Agosto de 1960. Un detective privado contratado por la CIA y un mafioso con porte hollywoodense se reúnen en el bar de un hotel de L.A. ¿Sus nombres? Robert Maheu y Johnny “el fachero” Roselli. Música lounge, humo de cigarrillos y cócteles, amenizan el objetivo del encuentro: dirimir cómo asesinar a Fidel Castro. Es apenas una de las escenas que forman parte de Mafia Spies, la notable docuserie que estrenó Paramount+, y revela uno de los eventos más ricos y representativos de la Guerra Fría. Seis episodios en los que se concatenan las postales del “prostíbulo de América”, la caída del régimen de Fulgencio Batista, Bahía de Cochinos, “la crisis de los misiles”, Operación Mangosta y demás. Su corazón, tal como lo especifica su título, es el interés de los gangsters y la central de inteligencia en “borrar” al “JFK de La Habana”, como se escucha decir por ahí.

La entrega, basada en el libro de investigación de Thomas Maier, expone lo que durante mucho tiempo había sido un rumor ampliamente extendido y retratado en El Padrino I y II, JFK, Habana y Trece días –por nombrar algunos films-. Todo ese embrollo histórico que dejó de ser una mera leyenda urbana hasta este siglo al desclasificarse las llamadas “joyas de la familia” de la CIA. Esos documentos que detallaron varias actividades oscuras de la agencia creada por Harry Truman. Lo atractivo es como el componente documental, las entrevistas a expertos, y el profuso material de archivo, se intercala con una puesta en escena inmersiva propia de la meca cinematográfica. “No quisimos hacer un trabajo académico sobre la Guerra Fría”, le dice a Página/12 Tom Donahue, creador de la serie junto a Ilan Arboleda.

Hay momentos notables, como cuando la hija del jefe de Sam Giancana –el capo del outfit de Chicago- relata que su padre montaba en cólera cuando le decía que Fidel Castro le parecía un galán. O cuando el actor Robert Davi lee en cámara los archivos Top Secret de la CIA. Y también están las recreaciones con el swing del Rat Pack de fondo y los fallidos intentos por lograr su objetivo: un habano explosivo, amantes entrenadas y artefactos que parecen sacados de una de James Bond. Un juego de verosímiles en los que la realidad, una vez más, supera a la ficción. “No queríamos que se mezclara lo que contamos con teorías conspirativas. Fue, de hecho, una conspiración ampliamente documentada. No necesitamos ninguna teoría conspirativa”, aclara Arboleda.

-¿Cuál fue el desafío detrás de relatar nuevamente estos hechos que durante varias décadas habían sido una comidilla de la cultura popular?

Tom Donahue: -Es la primera vez que se hace algo así desde la revelación de los miles de documentos entre 2017 y 2018 por los Estados Unidos. Teníamos todas estas historias dispersas y teorías conspirativas, pero ahora están apoyadas por la realidad. El autor del libro, Thomas Maier, se obsesionó con todo lo que se desclasificó y hace un par de años salió con este libro que conecta todos con los hechos. Nuestra misión es relatar lo que pasó con información fiable y certificada. Hace una década no podríamos haberlo hecho. Por eso es relevante.

-¿Cómo y por qué se decidieron por esta apuesta visual que juega con lo retro de las películas de mafia y espionaje?

T.D.: -Los políticos tienen sus demonios personales, y los creadores de Mafia Spies tenemos los nuestros (risas). Y creo que la historia de Hollywood conecta directamente con lo que pasó. Nos metimos hasta el fondo con esa estética retro, e incluso, con los clisés de las películas de esos géneros. Lo que hicimos acá fue subvertir los clisés de una manera entretenida, pero para contar algo que efectivamente pasó. Estamos lidiando con documentos de la CIA, el FBI... ¡Por Dios, hagámoslo excitante! Juguemos con las bandas sonoras de Henry Mancini y John Barry. Partamos la pantalla como lo hizo El affaire de Thomas Crown. Experimentemos desde adentro con lo que nos resuena de ese período, de cómo lo que recordamos a través de las películas. Y fue muy divertido.

-Más allá de ese acercamiento, la búsqueda de testimonios es bastante amplia y objetiva, incluyendo a periodistas cubanos junto a otros estadounidenses. ¿Cómo fue entroncar ese aspecto más documental con el entretenimiento?

Ilan Arboleda: - Sabíamos que tenía que haber diversidad y que tenían que ser expertos. Son especialistas que realmente saben todo sobre estos documentos. Y además de las voces autorizadas están los que conocieron a los partícipes activos, desde la hija de Sam Giancana a una novia de Johnny Roselli.

T.D.: -Cuanto más autorizados son, menos ideologizados están. Nadie viene desde lo estrictamente ideológico.

I.A.: -Otro aspecto a destacar es que no tenemos un narrador formal. Son estas voces las que van construyendo el relato.

-Llamativamente, los expertos también se ríen de lo que pasó; hablan con un frenesí de todo lo inverosímiles y cruentas que fueron estas operaciones…

T.D.: - No esperábamos ese tono. Lo que relatan recuerda los “Keystone cops”, esos policías incompetentes de las películas mudas. Tim Weiner, el periodista del New York Times, destripa el legado de la CIA con mucha gracia. No lo coacheamos para nada y tiene algunos parlamentos increíbles.

I.A.: - Stephen Kinzer también es alguien muy serio, pero en cámara lanza estas frases como “¡es ridículo!”. Fue un accidente feliz.

-¿Qué creen que es lo más impactante de esta suerte de arca de Noé de la Guerra Fría?

I.A.: - La gente no se da cuenta de lo cerca que estuvimos de una guerra nuclear en 1962. Debe haber sido muy dramático vivirlo por entonces, y tratamos de cubrir la previa, lo que sucedió y su legado. Es un documento mezclado con entretenimiento, para una nueva audiencia.

T.D: -Es una comedia de errores en el peor contexto posible.

I.A.: -Y todo se dio por representantes. Teníamos a Estados Unidos versus la Unión Soviética en Cuba, pero llevado a cabo por la CIA y la mafia queriendo borrar del mapa a Fidel Castro.

T.D: -Castro en un momento le escribió una carta apocalíptica a Nikita Kruschev en la que le dijo “por mí, todo bien si destruís Estados Unidos con armas nucleares”. Y el otro le respondió: “¡Yo no quiero eso!”. Es hilarante, pero pasó.

-Y de todos los intentos de asesinato a Fidel Castro, ¿cuál fue el más impactante?

T.D: -Creo que intentaron matarlo de 615 maneras distintas. Al menos esas son las documentadas. Una fue la de dos tipos armados con bazookas que iban a dispararle desde la costa mientras daba un discurso. Pero se les mojó la bazooka y no pudieron repararla. O las pastillas que les dieron a las amantes para envenenarlo. De esta última armamos una secuencia de diez minutos porque era francamente demasiado alocado. Y esta ni siquiera involucraba a la mafia. Fue todito de la CIA.