De cara a la segunda sesión del “Sínodo de la sinolidad” convocado por el papa Francisco para celebrarse entre el 2 y el 27 de octubre próximo en Roma, el 9 de julio último el Vaticano dio a conocer el Intrumentum laboris (IL, documento de trabajo de aproximadamente 30 páginas)  que reúne propuestas llegadas de todos los continentes y sugiere una serie de cambios en los procesos de toma de decisiones de la institución católica. La “sinodalidad”, entendida en gran medida como “participación”, ha sido una de las banderas del pontificado de Jorge Bergoglio, crítico severo del “clericalismo” y firme defensor de la contribución de los laicos y, en particular, de las mujeres en la estructura eclesiástica. 

Gran parte de los analistas de la institución eclesiástica estiman que la iniciativa de Bergoglio en la materia no solo apunta a la mayor y más diversa participación y a disminuir el “clericalismo” en la Iglesia sino también a garantizar que la incidencia de los seglares pueda dar continuidad a las reformas impulsadas por Francisco una vez que un eventual sucesor ocupe el puesto del papa argentino. El cardenal Mario Grech, Secretario General del Sínodo, lo admitió en parte al presentar el IL. Dijo que el documento “es también una oportunidad para que todo el Pueblo de Dios continúe el camino iniciado, y una ocasión para implicar a quienes no se han implicado hasta ahora".

Pero así como algunos consideran que lo hecho, y en especial el sínodo en curso (cuya primera sesión se celebró en octubre pasado) es un gran paso hacia la renovación eclesiástica, hay quienes creen que es una propuesta contraria a la esencia misma de la Iglesia y otros que entienden que “el clericalismo sigue intacto”.

En un hecho que fue duramente criticado por los conservadores, el Papa avaló la participación plena, con voz y voto, de seglares, varones y mujeres, en la sesión sinodal de octubre pasado. Frente a ello el año anterior un grupo de cardenales además de cuestionar algunos temas en particular, criticaron la decisión de Francisco respecto de la participación de seglares que, consideraron, le quitaron primacía a los obispos. Entre los que se opusieron estaban Walter Brandmueller, de Alemania; Raymond Burke, de Estados Unidos y Robert Sarah, de Guinea, todos ellos con importantes cargos anteriores en el Vaticano.

Uno de los más férreos opositores, a la propuesta sinodal pero también a Francisco, ha sido el cardenal italiano Carlo Maria Viganò, quien directamente se reveló contra la autoridad del Papa. Como consecuencia de ello la Congregación vaticana para la Doctrina de la Fe, presidida por el cardenal argentino Víctor Manuel Fernández, llevó adelante un proceso penal canónico que culminó el 4 de julio último con la excomunión (expulsión de la Iglesia) del arzobispo por considerarlo “culpable” de “cisma”.

Ahora en la presentación del IL el cardenal Grech sostuvo que “no es un documento de la Santa Sede, sino de toda la Iglesia” porque “no es un documento escrito en un escritorio”. En línea con la pretensión de Francisco, el obispo afirmó que “se trata de un documento en el que todos son coautores, cada uno por el papel que está llamado a desempeñar en la Iglesia, en docilidad al Espíritu”.

Y adelantó que quienes se asomen al texto no encontrarán allí “una sistematización teórica de la sinodalidad, sino el fruto de una experiencia de Iglesia, de un camino en el que todos hemos aprendido más, por el hecho de caminar juntos y cuestionarnos sobre el sentido de esta experiencia”. De esta manera Grech estaba haciendo referencia a la metodología de consulta utilizada en la convocatoria que permitió recoger opiniones de los distintos estamentos del catolicismo en todos los países y continentes alrededor del mundo. La intención, siguió diciendo el cardenal, es “que no falte la voz de nadie”.

La novedad de la primera etapa del sínodo fue la experiencia de las asambleas, tanto diocesanas como nacionales y continentales, que reunieron a las iglesias locales de una misma zona geográfica, invitándolas a participar, a escucharse y a discernir juntas los principales retos que se plantean al catolicismo en cada contexto particular.

Una de las cuestiones centrales abordadas por el IL tiene que ver con la toma de decisiones en la Iglesia Católica. Lo que se pretende no es “democratizar” la institución y lejos de derogar la estructura jerárquica y piramidal, la propuesta consiste en fomentar en todos los niveles la participación de los fieles en las decisiones. Criticando la cultura “machista” se impulsa “una participación más amplia de las mujeres en el proceso de discernimiento eclesiástico” y su acceso a “puestos de responsabilidad” en las diócesis y en los centros de formación, entre otros espacios.

Advirtiendo que la participación prevista no debe quedar limitada al ámbito de la liturgia, sin embargo el texto sugiere que laicas y laicos puedan predicar la Palabra de Dios pero, al mismo tiempo, participar activamente en la “acción pastoral” mediante otra distribución de tareas entre sacerdotes y seglares.

Sin embargo, no queda abierta la puerta para el sacerdocio de las mujeres. Y, aunque se propugna la “transparencia” en la toma de decisiones y se señala que “la autoridad no consiste en la imposición de una voluntad arbitraria, sino una fuerza ordenadora de la búsqueda en común” los obispos seguirán teniendo la última palabra, así la misma esté precedida de consultas y sondeos.

Otro punto crítico es el atinente a las cuestiones económicas porque “la falta de transparencia y rendición de cuentas alimenta el clericalismo” basado en el “supuesto implícito de que los ministros ordenados no son responsables ante nadie del ejercicio de la autoridad que le ha sido conferida”.

También hay voces disonantes desde una postura progresista. El teólogo español José Arregui publicó el 12 de julio en el portal español Religión digital un análisis del IL en el que sostiene que “la iglesia institucional seguirá repitiendo viejos moldes vacíos, formas y palabras sin alma ni vida”, y critica que “ni siquiera se sugiere la abolición del vigente modelo clerical, piramidal, autoritario, patriarcal de la institución eclesial”.

En la misma línea el español denuncia que “es la jerarquía la que elige a la jerarquía y se considera a sí misma como elegida por Dios”, siendo que “no hay mejor reflejo ni peor efecto del clericalismo sacralizado e inamovible que el lugar y el papel que se reconoce a la mujer en la Iglesia”.

Arregui parte de la base de que la condición indispensable de la reforma de la Iglesia es “la supresión del obstáculo estructural decisivo: el modelo clerical jerárquico”. Y señala que “el IL que acaba de publicarse me reafirma en mi escepticismo: el clericalismo sigue intacto y cerrado, y condena el Sínodo a un callejón sin salida”.

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