Las voces de Pablo 6 puntos

Argentina, 2024

Dirección y guion: Gonzalo Murúa Losada

Duración: 80 minutos

Intérpretes: Macarena Murúa, Graciela Borges, Elena Losada, Rodrigo Murúa, María Ignacia Díaz Lestrem, María Isabel Molinero.

Estreno: Cine Gaumont, Av. Rivadavia 1635, y plataforma Cinear Play.

“Uno tiende a pensar que a los hijos se los quiere, que ese amor no se cuestiona: simplemente ocurre”, se afirma en off en algún momento del documental Las voces de Pablo. Tratándose de una película sobre la figura de Pablo Murúa, hijo mayor del gran actor y cineasta Lautaro Murúa, la frase resulta particularmente densa y sugestiva. Pero termina de mostrar una profundidad de abismo en la figura de Gonzalo Murúa Losada, el hijo de Pablo, director, guionista y sobre todo narrador de esta búsqueda cinematográfica en la que las ramas genealógicas de la familia Murúa se entrelazan, hacia arriba y hacia abajo, de un modo más torturado que tortuoso.

Y es que la experiencia de Gonzalo como hijo, según queda claro conforme avanza el relato que él mismo va tejiendo (o destejiendo), quedó abierta como un cuento inconcluso, como una herida, tras la muerte de Pablo en 2013. En ese sentido, el documental es el intento de un hijo de abrazar a ese padre al que, por motivos diversos, nunca terminó de conocer del todo, un doloroso ejercicio de memoria en busca de sanar un vínculo roto. Ante ese recorrido, el cine es la lengua paterna que en la familia Murúa todos aprenden a hablar desde la cuna, y que acá funciona como una cuerda floja que le permite al director atravesar el vacío que le dejó la muerte del padre.

La frase citada al comienzo opera como una expresión de duda antes que de certeza. ¿Realmente me amó papá?, parece ser el interrogante inefable que pone a este documental en movimiento y lo convierte en un ejercicio catártico, casi terapéutico, al que a veces resulta tentador abordar desde el imaginario freudiano. Es curioso, por ejemplo, que nadie llame a Lautaro y a su esposa Violeta Tolnay por el vínculo que los unía a los familiares que aportan su testimonio. Nunca son abuelos, padres, madres o tíos, sino que, casi con reverencia, se los llama Lautaro y Violeta, como si nadie estuviera a la altura del parentesco o no fueran familia. Como si pesara sobre ellos la misma prohibición que en algunas religiones impide pronunciar el nombre de Dios.

Gonzalo recurre a todas las fuentes disponibles para ir en busca de Pablo y entender cuáles fueron los motivos que le impidieron ser el padre que él hubiera deseado tener. Los cuentos que dejó escritos; las cartas y los correos electrónicos que le envió, algunos de ellos muy crueles; el testimonio de su hermana, de sus tíos, de su madre e incluso de Graciela Borges, la madrina de Gonzalo. De la misma manera, suma diferentes recursos cinematográficos en busca de hilvanar un relato a partir de todo eso. A veces lo logra y otras su esfuerzo resulta insuficiente, como si el objeto que busca retratar en Las voces de Pablo, su propio padre, fuera inabarcable.