Precedida de cierto escándalo, por llamarlo de algún modo, el estreno (en Cine El Cairo, hoy a las 22.30 y mañana a las 20.30) de la película El Agrónomo, de Martín Turnes, permite ahora participar de la discusión. Cosa curiosa: al cine, muchas veces, se le reclama testimonio de verdad, y por parte de gente que, sin embargo, suele ser ajena a éste. Desde luego, al abordar una temática puntual, toda película se sabe proclive a ser blanco de las opiniones. Para el caso de la película de Martín Turnes (Pichuco, Una noche solos), el asunto viene dado por la atención puesta en los agrotóxicos (“fitosanitarios”, se apresuraron a corregirle a la película muchos “entendidos”); y tanto el tráiler como el consecuente estreno (en Bafici) cosecharon enojos varios. Bienvenido sea.

El Agrónomo narra, de manera precisa, cómo la familia de un ingeniero agrónomo muda su vida a otro pueblo, a partir de una oferta de trabajo. De una manera atenta a las piezas que mueven la acción de un buen guion, Turnes –en coautoría con Marcelo Pitrola– sabe cómo establecer el escenario y sus personajes. Desde una narrativa destacable, las relaciones laborales y sociales surgen claras, a través del vínculo de Gastón, el agrónomo (Diego Velázquez), con su empleador (Claudio Martínez Bel); la relación familiar con su esposa e hija adolescente (Valeria Lois y Ángeles Zapata); o las amistades de la hija, entre el grupo de rap y su mejor amiga: situaciones que dibujan un entramado mayor, en donde asoma la mirada diferente de los jóvenes y el margen social de quienes viven supeditados a los que más tienen. En síntesis, El Agrónomo tiene una puesta en escena sólida, por donde hace transcurrir su historia, y de una manera tan clara como para sugerir un escenario más complejo.

De esta manera, Gastón se verá tironeado entre la tarea para la que fue llamado y por la que arrastró a su familia –las mejoras en las condiciones de vida se notan–, y las consecuencias de su accionar. Todo esto, a través de un develamiento progresivo, que permitirá descubrir quién es quién dentro de un contexto conciso, localizado en un pueblo que podría ser el equivalente de muchos otros. En todo caso, se trata de un orden social en donde cada uno sabe (o debiera saber) qué lugar ocupa.

El caso de Gastón es el de alguien que deberá, más tarde o más temprano, decidir. En este sentido, se le presentan señales, alertas. Por ejemplo, cuando descubra a su hija rapeando en la plaza, con amigos. Al dirigirse allí, una moto repentina, pasa peligrosamente cerca de él. Esa moto –a la manera de algo que ronda– continuará dando vueltas, dentro de ese mismo espacio de acción, también en otros, en un segundo plano visual o sonoro. Por su parte, la hija preferirá pasar cada vez más tiempo en casa de su amiga –que vive lejos, en una morada más humilde– mientras se dedica a la composición de letras de rap, dedicadas a ese mismo entorno, en donde su padre ocupa un lugar decisivo. Por eso, cuando éste deba atender a la amiga de la hija, repentinamente descompuesta, la mancha del vómito podrá ser eliminada de la alfombra del auto, pero el malestar anuncia algo irreversible.

No es casual que El Agrónomo privilegie planos cerrados sobre Gastón, como si quisiera escudriñar en sus procesos internos. La tarea actoral de Diego Velázquez es notable, entre otras cosas porque su rostro parece esculpido, no trasluce emociones, y esto es algo que la cámara toma para sí. Apenas algunos gestos bastan para dar cuenta de que algo no está bien en él, aun cuando su accionar no lo desmienta. Solícito con su jefe –si bien dice no trabajar para él–, asiste a los partidos de pato y finge interés. En tal caso, parece ser lo que corresponde. De igual modo, entonces, con los agrotóxicos (o fitosanitarios) que implementa en los campos. Su gorrita desgastada, con la firma de uno de estos venenos, dice mucho: es la prenda de cortesía con la que las empresas compran voluntades. Es un gorrita gastada, que Gastón evidentemente usa hace mucho, un detalle del vestuario que señala sobre su lugar laboral y constancia.

De allí se desprende mucho más, como por ejemplo en relación al paisaje social que hace posible situaciones parecidas. El film de Turnes no pone un dedo acusador en Gastón, sino, antes bien, lo hace víctima de una necesaria toma de decisión; algo que el film –una de sus muchas virtudes– no explicita. En todo caso, lo que se plasma es un proceder dialéctico, en donde la toma de conciencia no podrá ser rehuida. Ahora bien, si de señalar con un dedo se trata, a quien se apunta con filo es a determinado modelo de producción agrícola, que encarna en la familia y personajes del mandamás campestre: él y esposa (Claudio Martínez Bel y Susana Pampín) son la síntesis justa, por sus maneras de hablar y de referirse a los demás (sean caballos, vacas o personas), tanto como al festejar los goles de la progenie, durante los partidos de pato. Eso sí, ya no se juega más con patos vivos y no hay enchastre de sangre; un detalle –como muchos otros–, sabiamente escondido en los diálogos.

En la toma de conciencia que el film señala –más allá de qué decida su personaje– deberán participar quienes miran la película. Allí es donde El Agrónomo escribe su puesta en escena, y en donde deposita su confianza.

El Agrónomo 8

Argentina, 2024

Dirección: Martín Turnes.

Guion: Marcelo Pitrola, Martín Turnes.

Fotografía: Danilo Galgano.

Montaje: Florencia Gómez García.

Reparto: Diego Velázquez, Valeria Lois, Ángeles Zapata, Lautaro Zera, Claudio Martínez Bel, Susana Pampín, Sergio Marinoff.

Duración: 72 minutos.