En 1983, el ingeniero Marcelo Diamand dio escritura a una ponencia realizada en Nashville, Estados Unidos, sobre el comportamiento cíclico de las crisis argentinas y su correlato en el apartado político. “El péndulo argentino: ¿Hasta cuándo?” fue un texto de excepcional claridad para describir las bases económicas del conflicto político argentino del siglo XX.

Sin embargo, existen indicios que hacia 2018-2019, estas bases económicas del conflicto político argentino se agotaron, desacomodando a los representantes y dificultando la función de representar sus coaliciones sociales. Cambiaron los términos del antagonismo, lo que desamparó ideológicamente a ambos lados de "la grieta" y, en la vera “nacional-popular”, arrojó un peronismo sin promesas y sin ideario nacional.

Populares y ortodoxos

En el citado texto, Diamand describe un comportamiento pendular entre dos corrientes política-económica: la “popular que refleja las aspiraciones de grandes masas de la población”, identificada con el modelo keynesiano, y la “ortodoxa-liberal", que representa los sectores exportadores y financieros trasnacionalizados así como sectores ilustrados de la sociedad, asociada con el modelo neoclásico/marginalista.

La corriente popular se caracteriza por una fase inicial expansiva signada por la algarabía comercial en el sector industrial con correlato en el consumo masivo y mejoras distributivas de amplio alcance. El proceso se agota cuando sobrevienen problemas en el frente externo debido a que la capacidad de generar divisas no acompaña los niveles crecientes de transacciones económicas. Se desencadena una crisis de balanza de pagos comercial y de narrativa política al interrumpirse el progreso e inclusión material de grandes franjas poblacionales.

Del otro lado, la corriente ortodoxa-liberal accede al poder por la crisis de legitimidad antedicha con una retórica eficientista, austeridad, pro-mercado para generar confianza y tendiente a la atracción de capitales del exterior que permitan paliar el problema de balanza de pagos. Cualquier vicisitud social es caracterizada como circunstancial en aras de un futuro venturoso: devaluación para resentir las importaciones mediante una recesión, restricción monetaria y subas de tasas de interés de mercado, caídas de salarios reales y ajustes del gasto público que implican un resentimiento las prestaciones de servicios públicos. 

Pero el verdadero éxito parcial del ciclo sobreviene cuando los esfuerzos de convencimiento logran atraer capitales del exterior que permiten suplir la escasez de divisas de origen comercial (importaciones mayores a las exportaciones). El capitalismo local logra las condiciones de su reimpulso y se reinicia un ciclo de crecimiento con su propia narrativa política basada en la filosofía liberal.

El problema surge cuando se constata que el crecimiento del flujo de capitales externos conlleva mayores compromisos en intereses y amortizaciones que se pagan en divisas. A su vez, la estructura económica argentina persiste en su sesgo de elevar el consumo de divisas conforme se eleva el nivel de actividad en forma de importaciones, turismo, remisión de utilidades y formación de activos externos. De esta manera, el ecosistema económico así concebido depende de la renovación sistemática de los créditos ya asumidos, así como la aceleración de los esfuerzos de atracción de capitales internacionales en una suerte de esquema Ponzi de escala internacional que indefectiblemente estalla en una crisis más profunda que la crisis de la corriente popular.

Su Majestad

Este cuadro de situación es diferente ahora. En el Siglo XX, la discusión política institucional no era más que una extensión del conflicto político por la apropiación de los excedentes de recursos naturales que tenía el país. La existencia o no de este excedente dependía de la valorización de nuestros commodities en el mercado internacional.

 Con el endeudamiento externo que se inició en 2016 la situación cambio: la magnitud del mismo fue tan grandiosa que los compromisos de pagos de intereses y las amortizaciones de capital han supuesto que por primera vez en mucho tiempo, tal excedente no quede a disposición de ninguna de las fracciones internas, sino que se destine a Su Majestad, Nuestros Acreedores. A partir de 2025 los compromisos de pagos de tan solo el Tesoro en moneda extranjera tienen un promedio anual de 26.000 millones de dólares para el decenio 2025-35 (173 por ciento del mejor superávit comercial del siglo: 15.000 millones en 2021). 

Se transita una fábula si se cae en el optimismo de dar al rollover por descontado. Ninguno de los dos bandos del Péndulo encuentra condiciones de legitimación: la vera popular no puede redistribuir ni impulsar inclusión alguna sin desacoplarse de los sistemas internacionales financieros (situación que los pondría en conflicto con la burguesía “nacional” transnacionalizada) y la vera del río liberal-ortodoxa no puede apelar al endeudamiento externo y los recursos naturales no bastan dada la magnitud del descalabro. El juguete de la historia, el Péndulo, se ha roto y no encuentra condiciones de restauración.

El trabajo

Sobre esta realidad se solapa una segunda crisis basal que es la transformación del mercado laboral desde la década del 70 con la crisis de la “empleabilidad” y la proliferación de dos modos de ocupación hermanados pero que confluyen en fenómenos políticos antagónicos: el cuentapropismo, el emprendedurismo de chiquitaje que arroja un sujeto social autónomo de todo resguardo legal del Estado y, por tanto, que lo ve prescindible y un estorbo a la actividad privada; y el fenómeno de los métodos asociativos y autogestivo de producción que expresa la Economía Social (sector, que destáquese, no demanda las valiosas divisas para desempeñarse ni esta transnacionalizado financieramente).

Ambos fenómenos han empezado a edificar sus “campeones” en la esfera política. En él mientras tanto, los anteriores exponentes del paradigma del s.XX. ven desfallecer progresivamente su legitimidad puesto que representan, con sus símbolos, instrumentos, discursos y visiones; una sociedad que ya no está. Hay una crisis de representatividad política fundada en la crisis de la materialidad.

Si el campo nacional-popular anhela tener algún lugar en el debate público de los problemas venideros deberá empezar a reversionarse alrededor de una agenda que ponga foco en las causas del malestar democrático: la precarización de la vida tanto individual como colectiva. Esta precariedad emana de la crisis del concepto de “trabajo asalariado” como articulador y civilizador, por un lado, y de la crisis del sector externo descripta. Son 2 crisis en simultáneo.

Deberá reconfigurar los modos de cobertura legal sobre una población sin empleador; deberá discutir el malvivir de las urbes y la descompresión de los núcleos poblacionales; deberá repensar los modos de inserción financiera internacional y de explotación de los recursos naturales (y de captación de rentas y para qué), deberá fijar grados de extranjerización de los medios de producción; deberá rediseñar la estructura tributaria que hoy acentúa los sesgos regresivos que se generan en la esfera de la producción (obligando al gasto público más que compensar dicha esfera); y deberá reconcebir los modos en los que la energía y los alimentos se producen (y con ello el acceso a la tierra). Será preciso una “actualización doctrinaria”.

* Economista (UNR). [email protected]