El gobierno hace uso y abuso del lenguaje macroeconómico monetarista frente a personas ignaras que quedan impresionadas por la terminología presuntamente científica. Es que la auto emancipación de la economía monetaria de la economía “ciencia social” ha permitido poco a poco que las acomodaciones semánticas hayan adquirido cierta universalidad.

La generalización alcanzada por esos términos monetarios y financieros proviene de la mayoría de los profesores que enseñan en las universidades privadas locales y del exterior. Ellos confían casi por completo en modelos matemáticos para evaluar volatilidad, riesgo de las carteras de inversiones y toda la liberalidad conceptual del mundo del activo subyacente. Realmente “creen”.

La economía neoclásica, por muy matemática que luzca, opera sobre los precios y valores de las commodities subyacentes y, por lo tanto, no es de sorprender que los departamentos de Economía hayan cedido “el riesgo” a las Facultades de “Ciencias de la Administración” de grado y las “Escuelas de Negocios” de las Maestrías.

El riesgo es un asunto que les interesa a aquellos operadores del mercado preocupados por la cuestión práctica de desplazar el dinero en lugar de la competencia y los precios de la economía real. Las ambiciones de dotar de significados a las cuestiones abstractas de los hombres del mundo de las finanzas se conectaron de manera directa con la “entelequia monetarista”. Así han establecido una especie de economía financiera dogmática dominante, en gran medida gracias a su atractivo para los mercados.

Y ha tenido éxito en promocionarse como el entorno que permite establecer el relato sobre el avance soberano de la economía que, en especial en sus traducciones fundamentalistas norteamericanas, pretenden explicarlo todo, desde el funcionamiento del fútbol hasta la trata de personas, las guerras, la desigualdad, siempre con una sofisticada cesta de instrumental financiero, muy entretenido, por cierto.

Desapercibido para la mayoría, las finanzas corporativas se convirtieron en un caballo de Troya que ingresó a la membresía de la familia de la Economía, cada vez más desentendida de su ciencia madre y orgullosa de dominar a los Estados países, los fondos especulativos, fondos de pensión, de hipotecas, de empresas de seguro y, a través de todo esto, de buena parte de la vida de los ciudadanos.

Arrogancia

Dice un Proverbio que “antes del quebranto está la soberbia y antes de la caída, la altivez de espíritu”. Es una gran advertencia bíblica. El presidente y muchos integrantes del Poder Ejecutivo dejaron de lado que fueron escogidos para hacer el bien y socorrer a sus conciudadanos. El egoísmo los está conduciendo por el camino de la autocompensación y la mezquindad.

Los frecuentes viajes de egresados del presidente a países donde recibe premios personales de entidades hiperideologizadas, poco conocidas, incurriendo en gastos superfluos que habían prometido evitar, muestra que estamos en presencia de “una nueva casta”.

Señales de alerta

*Comparación. Milei se compara permanentemente con Moisés.

*Ponerse a la defensiva. “Si la gente no llegara a fin de mes, se estaría muriendo en la calle”. “Sabíamos que no íbamos a poder cambiar el marco normativo tal que la inversión reaccionara rápidamente”. Milei califica a los medios como extorsionadores, mentirosos, con periodistas ensobrados. Dice de sí mismo: “La forma en que uso las redes sociales es un problema personal mío”.

*Presumir inteligencia. Milei dijo que probablemente le den el “premio Nobel a la economía”, porque está “reescribiendo la teoría económica del mundo”.

*Buscar aceptación. Se deshace en adulaciones para Donald Trump, Elon Musk, Nayib Bukele, Giorgia Meloni, a la vez que le regala armamento a Volodimir Zelensky. En solo seis meses, Milei realizó ocho viajes internacionales, más parecidos a los que realiza un expresidente exitoso que terminó dos períodos que alguien que tardó seis meses en obtener la aprobación de una sola Ley.

Probablemente, la literatura que más ha leído Milei sea la de las revistas de negocios. Luego, ha sido un observador deslumbrado por los empresarios para quienes trabajó. En 1995, Baumeister escribió un artículo sobre la teoría de la necesidad de pertenecer, junto a Mark Leary. Esta teoría busca mostrar que los humanos tienen una necesidad natural de pertenecer. Como parte de esta teoría, la ausencia de pertenencia deja una huella negativa a largo plazo en el estado de ánimo y la salud, y aquellos que no compensan sus necesidades de pertenencia pueden experimentar problemas de comportamiento y psicológicos. Milei anhelaba jugar en esta liga, más que cualquier cosa en la vida.

El comportamiento corporativo de Milei se manifiesta claramente en el tratamiento del gasto público y una noción totalitaria de ganancias. No puede comprender que un país no es una empresa, obviamente no ha leído a Krugman, ni nada relativo a las ciencias sociales que no tenga que ver con los austríacos.

Investigaciones corporativas previas a la crisis de Lehman Brothers realizadas en los Estados Unidos encontraron que el 35 por ciento de los gerentes recién nombrados fracasaba, se retiraba o era despedido en un lapso de 18 meses (Marcum Smith). Más del 50 por ciento de los accionistas encuestados estimaba que el egocentrismo les costaba a sus empresas entre 8 por ciento y 16 por ciento de los ingresos anuales, aunque para la otra mitad esa cifra era conservadora.

La cultura corporativa arrogante y poco ética de Daniel Mudd (2005-2008), que se veía a sí mismo especial y poderoso --según Bethany Mc Lean en Fortune--, llevó a la gigante corporación hipotecaria Fannie Mae a un escándalo de 11 mil millones de dólares.

El riesgo de adquirir un engreimiento fuera de control pudo hacer que Milei salte a la tapa de TIME, algo de lo que el presidente se ufanaba sin que se supieran las frases ni lo que decía el artículo, que incluye términos como “fenómeno barrial” y “es posible que a Milei se le esté acabando el tiempo antes de que su apoyo popular se desmorone”. A Karina Milei, su hermana y mano derecha la describe como tarotista que hasta hace poco vendía tortas por Instagram”.

En el mundo corporativo, los directivos suelen ser muy arrogantes y cuando ven un caso frustrante dicen: “a nosotros nunca nos conducirán allí” o, “no somos tan deslucidos como ellos”. Vimos en EE.UU. a Tyco, Enron, WorldCom, Arthur Andersen, Marta Steward, inclusive al verdadero ejecutivo llamado “Motosierra” (Al Dunlap), quien fuera despedido como director ejecutivo de Sunbeam.

O también en cuestiones legales-penales, los ejecutivos estadounidenses suelen pensar “no iremos a la cárcel por eso”. Acto seguido, Jeffrey Skilling fue sentenciado a 24 años de prisión. Es que en las empresas los comportamientos impulsados por la arrogancia nunca se sienten extremos.

Finanzas

Ayudando a reestructurar deudas, en conversaciones con ejecutivos y directivos, después del fracaso en medio de una crisis financiera, se suele escuchar decir: “él (por el número 1) tiene mucha imaginación, pero…”, “Tiene una visión sorprendente, solo que en esta situación…” o “íbamos bien, pero de repente pasaron cosas”.

Roy Baumeister y Liqing Zhang realizaron una serie de experimentos de “guerra de ofertas” para revelar el tipo de decisiones financieras que toman las personas cuando sienten amenazado su ego. El resultado fue que cuanto más alta era su autoestima, más dinero perdían. El experimento ilustró cómo la soberbia atrapa a las personas en aventuras costosas y perdedoras.

La altivez hace que las personas caigan en una trampa y pierdan dinero por tomar malas decisiones, dicen Baumeister y Zhang. Quedan atrapadas en decisiones inflexibles, los altos ejecutivos en los bancos agrandan el exposure (compromisos de exposición) de sus instituciones con préstamos confusos y los empresarios e inversionistas quedan atrapados en proyectos no rentables. La conclusión de este trabajo extraordinario de Baumeister y Zhang es que, cuando las personas encuentran su orgullo amenazado, toman decisiones “menos que óptimas” desde el punto de vista financiero.

Paul Nutt investigó durante 20 años a centenares de organizaciones y descubrió que más de una tercera parte de las decisiones de los negocios que fracasan ha sido motivada por vanidad y engreimiento. Cerca de las dos terceras partes de los ejecutivos nunca exploran otra alternativa después de haber tomado una decisión. El 81 por ciento de los gerentes logran la aprobación de sus decisiones por decreto, no por el valor de sus ideas.

Jim Collins, en su libro Empresas que sobresalen, observó que dos tercios de las empresas que no dieron el salto de ser buenas a ser grandes se habían visto abrumadas por la presencia de ejecutivos orgullosos y soberbios que contribuyeron a la mediocridad de la compañía.

Cabe recordar a Carly Fiorina, a quien Fortune colocó como la ejecutiva más poderosa de los Estados Unidos. La ex directora de Hewlett Packard dirigió la tan publicitada fusión entre Compaq y HP. Cuando hubo signos evidentes de que la fusión no estaba funcionando, un ejecutivo comentó. “Ella es una ejecutiva muy, muy inteligente competente y talentosa. No puede simplemente tragarse las lágrimas y decir: Perdimos. Otros en el mundo empresarial pueden hacerlo e irse. Ella no". Con el tiempo su orgullo trabajó en contra suya y la excepcional determinación y optimismo de Fiorina se convirtieron en inflexibilidad y negación. A menos de tres años de la fusión que ella misma había impulsado, Carly fue despedida.

Los acólitos de Milei dicen en voz baja que las probabilidades financieras de éxito de la Argentina son aciagas. Los que no comulgamos con sus ideas también estamos muy preocupados por las perspectivas financieras. Si el equipo ministerial del Poder Ejecutivo no decide dejar la soberbia de los viajes de egresados, los premios y las presunciones, de todos modos, las cosas cambiarán para ellos y para nosotros.

Director de Fundación Esperanza. Máster en Política Económica Internacional, Doctor en Ciencia Política y autor de 6 libros. @pablotigani