El domingo pasado, mientras una inmensa mayoría de argentinos comenzaba a compenetrarse con la final de la Copa América que la selección iba a disputar contra Colombia, Valeria Lois sólo podía pensar en una cosa: cómo hacer para llegar en tiempo récord del escenario del Teatro Broadway, donde pasadas las siete y media terminaría la quinta función semanal de Esperando la carroza, a Dumont 4040, donde una hora más tarde, con el estreno de Viento blanco, debutaría oficialmente como directora escénica. Al compás de los últimos aplausos de la tarde corrió al camarín, se despegó las uñas postizas, se quitó el vestuario de Nora de Musicardi –el personaje que interpreta en esta nueva versión del clásico de Jacobo Langsner, que fue llevado al teatro infinidad de veces pero se volvió parte de la cultura nacional cuando fue filmado por Alejandro Doria– y se subió al auto. Llegó a la sala de Chacarita justo a tiempo, para presenciar por primera vez algo que, desde ahora, se repetirá cada domingo que su agenda cargada de funciones lo permita: mirar desde afuera del escenario un proyecto teatral que la involucra. “Es muy raro”, sentencia. “Y emocionante”.
A quien haya visto actuar a Lois le resultará difícil creer que la razón por la que hasta ahora no se había animado a dirigir es que, sencillamente, le daba temor. ¿Cómo alguien con una inteligencia escénica brutal, con esa ductilidad para el grotesco –en el sentido menos gastado del término: que sabe sintetizar, a veces en un mismo gesto, lo cómico y lo trágico– puede creerse incapaz de guiar el camino dramático de otros? “Yo sabía que en algún momento iba a dirigir, por la relación que tengo con el teatro, con la actuación, con los procesos creativos. Pero me daba miedo, y yo al miedo le doy mucho lugar”, se ríe Lois. Y reafirma: “El del director es un lugar al que siempre le tuve mucho respeto, como al mar y a la electricidad”.
Esa capacidad para mirar y tomar decisiones que a Lois le costaba ver y era evidente para los demás se materializó en una propuesta concreta hace poco más de un año. Santiago Loza estaba escribiendo para Mariano Saborido un texto hecho a su medida: una historia situada en los paisajes del Sur de los que es oriundo Mariano, que le brindaba la posibilidad de desplegar algunas de sus destrezas interpretativas más evidentes (la composición de una personaje extemporáneo, un poco chapado a la antigua, la aparición de una voz femenina) y a su vez probar algunos colores nuevos. Cuando ese texto estuvo listo y ambos, actor y dramaturgo, empezaron a pensar quién podía dirigirlo, el nombre de Valeria Lois brotó como una certeza. Mariano admiraba a Lois, Lois ya había hecho durante muchos años La mujer puerca, un unipersonal del mismo autor cuyas vinculaciones con Viento blanco son evidentes, aún en su singularidad, como si se tratara de obras primas hermanas. No solo por su estructura narrativa (ambas, maquinarias precisas cuyas historias van cobrando espesor en la medida en que van regalando a sus personajes la posibilidad de crecer en intensidad) sino por algunos de sus tópicos: la orfandad, el amor medio trunco, el delirio místico.
Si bien el ofrecimiento la halagó, Lois no aceptó sin dudarlo un poco. Pero en esos días, mientras le daba vueltas al asunto, coincidió con varios amigos del mundo teatral en un casamiento y Laura Paredes le dio el empujón que necesitaba: “Lo vas a tener que hacer”, le dijo. Lo que significaba para ella mucho menos un mandato que un sobreentendido, algo así como un “estás en situación de hacerlo”. Y a veces es cuestión de hacer lo que hay que hacer: el camino era hacia adelante, con un texto que le gustaba, un actor que sin muchas dudas uno podría calificar de talento nacional y un dream team que se completó con Juanse Rausch en la codirección, Mercedes Aranda en la asistencia, Rodrigo González Garillo en escenografía, Pablo Ramírez en vestuario, Matías Sendón en luces, Teo López Puccio en el diseño sonoro y Carolina Castro junto a la Compañía Teatro Futuro, que ella ya conocía por su trabajo en La vida extraordinaria, acompañando desde la producción.
CUMPLIR EL DESEO
Tendría siete u ocho años cuando su papá le sacó la foto que hoy usa como imagen de perfil en WhatsApp. Lois está parada en el balcón de su casa, un clásico departamento porteño de ladrillos a la vista; dos ambientes que se armaban y desarmaban todos los días para albergar a una familia de cuatro: el living se transformaba en la habitación de las hermanas después de la cena y a la mañana siguiente volvía a convertirse en un espacio de uso común. En la foto se ve a la niña vestida de niña, aunque esté tratando de emular los gestos de una adulta: anteojos de sol, un traje de baño enterizo a rayas tapado a medias por un shortcito de jean. El brazo izquierdo se pierde detrás de la cabeza. De la mano derecha, agarrada justo sobre su cintura para completar la pose que con más inocencia que sensualidad busca copiarle a alguna modelo o actriz imaginaria, cuelga una cartera chiquita y negra. Por entonces, Lois no tiene un cuarto propio pero sabe cómo inventarse un mundo y jugar a ser otra. Y algo de eso se le da bien, evidentemente, porque no mucho tiempo después, cuando escucha que una compañera suya va a ir a clases de actuación y ella dice en casa que también quiere hacerlo, sus padres –metalúrgico y bancaria, ni un amigo artista– buscan la forma de cumplir el deseo de la hija. Lois no se acuerda de cómo llegó al curso para chicos de la Asociación Argentina de Actores en el que finalmente la anotaron: quizá algún colega del trabajo le sugirió a su mamá que ese podía ser un buen lugar para empezar a averiguar, quizá sus papás lo hayan buscado en la guía.
Después del ingreso al Colegio Nacional de Buenos Aires, el camino comenzó a abrirse de forma más contundente: su amiga Camila Villamil le contó que su mamá, Laura Falcoff, daba clases en la escuela de Hugo Midón, y allí fueron las dos, entonces, para hacer teatro juntas. Lois se sentía feliz e inspirada por sus compañeros de grupo. Una de ellas era Nora Moseinco, con la que años más tarde, y después de pasar por el estudio de Pompeyo Audivert –donde aprendió algo del arrojo y el desborde que siguen marcando su forma de actuar– comenzó a tomar clases, cuando esta abrió su escuela.
Fue ahí donde conoció a Lorena Vega. Juan Pablo Garaventa le propuso a Lorena hacer un proyecto con esa chica del otro grupo que a los dos les había llamado la atención. Al toque sumaron a Martín Piroyansky, por entonces un adolescente. Y como a veces hace falta nombrar las cosas para tomarse en serio su existencia, se pusieron un nombre: Grupo Sanguíneo. Hicieron una primera obra, aún mítica, Capítulo XV, que Lois sólo puede describir con una palabra que detesta: puro juego. “Me encantaría encontrar otra forma de explicarlo, pero creo que la obra tenía eso: era pura joda y contagiaba. Una vez, un amigo escenógrafo me dijo ‘los vi y me dieron ganas de actuar’. No se me ocurre un halago mejor”. Después de ese primer trabajo se dieron cuenta de dos cosas: que tenían cuerda para seguir haciendo cosas juntos, y que para dar unos pasos más necesitaban de alguien que los acompañara en el proceso. Le escribieron a Gustavo Tarrío: “Tenemos ganas de hacer una nueva obra, pero creemos que necesitamos una mirada externa”. Tarrío aceptó, pero no les dejó pasar el yerro: “¿Qué mirada externa? Lo que ustedes necesitan es un director”. El resultado de esa sinergia se llamó Afuera, y durante aquel proceso Lois terminó de entender lo poderosa que puede ser la dirección. “Si con Capítulo XV habíamos podido hacer lo que queríamos hacer de forma caprichosa y delirante, en Afuera logramos hacerlo de manera organizada, con alguien que sabía decirnos con claridad “esto está bueno, esto no va”. Gustavo es de las personas más sensibles que hay y a la vez no se come ninguna: no cede hasta conseguir lo que quiere, eso que está imaginando”.
ALGO DE CADA UNO
Desde entonces pasó casi un cuarto de siglo, la chica que soñaba con ser actriz se convirtió en actriz y fue parte de otros muchísimos proyectos en cine, teatro y televisión. Hay quienes la conocen por las películas de Paula Hernández, que recurre a ella en muchos de sus films y con el personaje de Stella en Las siamesas, donde conforma una dupla perfecta con Rita Cortese, le regaló un chiche que Lois supo explotar. Quienes la saludan por la calle quizá reconozcan en ella a la actriz de División Palermo, de Guapas o de Argentina, tierra de amor y venganza. Muchos otros, ven en Lois a la intérprete de Cineastas, de Mariano Pensotti, La mujer puerca, de Lisandro Rodríguez, Precoz, de Lorena Vega, Estado de ira, de Ciro Zorzoli, y así podríamos seguir enumerando, durante unas cuantas líneas más, una infinidad de trabajos hasta llegar a “la carroza”, como a Lois le gusta llamar a la obra que ahora la tiene ocupada de jueves a domingo o a La vida extraordinaria, de Mariano Tenconi Blanco (que sigue en el Teatro Picadero cada miércoles).
De cada uno de los directores bajo cuyo mando trabajó, Lois se llevó algo que ahora, en su nuevo rol, busca poner en práctica. De Tenconi, que para La vida extraordinaria la volvió a reunir con su amiga Vega después de una década sin compartir escenario, Lois siempre admiró el balance perfecto entre el intervencionismo y el laissez faire. “Mariano tiene una forma muy habilitadora, muy del dejar hacer. Deja, deja, deja y después, en un momento, te marca algo muy preciso. Es casi matemático después de haber dado mucha libertad”, dice Lois. “Y creo que 'cuidadoso' es una palabra que le hace justicia: supo dosificar sus intervenciones para que nos sintiéramos bien, en una obra que era difícil para Lore y para mí. Porque nos volvía a juntar, lo cual nos daba mucha alegría pero también podía alimentar algún fantasma de la competencia. Y algo de lo que pasó durante ese proceso, y ese entendimiento que Mariano tuvo, también nos volvió amigos”. Aunque La vida extraordinaria va por su sexta temporada y hace muchísimo tiempo camina sola, defendida por esa dupla que alguna vez Alejandro Catalán llamó “el monstruo de dos cabezas”, cada tanto Tenconi vuelve a ver alguna función y siempre, dicen sus actrices, sigue teniendo una devolución justa, algo nuevo para decir.
Después está Ciro Zorzoli, con quien Lois también había estudiado actuación y quien ahora vuelve a dirigirla en Esperando la carroza, después de Estado de ira y La verdad. Con él, cada ensayo se siente como una suerte de master class, dice Lois. “Ver dirigir a Ciro es algo increíble, porque es de una inteligencia medio arrolladora. Me parece que la imagen del director que mucha gente sigue teniendo es la de alguien que mira a sus actores desde la mitad de la platea, que da indicaciones desde lejos. Ciro no se parece en nada a eso”, explica. “Es alguien que está parado en el borde del escenario, caminando entre nosotros, corrigiendo cosas que en el momento te parecen sutiles y después son enormes. Por momentos, sentís que cada una de sus marcas abre y te deja en un lugar nuevo”. Y además están las palabras: para hacer devoluciones, Zorzoli echa mano a un diccionario personalísimo que su actriz, ahora, repasa con una sonrisa. “Jamás lo vas a escuchar decir que lo que hiciste estuvo bueno. Te dice: ‘hoy tu actuación fue burbujeante’. O que la escena salió hojaldrada. Que la platea estuvo un poco cariada. Siempre encuentra unos términos que te arman imagen de forma instantánea”.
Imposible no incluir en esta enumeración breve y caprichosa, que soslaya muchísimos nombres, a Lisandro Rodríguez, el director de La mujer puerca, la obra que ahora es una referencia insoslayable para la Lois directora. Ella dirá que de él aprendió la paciencia. “Yo desconfío plenamente de mí misma, y Lisandro tuvo que trabajar con un mar de inseguridades, porque la puerca fue mi primer unipersonal y estar sola en escena es muy distinto de estar con otros. Hablé mucho con él cuando empezamos a ensayar Viento blanco. Me aconsejó que confiara en el proceso de Mariano, que lo dejara probar. Yo espero haber podido hacerlo. Creo que sí. Porque, si bien ahora repaso los ensayos y pienso que con Juanse fuimos de marcar mucho, me parece que ante todo marcamos acuerdos, lugares por donde explorar”.
Hace algunos meses volviste a hacer funciones de La mujer puerca en Los Vidrios. ¿Sirvió tenerla fresca para llevar a escena Viento blanco?
–Muy a pesar mío, no pude evitar hablar todo el tiempo de la obra, porque era una referencia muy clara para mí y también lo era para Mariano. Creo que haberla hecho hace poco estuvo bueno, pero no diría fundamental: el de la puerca es un registro que yo ya tengo en sangre. Está ahí, puedo traerlo a colación en cualquier momento.
MÁS DE A POCO
De pronto se le escapa un llanto que estaba contenido. Lois echa mano a una servilleta para secarse las lágrimas (la entrevista sucede en una pizzería que, por suerte, evita el clásico papel seda de las servilletas porteñas y ofrece a sus clientes una variante que sirve un poco más). Lois confiesa no saber muy bien por qué está llorando, pero la emoción entra a jugar justo en el momento en que está pasando lista a todo lo que pasó en la escena del teatro independiente desde que empezó a transitarlo hasta hoy. “Cuando empecé a hacer teatro no nos venía a ver nadie. Y cuando digo nadie es nadie. Ahora, este teatro que hacemos llena salas, tiene una fecha determinada de estreno, preventa de entradas, prensa, una manera de hacer y de ser profesional que es un poco emocionante. Porque no es algo que se haya conseguido por la tele. La gente no viene a ver las cosas que yo hago porque me haya visto en Argentina, tierra de amor y venganza. El camino de este teatro, que para mí empieza en Capítulo XV y llega hasta Viento blanco, está alimentado por sí mismo”.
¿Te genera nervios la expectativa ajena sobre tu trabajo?
–A veces me gustaría que todo fuese más de a poquito. Que las obras sean como los partos, que son un punto de inicio más que de llegada: el bebé nace, crece, se va desarrollando. Ahora tenés la sensación de que tenés que llegar al estreno con certezas, porque hay un público que ya está ahí, que espera cosas de Mariano, de Santiago, de Juanse, de mí. ¿Si es un flash? Sí. ¿Si esperaba que esto fuera a pasarme alguna vez? Te juro que no. Pero sé que estamos trabajando y no estamos descansando en eso. Si fuera por mí, quizá no estrenaría una obra en un momento en el que es posible que no pueda ver todas las funciones porque yo misma estoy haciendo muchísimas funciones de otra obra. La Valeria de hace unos años no se hubiera animado.
Y la de ahora, ¿qué piensa?
–Que es posible habitar muchos lugares distintos, disfrutar de lo que tienen para darte. Cuando me ofrecieron este personaje en Esperando la carroza tuve que pensarlo, no estaba segura de embarcarme en una obra de tantas funciones por semana. Ahora la estoy disfrutando un montón. Es una obra de la calle Corrientes, pero tiene muchos condimentos de mi cuna: una energía y un desparpajo que son bien del teatro independiente. Y así como en mi familia soy la alta, y después salgo al mundo y me doy cuenta que de alta no tengo nada, voy a cada proyecto: sin creérmela mucho. Qué se yo, en mi grupo de amigas soy “la famosa”. Después voy a las funciones de la carroza y, cuando salgo, esquivo a la gente que está esperando en la puerta al famoso de verdad que vino a ver para sacarse una foto, mientras yo me voy caminando por un costadito. Y, ¿te digo la verdad? Eso me encanta.
> Sus obras en cartel
VIDA, VIENTO Y CARROZA
La vida extraordinaria Desde 2018, casi sin interrupciones, Lois interpreta a Aurora en esta obra de Mariano Tenconi Blanco que la volvió a reunir con Lorena Vega, su coequiper perfecta. La vida extroardinaria es un retrato de dos amigas íntimas construido a partir de diversas tramas textuales: la voz en off que enmarca la historia de las dos, desde que se conocen hasta el final de sus días, las cartas que se escriben cuando las circunstancias de la vida las separan geográficamente, los poemas que leen en público o las lecturas de sus diarios íntimos. Miércoles a las 20, en el Teatro Picadero.
Viento blanco En su incursión como directora –en equipo con Juanse Rausch, el jovencísimo talento que también dirigió Paquito, la cabeza contra el suelo– Lois lleva a escena un texto de Santiago Loza interpretado por Mariano Saborido. Saborido es Marito, un muchacho que vive en un pequeñísimo pueblo del sur, gerenciando un pequeño hotel por el que pasan viajantes y marineros. Marito recuerda al amigo que tuvo en su infancia. Años más tarde, ese amigo vuelve a su lugar de origen en forma de cura y lo ayuda a despedir el espíritu de la madre muerta. Los domingos a las 20.30, en Dumont 4040.
Esperando la carroza En esta versión del clásico de clásicos rioplatense, dirigida esta vez por Ciro Zorzoli, Lois es Nora de Musicardi, el personaje que en su versión más famosa, la película de Alejandro Doria, interpretaba Betiana Blum. Logra algo que no es fácil de conseguir: que los nostálgicos encuentren alguna reminiscencia a aquella Nora, pero también asome una energía personal, cierta novedad. De jueves a domingo, con doble función los sábados, la sala del Teatro Broadway estalla en carcajadas junto a Lois y Campi, Pablo Rago, Paola Barrientos y Ana Katz, entre otros.