Libros de historia, análisis académicos, detallados anecdotarios y memorias de los protagonistas son tan sólo algunas de las formas en las que la historia del rock argentino se ha transmitido de generación en generación. Esos formatos permiten traer al presente puñados de fotos de tiempos en los que los registros no estaban al alcance de la mano, como en la actualidad.
Desde los archivos de las primeras revistas dedicadas al tema, que aparecieron en la segunda parte de los sesenta, hasta el minucioso trabajo de periodistas y melómanos que decidieron embarcarse en la tarea de contar la historia, los insumos para hacerlo se han caracterizado por su originalidad y la prepotencia del trabajo. Sin embargo, cuando parecía que nadie notaba la presencia de aquel movimiento emergente, los ojos oficiales siempre estuvieron ahí. Porque la policía, las fuerzas de seguridad y la inteligencia, siempre mira. Aun cuando nadie cree que lo esté haciendo. Esa es su gracia.
La Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (Dipba) comenzó a funcionar en agosto de 1956, durante la dictadura que había derrocado a Juan Domingo Perón a nivel nacional y que en territorio bonaerense truncó el mandato de Carlos Aloé. Funcionó hasta 1998 en el marco de la reforma general de la Policía Bonaerense que impulsó el primer ministro de Justicia y Seguridad de la historia provincial, Carlos Arslanian.
Más allá del rol protagónico que ocupó bajo el mando de Ramón Camps durante la dictadura, la Dipba se caracterizó por su tarea vinculada a la producción de información y su accionar relacionado con la inteligencia. Su archivo, creado en 1957, reúne una detallada documentación respecto al accionar que se extendió durante la segunda parte del siglo y fue recuperado a partir de una ley que en el año 2001 cedió los archivos a la Comisión Provincial de la Memoria.
Además de “custodiar y poner a disposición de la justicia uno de los archivos de la represión más importantes de la Argentina y América Latina, un extenso y pormenorizado registro del espionaje político y la persecución ideológica”, la Comisión elaboró extensos informes que sirvieron para hacer pública la mirada de las fuerzas de seguridad e inteligencia sobre el transitar cotidiano de los argentinos. Las prácticas juveniles eran uno de los objetivos centrales y, en particular, el rock argentino, uno de los aspectos analizados con mayor atención.
Entre los informes que se desprenden de los archivos, cuyo valor documental fue reconocido por la Unesco y declarado Patrimonio de la Humanidad en el año 2008, se destaca uno que da cuenta las tribus conurbanas que convivían en el entramado rockero local durante la segunda parte de los noventa, quizás el período más combativo del movimiento.
Le tocó volver a representar a una juventud que crecía en medio de una crisis generalizada casi sin precedentes y fue música de fondo de revueltas, asambleas populares e informes televisivos. En medio de ese estallido, la secretaria de Seguridad y Protección a la Comunidad que dependía directamente de la Presidencia de la Nación trabajó en la elaboración de un informe que envió a las policías provinciales con el fin de identificar a “los diferentes grupos juveniles con el de fin de prevenir incidentes” en los recitales, que empezaban a observarse como lugares de conflicto.
Esa mirada se había impuesto entre as fuerzas de seguridad luego de un festival organizado por la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional, Correpi, en Parque Rivadavia, el 28 de abril de 1996. Según dan cuenta los registros de la época, un grupo de skinheads provocó a otro en el que se reunían stones, rockeros y punks. Hubo una pelea que se llevó la vida de Marcelo Scalera, un joven de 32 años, que murió como consecuencia de los golpes recibidos.
Para “ayudar” a comprender el escenario del que habían empezado a hacerse eco los medios nacionales, entre marchas, decisiones judiciales y movilizaciones públicas, la secretaria de Seguridad y Protección a la Comunidad tuvo la idea de elaborar informes en los que caracterizó a los “distintos grupos juveniles, con principal actuación en festivales de rock, desarrollando en la mayoría de los casos de alteración al orden pública (A.O.P.)”.
En la comunicación interna destinada a los jefes de las policías provinciales, fechada el 21 de junio de 1996, la inteligencia nacional identifica a diferentes grupos cuyo nacimiento data en la década anterior y los describe a partir de una serie de rasgos que, a la luz de la historia, denota prejuicios típicos de la época, que en la mayoría de los casos empujan a la estigmatización y a una lectura demasiado alejada de la realidad.
Así, los Skin Heads (Cabezas Rapadas), se dividen entre los de alto poder adquisitivo que viven en barrios de Buenos Aires como Belgrano y Caballito, y los que provienen de “otras zonas”, son de clase media y baja, son desocupados. “Su característica principal es, la cabeza rapada o el pelo muy corto, (corte 4 cero ó 4 uno). Se tatuan, incluso la cabeza. Se visten con pantalones vaqueros azules gastados y borceguies, remeras, de color azul oscuro, con alguna inscripción o símbolo neonazi. Camperas tipo aviador, de colores negro u obscuros, en las cuales se puede encontrar una imagen fascista (esvástica ó algún símbolo Nazi). Poseen una vaga idea de nacionalismo”, dice una parte del informe.
Los “punks” son descriptos como “predominantes en la juventud marginal del Gran Buenos Aires”, y, según se señala, son los que representan una mayor “preocupación” porque “puedan convertirse en un peligro para la seguridad social”. “En un principio usaron los conocidos cabellos parados, aunque actualmente han cambiado su imagen, con el objeto de parecer más blandos, pero siguiendo fieles a teñirse el pelo de varios colores”, dicen los informes enviados a las provincias en las que también se describe a aquellos que escuchan “heavy rock, practicando como danza el denominado POGO (empujarse unos a otros mientras saltan)”.
En claro lenguaje policial, advierten que “se cree que pueden conformar un número importante dentro de la juventud marginal de la Capital Federal y Gran Buenos Aires, y debido a la diversidad de TRIBUS que existen dentro del Movimiento Punks, podrían convertirse en un elemento de peligro en el futuro para la seguridad social”.
En el campo de lo curioso, la secretaría nacional deja a un costado la descripción de “tribus” y completa el informe con una generalización en la que advierte, incluso, respecto a los grupos característicos de la época.
Después de una introducción que arranca con Bill Haley y sus Cometas, los Rolling Stones y los Beatles, a los que cataloga como “hippies”, describe los inicios del rock argentino y advierte que “en principio, el movimiento fue vanguardista, creando música de protesta y movilizando a enorme cantidad de jóvenes que se diferenciaban del resto por el largo de sus cabelleras y el aspecto descuidado”.
El informe dice que quienes escuchan a Ratones Paranoicos, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, Sumo, Divididos, La Renga, Las Pelotas y Los Piojos, “se caracterizan por llevar el cabello largo. Visten jeans gastados, remeras con inscripciones, que consignan de Marihuana Libre y logos de la imagen del Che Guevara”. Identificados etariamente entre los 14 a los 27 años, la inteligencia de finales de los noventa advierte que “los rockeros pueden pertenecer a grupos marginales o gente de clase social media y media alta”.
“Son fanáticos a la hora de defender su ideología musical y en su gran mayoría tienden al anarquismo como forma de vida. Algunos grupos pertenecen a vanguardias izquierdistas”, cierra el informe que tiene un apartado especial para “los grupos musicales que habitualmente son convocados por la Correpi, o grupos de izquierda en la Organización de Recitales Multitudinarios”. En esa categoría ingresaban, en 1996, Todos Tus Muertos, Actitud María Marta, Un Kuartito, Los Miserables (Chile), Los Piojos, Los Caballeros de la Quema, 2 Minutos y La Renga.
Datos, archivos y miradas del pasado desvirtuado en tiempos en que la discusión por el accionar de la inteligencia noventista vuelve a ponerse en el eje del debate político y se prepara para volver a escena.