Cristina Mucci, en su libro Lugones: los intelectuales y el poder en la Argentina, traza una panorámica exhaustiva y crítica sobre la compleja relación entre los escritores argentinos y el poder político a lo largo de la historia del país, centrándose primordialmente en la compleja figura de Leopoldo Lugones. Este libro no solo es un estudio biográfico detallado, sino también una exploración profunda de cómo las ambiciones literarias y políticas de los intelectuales argentinos se entrelazaron y, a menudo, chocaron con el curso de los eventos históricos.

Mucci ya había trabajado el vínculo entre escritores y poder en su libro sobre Marta Lynch (La señora Lynch) y allí descubrió que el recorrido de la escritora y el de Lugones era similar, “salvando todas las distancias”. Los vaivenes de Lugones -quien de joven fue anarquista y socialista, luego se acercó a Roca, y finalmente proclamó “la hora de la espada” y apoyó el golpe del 30- son comparables a los de Lynch, quien comenzó colaborando en la candidatura presidencial de Frondizi, luego apoyó el peronismo revolucionario y finalmente se acercó a Massera. A pesar de las diferencias de época, ideas y obra literaria, el patrón de comportamiento es el mismo. Mucci afirma: "Lugones me atrae más como figura pública que como escritor. Sus obras hoy suenan pomposas, sobrecargadas, difíciles de leer. Ya no es una referencia literaria para casi nadie, pero sin embargo su vida, sus elecciones como escritor e intelectual, nos siguen interpelando". Paradójicamente, ambos terminaron suicidándose.

El libro de Mucci inicia con los detalles del final trágico de tres de los más destacados escritores argentinos: Horacio Quiroga, Alfonsina Storni y Leopoldo Lugones. Estos referentes literarios del siglo XX decidieron poner fin a sus vidas de manera trágica, marcando así un punto de inflexión en la percepción de la sociedad hacia sus figuras culturales. Mucci explica en el prólogo del libro que la muerte de Quiroga en 1937 por cianuro de potasio, enfrentando un cáncer terminal y la sensación de haber agotado su voz creativa, reflejó la desesperanza y el abandono que muchos escritores de la época sentían. Aunque recibió honores en Uruguay, la disparidad entre el reconocimiento público y su estado personal subraya las tensiones inherentes a la vida intelectual en América Latina.

Alfonsina Storni, describe Mucci, enfrentando un dolor físico insoportable y una sociedad indiferente, también optó por el suicidio, dejando un legado poético que resonó en la conciencia colectiva. Por otro lado, Lugones, inicialmente crítico del suicidio de Quiroga, terminó su vida de manera similar, ilustrando una ironía trágica y un destino compartido por estos intelectuales.

¿Cómo considerás que la interpretación pública sobre el campo cultural cambió a partir de estas trágicas muertes?

-Quiroga, Alfonsina y Lugones se suicidaron con diferencia de meses. Fue una gran conmoción, eran tres figuras de mucho peso. Es notable el discurso de Alfredo Palacios en el Congreso, cuando dice que algo anda mal en una nación cuando los poetas parten voluntariamente, en medio de una glacial indiferencia del Estado. Borges también se refiere a la sensación de inutilidad que tienen en este país las personas que se dedican a las letras. Es tremendo. No sé qué pasaría hoy si sucediera algo así. Tampoco sé si hay hoy tres escritores argentinos que tengan el peso que tenían estos tres. Porque pese a las críticas, todavía los escritores ocupaban un espacio social muy importante.

¿Vos ponés en la misma consideración a los tres escritores?

-No, no. A diferencia de Quiroga y Alfonsina (que dicho sea de paso, estaban muy enfermos cuando se suicidaron), Lugones apostó siempre al lugar del escritor que desarrolla su obra y paralelamente ocupa un lugar de cercanía al poder, convirtiéndose en el ideólogo de su tiempo. Así es que va cambiando de orientación política, aunque no creo que haya sido sólo por oportunismo. Era tremendamente ambicioso, por supuesto, pero además tenía una verdadera vocación por participar. Es impresionante la cantidad de proyectos que presenta en la época de Roca. Además de sus proyectos educativos, donde no solo habló de las materias y sus contenidos, sino también de la forma en que había que colocar los pupitres y el color de la pintura de las aulas, presentó un plan de reforma carcelaria, y encabezó un viaje de estudio a las ruinas de las misiones jesuíticas, por citar un par de ejemplos. Y con respecto al golpe del 30, redactó nada menos que la proclama de los insurrectos, el Manifiesto Revolucionario del 6 de septiembre. Fue el intelectual de la revolución, y sintió que le esperaban grandes cosas. Sin embargo, Uriburu jamás lo convocó. Como digo en el libro, tal vez haya aspirado a un lugar imposible en la Argentina, donde salvo en la época de la organización del Estado, los intelectuales jamás han tenido incidencia en el poder real.

LA OBRA DE LA ESPADA

Cristina Mucci analiza en esta biografía como la obra de Lugones, desde sus primeros poemas modernistas hasta su incursión en el nacionalismo y el militarismo, refleja una evolución compleja del escritor. Lugones, conocido por su fervor por la educación y la reforma educativa, aspiraba a una visión holística de la nación argentina, integrando la poesía, la educación y la moral en un proyecto nacional que abarcara todos los aspectos de la vida social y política. Su matrimonio con Juana González y su participación en la masonería también influyeron en su visión ideológica y en su relación con el poder.

Mucci dedica capítulos específicos a explorar cómo los cambios políticos y sociales influyeron en la producción literaria y la vida personal de Lugones y otros intelectuales argentinos. Desde su declaración en Ayacucho sobre "la hora de la espada", alineándose con el golpe de Estado de 1930, hasta su relación con figuras políticas como Julio Argentino Roca y su intento fallido de influir en el gobierno de Agustín P. Justo, Lugones ilustra las dinámicas complejas entre los intelectuales y el poder político en Argentina.

Mucci reproduce la forma en que Noé Jitrik, en su libro Leopoldo Lugones, mito nacional, analiza cómo los vaivenes políticos de Lugones influyeron en su literatura.

Mencionás que la generación del ochenta tuvo una fuerte vocación pública y que esto cambió en el siglo XX. ¿Por qué pensás que los roles de los intelectuales y políticos se separaron tanto en ese periodo?

-Creo que el debate intelectual en la Argentina siempre fue potente, más allá de la relación con el poder. En el siglo XX pensemos en Boedo y Florida, en Ezequiel Martínez Estrada, en González Tuñón, en Jauretche y el grupo FORJA, en Victoria Ocampo. En el libro hago un repaso por las distintas épocas, el primer peronismo, la revolución del 55, el frondizismo, que atrajo a tantos intelectuales, aunque la mayoría terminó distanciándose. En los años 60 los escritores argentinos tenían un peso social que hoy no tienen, más allá de las mezquindades y rivalidades que existieron siempre. Las novelas de autores nacionales que indagaban en nuestra realidad social eran los libros que más circulaban, constituían materia de debate. Si nos vamos más atrás, cuando Lugones dio sus conferencias en el Teatro Odeón, donde consagró al Martín Fierro como el libro paradigmático de la argentinidad, el presidente Roque Sáenz Peña y todo su gabinete estaban sentados en primera fila. Eso hoy es inimaginable, que un presidente vaya a escuchar una conferencia de un autor argentino. Tampoco es común que un presidente envíe una carta a un escritor para felicitarlo por la aparición de su último libro. Eso hizo Arturo Frondizi con Beatriz Guido, cuando publicó Fin de fiesta. Y la invitó a la Casa Rosada junto a Torre Nilsson. La dictadura del 76 fue un antes y un después también en ese terreno. Ahí se partió algo que no se pudo recomponer.

En el capítulo "Los martinfierristas", Mucci aborda cómo Leopoldo Lugones enfrentó críticas y controversias, especialmente por parte de los jóvenes vanguardistas agrupados en torno a la revista Martín Fierro. Estos martinfierristas, liderados por figuras como Oliverio Girondo y Evar Méndez, desafiaban los cánones estéticos establecidos, buscando romper con las tradiciones literarias del pasado. Lugones, aunque admirado por algunos de ellos, también era objeto de burla y sátira por parte de otros, quienes criticaban su estilo grandilocuente y su poesía considerada excesivamente retórica y formalista. La relación entre Lugones y los martinfierristas era compleja: mientras algunos reconocían su influencia y lo respetaban como una figura mayor de la literatura argentina, otros lo veían como representante de una poética ya superada y buscaban distanciarse de su estética.

En el capítulo "De la palabra a la acción", la periodista y conductora de televisión narra cómo Lugones, criticado por sus palabras sobre la "hora de la espada", enfrenta la soledad y el dolor que le causaron. A pesar de su posición teórica, decide respaldar sus ideas con acciones concretas, guardando armas para una revolución y acercándose al general Uriburu para ofrecerle su apoyo. Se menciona la participación de Juan Domingo Perón y se plantea la pregunta de si Lugones hubiera aceptado el peronismo, dado que anticipó ideas como el desarrollo nacional y la organización comunitaria. La revolución de septiembre de 1930, apoyada por figuras como Natalio Botana, desencadena la caída de Yrigoyen, con Lugones desempeñando un papel clave en la formación de la policía política y la represión de opositores. La clausura de Crítica y la detención de Botana ilustran el conflicto entre el gobierno provisional y la prensa opositora.

¿Algún gobierno de la democracia posterior a la Dictadura consideró importante la participación de los intelectuales en la política?

-Recuerdo la época de Alfonsín, que fue de una gran riqueza, con los escritores que volvieron del exilio, los libros que aparecían, los debates. Muchos autores se acercaron al gobierno y algunos ocuparon cargos. El Presidente valoraba a los escritores, los convocaba, pero también hubo muchos que se sintieron postergados. Tengo muchos recuerdos de esa época, las desgastantes polémicas entre “los que se fueron” y “los que se quedaron” durante la dictadura, el estreno de No habrá más penas ni olvido, la última visita de Cortázar. Con el menemismo se acabó todo eso, hubo un gran repliegue intelectual. Tanto es así que cuando en Los siete locos se produjo esa situación con David Viñas y Beatriz Sarlo que fue tan comentada, Página 12 lo tituló “la polémica cultural de la década”. En realidad, no llegó a haber polémica, Viñas tenía un tono fuerte y agresivo y Sarlo se paró y se fue, pero en esa época donde no pasaba nada, esto se tomó como un gran debate.

En tu libro hablás de un conflicto permanente entre intelectuales y políticos.

-Y es así. La relación entre intelectuales y poder es inevitablemente conflictiva, ya que el intelectual es crítico por naturaleza, si pierde el sentido crítico deja de ser un intelectual. “Desconfío de hacer buenas migas con el poder”, dijo Griselda Gambaro. Unos años después, cuando estuvo a cargo del discurso inaugural de la Feria del Libro de Frankfurt en 2010 en representación de los autores argentinos, Gambaro deslizó varias críticas al poder político. Después habló la presidenta CFK, y declaró no estar de acuerdo con algunos de sus dichos. No es una relación fácil.

En tu libro hablás de una batalla cultural

-Con el kirchnerismo se fue constituyendo un nuevo escenario, que se tradujo en una mayor incorporación de los intelectuales al debate, en un fuerte clima de enfrentamiento. No solo se aumentaron presupuestos, también se reconoció la gran importancia simbólica de la cultura, y fue allí donde se empezó a hablar de la batalla cultural. Macri perdió esa batalla, y ahora Milei la retoma, aunque con el eje cambiado. De kirchneristas y antikirchneristas se pasó a “personas de bien” y los que aparentemente no lo somos. La cultura definitivamente está de este otro lado, y eso unifica en cierto modo a autores que hasta hace poco no se dirigían la palabra: eso es algo positivo y no hay que perderlo de vista. Es muy importante que recuperemos el debate, que puede ser fuerte, pero siempre respetuoso. Yo diría que es fundamental.

El libro de Mucci también examina cómo los escritores al igual que Lugones intentaron influir en la política argentina, a menudo enfrentándose a la indiferencia del Estado y la hostilidad de otros sectores de la sociedad. La trayectoria del llamado poeta nacional refleja las complejidades de ser un intelectual en un país donde la política y la cultura están entrelazadas de manera intrincada, ofreciendo así una reflexión profunda sobre el rol del escritor en la sociedad moderna.

LOS LANZALLAMAS

En el epílogo Mucci ofrece una reflexión sobre el legado de Lugones y sus contemporáneos, destacando cómo sus vidas y obras continúan resonando en la literatura y la política argentina. Ella argumenta que con el suicidio de Lugones se agotó un modo de ser del escritor argentino, aquel que desde los próceres de Mayo aunaba la literatura y la política. Esta conclusión invita a una reflexión más amplia sobre el rol del intelectual en la sociedad contemporánea, planteando preguntas cruciales sobre la relación entre literatura, poder y cultura.

Tu programa cultural Los siete locos fue levantado de la televisión pública después de 37 años. ¿De qué manera este hecho evidencia la relación actual entre el gobierno y la cultura?

-El tema de la Televisión Pública es un buen ejemplo en ese sentido. Ojalá se diera ese debate, que puede extenderse a las demás empresas del Estado. Para defender su existencia, es fundamental definir cuál es su rol. Si el rol de la TV Pública es contribuir al fortalecimiento del sistema democrático y al progreso cultural y educativo de la población, su rol es -como en todas las democracias avanzadas del mundo- fundamental. Si en cambio se utiliza para propaganda del gobierno o para contratar amigos que no consiguen espacio o se quedaron afuera del negocio, deberíamos darle la razón a lo que decía Milei hace unos meses: “Con la nuestra, no”. Los escritores, como todos, son capaces de grandezas y miserias, de aciertos y errores. No es que tengan la palabra sagrada, pero tienen un entrenamiento en el terreno de las ideas, el pensamiento y la palabra que la Argentina ha dejado de escuchar. Éramos un país donde se respetaba la actividad intelectual, y no nos ha ido bien perdiendo ese lugar.

¿Cómo creés que los conocimientos artísticos y/o literarios pueden contribuir a una mejor gestión y comunicación en el ejercicio de la política?

-Hay muchos autores citados en este libro, pero vuelvo a Noé Jitrik, cuando dijo en Los siete locos que a los políticos les vendría bien relacionarse con los intelectuales, aunque solo sea en relación con el lenguaje. “Cuando no se tiene una dimensión del lenguaje, se dice y se hace cualquier cosa”, reflexionó. Nada más adecuado para estos tiempos.

La saga familiar de Leopoldo Lugones padre, hijo, y su nieta Pirí está marcada por un profundo compromiso con la política y la literatura en Argentina. De esta forma lo demuestra en este libro Mucci. Leopoldo Lugones, hijo, se destacó como figura influyente al introducir la idea del Ejército como un nuevo sujeto histórico en reemplazo de la oligarquía y las masas electorales, lo cual influyó en los golpes militares posteriores, incluido el de 1930. Este discurso, según algunos, habría inspirado indirectamente los crímenes de la dictadura de 1976. Su nieta, Susana “Pirí” Lugones, conocida como Rosita en su militancia en las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y Montoneros, se involucró activamente en la lucha armada, participando en tareas de inteligencia. Fue secuestrada en 1977 y posteriormente asesinada en circunstancias que aún no se han esclarecido completamente, sumándose así a las trágicas historias de muchos intelectuales argentinos comprometidos políticamente durante esos años turbulentos.

¿Cómo lees personalmente la saga de los Lugones insertada en la Historia Argentina?

-Esta es una historia que si uno leyera en una novela diría que es inverosímil. Me daba pudor incluirla en el libro, pero es así. Se habló del poeta suicidado por la patria, de la relación de los Lugones con una suerte de maldición argentina, de un destino irrenunciable del país. Y además está la historia de Alejandro Peralta, el hijo de Pirí, que se suicidó en el Tigre. Esta historia está relacionada con el hippismo de los 70 y el nacimiento del rock nacional, a partir de la figura de Jorge Álvarez. Ahí sucedió algo muy curioso: resulta que en el jardín de infantes yo fui compañera de salita de cinco de Claudio Gabis (él dice que éramos novios en esa época). La cuestión es que muchísimos años después nos reencontramos, hablamos de ese mundo de Manal y me conecto con Pedro Pujó, con quien también me reuní. Gracias a ellos pude reconstruir los últimos años de Alejandro. O sea que la saga no termina con Pirí y Montoneros, también abarca todo el movimiento hippie de esa época, que Alejandro en cierta forma representa, y es muy importante.

 

Lugones, los intelectuales y el poder en la Argentina es una obra indispensable para quienes buscan comprender la compleja intersección entre literatura y política en Argentina. Con su enfoque meticuloso y su análisis profundo, Cristina Mucci ofrece una contribución significativa al estudio de los intelectuales argentinos y su impacto en la historia cultural y política del país. Este libro no solo rescata la memoria de figuras como Lugones, Quiroga y Storni, sino que también ofrece una reflexión sobre los desafíos y las contradicciones que enfrentan los escritores hasta el día de hoy en su búsqueda de reconocimiento y significado en una sociedad cambiante.