizás sea una palabra muy relacionada con la biodiversidad, una palabra --por lo tanto-- muy peligrosa. Los movimientos prohuerta estimulan y asesoran acerca de la diversificación de los cultivos y los pequeños emprendimientos, incluso las huertas domésticas. Todo esto afloja la dependencia de las grandes empresas. Malo, muy malo para los grandes negocios. La huella de carbono delata la emisión de los gases de efecto invernadero que colaboran en el cambio climático aportando al calentamiento del planeta. La restricción en el uso de cierto tipo de energías, la transición a energías limpias y los controles en la producción en general son los medios de los que se dispone para mejorar estos efectos.
Conclusión: las palabras son sumamente peligrosas para las ganancias inescrupulosas de muchas empresas, todas las que priorizan sus ganancias por sobre el cuidado del planeta. Libertad, entonces, libertad de ganar incluso al costo de la vida.
¿Y el género? ¿Por qué estaría prohibida esta palabra? A lo largo de la historia de la humanidad, el lugar de las mujeres ha ido variando, pero tanto en el de cuidadoras como en el de productoras de fuerza de trabajo o cuando accedieron a tareas remuneradas, en general su posición ha sido la de favorecer la vida. En este punto, se han pronunciado y han luchado contra lo que la perjudica. En este sentido, las mujeres estarían por la defensa de todas las regulaciones agroecológicas que favorecen el cuidado de la vida. Pero hoy el género como concepto abarca algo más amplio; ha venido a albergar una diversidad sexual que admite que la biología no siempre coincide ni con la posición sexuada de un ser ni con sus elecciones de objeto supuestamente predeterminadas. Todo esto parece no entrar en las categorías permitidas. Quizás la prohibición del uso de esta palabra refiera al temor que produce en algunos encontrarse con la desregulación de la sexualidad humana, quizás es en este punto donde sí quieren imponer la regulación que tanto rechazan cuando se trata de maximizar, con el costo de grandes peligros para todos, sus ganancias.
María Cristina Oleaga es psicoanalista.
1) Freud, Sigmund, Psicología de las masas y análisis del yo, 1921, Obras completas, Tomo XVIII, pág 87, Amorrortu editores, Buenos Aires, año 1986.