Cada nuevo mes algo pasaba cuando íbamos al supermercado, parecía que las góndolas se movían, los objetos que debían darnos tranquilidad no dejaban de cambiar de precio. En diciembre de 2023 fue del 25 por ciento, en enero del 20, en febrero del 14, en mayo del 4,2, junio 4,8. Pero atrás de esos datos econométricos encontramos seres humanos que tienen su historia, su vida, su destino y en vez de eso nos encontrábamos lanzados a un siniestro juego de intentar estirar el dinero lo más posible y ver hasta dónde llegábamos en el mes. Y aparecieron esas cifras que no se quieren escuchar, la pobreza del 60 por ciento, la indigencia del 20 por ciento, ese maldito concepto de la canasta básica, cuánta comida necesita una familia por mes. ¡Cuántas miradas por todos lados muestran cómo el empobrecimiento se aceleró en estos tiempos! No se trata de pelearnos acerca de las causas, cada cual tendrá sus explicaciones, pero se trata de gritar basta y comenzar a hacer algo. No es lo mismo la pobreza que la miseria, la miseria que el empobrecimiento.
Como en cualquier plaza encontramos subibajas, pocos se dan cuenta salvo los chicos lo tremendo que puede ser ese juego, allí uno puede dejar al otro anclado en un lugar que da miedo, uno sube y otros bajan, dejar al otro atascado sin poder bajarse. De un lado, cada vez más pesaban los productos, los servicios. Subían de peso, de precio, a la mayoría nos dejaban desesperados, que es una manera de decir que nos dejaban cada vez más abajo, nos hundíamos. Mientras las cosas subían la hora de trabajo se abarataba, finalmente lo que bajaba era el valor de la hora humana.
Ya lo cantaba Elsa Soares: “La carne más barata del mercado es la carne humana, la carne negra”. Y atrás de esos juegos están los que sacan ventajas vendiendo la desgracia del otro. Hace muchas décadas vi una película de antropofagia humana y me di cuenta de que era eso lo que se paseaba y olía entre las góndolas. Se llamaba “Delicatessen”, de 1991. Encontramos en ella al carnicero Clapet colocando anuncios en el periódico “Tiempos Duros” para atraer víctimas de la comunidad, que luego asesinará y venderá como carne a los demás vecinos. Parece no sentir culpa con lo que hace.
Brecht escribió la “Opera de los dos centavos” y mostró a un comerciante de la pobreza que lograba contrarrestar el endurecimiento de los corazones humanos. Peachum se llamaba y había abierto un negocio en el cual los más pobres de toda pobreza, como decía mi amigo Vicente Zito Lema, podían procurarse un aspecto capaz de conmover los corazones más recalcitrantes. Hacer un negocio mostrando el pus de las heridas, hacer negocio de la pobreza.
Brecht quería comprometer a la lucha, la pobreza es un sistema que necesita que falte en todos lados para que otros vivan bien, lo que nos sensibiliza no es sólo su aspecto y sus pústulas de pus ni tampoco que lo que tenemos nosotros es lo que al otro le falta, sino un llamamiento: el rumbo del planeta puede cambiar, debe cambiar, no debemos seguir por este rumbo duro que estamos viviendo.
Algo pasa para que tanta gente busque en los tachos, porque atrás de la carne humana se esconde el capital y atrás del capital el capitalismo egoísta, injusto, antropófago. El aliento sanguinoliento de las mandíbulas de un sistema que se presenta como inalterable, único, incomparable, y que, al mismo tiempo no tienen a nadie para hacerse responsable de su destino.
Está aquí nuevamente el ajuste: con un lenguaje de pesadilla nos auguran que luego de una época tremenda saldremos airosos. Como si todo se tratara de monetarismo y no tuviera nada que ver la salud mental, la crueldad, la pobreza, la antropofagia y toda la gente que sufre el empobrecimiento que se ve en cada rincón de cada lugar del país.
Martín Smud es psicoanalista y escritor. Presentará el libro “La inflación come carne humana” junto a seis actores y actrices en @sanabastocultural, el viernes 19 de julio a las 21. La entrada es un alimento no perecedero.