Como era de esperar, la participación de la Selección nacional de fútbol en la Copa América disputada en los Estados Unidos causó una expectativa que llegó a su clímax apenas el conjunto dirigido por Lionel Scaloni logró su pase a la instancia final. No era para menos, la conquista de la Copa del Mundo en Qatar había suscitado un acontecimiento inolvidable para nuestra nación. Basta recordar las casi cinco millones de personas que salieron a festejar no bien Gonzalo Montiel anotó el penal definitorio en aquella final contra Francia. Razón de más para el desvelo (nunca tan oportuno el término habida cuenta de que muchos vimos el partido ya pasada la medianoche) por ver al equipo argentino contra su par de Colombia y el desbordante festejo, ya en las primeras del lunes, apenas Lautaro Martínez anotó el gol de la victoria.

Identificaciones: la construcción de un cuerpo

Ahora bien, más allá de las resonancias inmediatas que un resultado puntual pueda generar, hay también de las otras: aquellas que solo se ven conforme el tiempo deja ver las consecuencias de una pasión con enorme impacto social. Tomemos por caso los efectos que el desempeño de nuestra selección insinúa imprimir en un segmento muy particular de nuestra población más joven. Me refiero a la adolescencia. Ese intervalo en que el niñx que ya no es intenta abrirse camino para acercarse al adultx que aún no asoma. La principal tarea, para decirlo de alguna manera, durante la pubertad es la constitución de un cuerpo. Y no se trata solo del desarrollo biológico, de por sí decisivo, sino de la conformación de un cuerpo de deseo. Esto es: la economía libidinal que dotará de vitalidad, pasión y horizonte a ese sujeto hasta entonces alejado de los exigentes requerimientos que la sexualidad impone. Y, una vez más, cuando decimos sexualidad no solo nos referimos a los imperativos biológicos que suponen la descarga de los productos genésicos, sino también a la necesidad de establecer lazos afectivos con personas de su misma edad. Es decir, la posibilidad de compartir la angustia que supone enfrentarse, sin aviso previo alguno, a los interrogantes más inquietantes de la existencia: quién soy; qué hago aquí; por dónde voy. Todas cuestiones que, de una u otra manera, más tarde o más temprano, confluyen en el enigma que supone el encuentro con el Otro sexo, cualquiera sea el género o el semblante elegido para presentarse en sociedad.

Es aquí donde el deporte, en especial por el componente lúdico que el mismo porta como ingrediente sustancial, prueba brindar al segmento púber y adolescente un campo propicio para el despliegue subjetivo y el encuentro con pares. Tal como más arriba dijimos, en la pubertad y adolescencia se trata de constituir un cuerpo. Y un cuerpo se conforma a partir de una ficción, de una novela --más o menos feliz o desdichada según los casos-- que nos ubica en el tiempo y espacio. A partir de esta ficción el sujeto se posiciona en el mercado erótico para jugar su suerte. Hoy esta ficción --que en la jerga psicoanalítica se la suele asimilar al semblante--, se construye en las redes sociales. Esto es: bien lejos del cuerpo a cuerpo que un púber requiere para explorar su sexualidad en compañía de un partenaire. De allí la inhibición generalizada que predomina en nuestra actual subjetividad. Un sin salida (nunca tan oportuna la metáfora a juzgar por las horas que un púber transcurre frente a la pantalla) resultante del empuje a gozar que el mercado impone.

Lo cierto es que el deporte brinda ese indispensable contacto requerido para la constitución de un cuerpo de deseo. El deporte brinda una épica. Una épica supone lucha, pasión, amor. Amor por un símbolo, por un grupo, por los amigos, por una pareja. El deporte permite constituir historias, héroes, mitos. Algo en que creer, nada menos. Es que dada la pauperización de la palabra en virtud de fenómenos tales como la posverdad; el lawfare y las fake news, la posibilidad de confiar en el Otro está severamente comprometida. Hoy que la representatividad política está tan pauperizada, tomemos por ejemplo aquellas dos frases de Lío Messi: que mirá' bobo y andapayá vertidas tras el partido con Países Bajos en Qatar. Palabras cuya oportuna y digna enunciación lograron calar en el cuerpo social. Palabras de un líder defendiendo a los suyos del patoterismo europeo que desprecia a los sudamericanos. El deporte aporta la oportunidad del límite. Un juego reglado supone toda una arquitectura simbólica con precisas sanciones a la transgresión, lo cual permite no solo entrenar la posibilidad de preservación que todo sujeto requiere para orientarse en el mundo, sino también el cuidado por el Otro. Porque para jugar necesito al semejante.

Por otra parte, el sujeto adolescente necesita modelos, figuras y ejemplos con que forjar valores que otorguen horizonte a sus más legítimos deseos. Hay un fundamental operador psíquico que permite orientar el poderoso impulso emanado del cuerpo hacia fines acordes con el lazo social, de manera que el cuidado y la prudencia primen por sobre el mero empuje y la irresponsabilidad. Me refiero a la identificación. En este punto el ejemplo brindado por la “Scaloneta” no podría ser más afortunado. Un equipo con figuras talentosas que han hecho del esfuerzo colectivo su arma más poderosa. Un grupo que contiene personas muy jóvenes cuyo respeto por el líder aporta un hálito de aire fresco para recuperar uno de los conceptos más bastardeados en esta subjetividad que nos toca vivir: la autoridad (al respecto, cabe tomar nota del abrazo que el autor del gol de la victoria fue a darle al capitán Messi no bien anotara el gol de la victoria).

Es que, bien lo sabemos quienes trabajamos con púberes: cada vez que un chico o chica comparte en su celu un video con los goles y las asistencias de Messi la oportunidad de un diálogo se abre para así dar lugar a ilusiones, angustias, fantasías, temores y demás elementos de la vida anímica. Y de la misma forma, basta registrar el efecto que las palabras de Mbappé --el delantero de la selección francesa de fútbol-- , en cuanto a votar contra la ultraderecha en las recientes elecciones para verificar la influencia que un deportista puede ejercer sobre la gente joven que admira y disfruta el deporte.

Se suele decir que el sujeto púber es el más vulnerable de la escala etaria. Y sobran razones para coincidir con esa opinión. La pubertad trae consigo el dolor más íntimo y radical de la condición humana: ese solitario extrañamiento que se experimenta ante la aparición de una singularidad que no se registra como propia, una íntima alteridad que desaloja al niño que ya no es y al adulto que aún no llegó de sus referencias habituales. Es que la bonhomía de la infancia se pierde con la irrupción de un cuerpo que busca recursos, vías y estrategias para ubicar mociones de deseo hasta entonces desconocidas. De esta manera, la necesidad de inclusión dentro del grupo de pares adquiere ribetes de sadismo y crueldad, sobre todo cuando los chicos no encuentran entre sus referentes afectivos el alojamiento necesario. Huelga decir el valor de la autoridad en este escenario.

La patoteada del mandamás

Hoy, al brutal ajuste que lastima las condiciones mínimas de supervivencia y educación de nuestros niñxs y adolescentes, se suma el ominoso ejemplo que el presidente de la Nación está brindando a nuestra gente joven. Hace unos pocos meses, Javier Milei brindó un discurso en el que fuera su colegio: el Cardenal Copello. Lo que sucedió allí constituye una ilustración paradigmática de la dramática situación que atraviesa en el plano simbólico e institucional (además del económico y político, obvio) nuestro país. La persona que ocupa la máxima jerarquía en la Nación degradó hasta límites nunca antes vistos en la vida democrática de nuestra nación la figura de autoridad que le cabe por ostentar semejante investidura. No es que en anteriores ocasiones no haya proferido insultos, ni chistes de mal gusto, alusiones sexuales obscenas, agravios ni otras cuestiones de igual calibre y tenor. Lo novedoso --y tan patético como grave-- es que esta vez sus interlocutores eran niños y púberes. Nunca antes la obscena diatriba de esta persona había sido compartida en un acto con un conjunto de personas menores de edad. En su discurso se pudo escuchar el habitual repertorio de insolencias a lo que, esta vez, se le agregó la acción de mofarse de una persona púber para que sus pares se rieran del accidentado. Para más datos: uno entre los dos niños escoltas (cuerpos en construcción) que se desmayaron mientras el presidente vomitaba su catarata de agresiones y disparates.

Que un mayor maltrate a un menor es grave. Que este mayor sea maestro, tutor, padre o juez mucho más. Pero que el escarnio público provenga de un presidente de la Nación, sin que ninguna institución --desde el Poder Legislativo al Poder Judicial-- haya sancionado tamaña barbarie, hace pensar que algo del más patético cretinismo se ha apoderado de buena parte de la sociedad. De allí que rescatar los gestos, ejemplos, palabras y actitudes que en este caso brinda el deporte se hace tarea indispensable para la defensa de nuestra gente joven respecto de las patoteadas del mandamás, cualquiera sea su lugar y su estatuto. Como si ante el atropello fuera necesario una vez más responder: que mirá' bobo, andapayá.

Para terminar, nada mejor que citar la actitud de la abanderada argentina en los Paralímpicos Constanza Garrone que con dos canciones y un video sentó su más firme rechazo al oprobioso abandono que el gobierno libertario --solo interesado en introducir sociedades anónimas en los clubes de fútbol-- dedica al conjunto del deporte argentino.

Sergio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires. Profesor Titular de la Universidad Nacional del Chaco Austral (UNCaus). Profesor Nacional de Educación Física. Exentrenador de equipos deportivos.