Pablo Pereyra fue y vino. Fue a Nueva York, más de curioso que de convencido, a montar un concierto sinfónico de tango que no prosperó y se fue quedando. Regenteó un club de jazz. Hizo teatro. Hizo tango. Lo cantó, lo gestionó. Organizó una milonga y un club –el Astoria Tango Club, en el barrio homónimo-. Pasaron dos décadas en total. En ese tiempo también fundó una banda, Dock Sud. La refundó. Y luego el amor lo trajo de regreso a Buenos Aires donde rearmó Dock Sud Tango por tercera vez y la presentó el año pasado en la Milonga Federal del Centro Cultural Kirchner (o “ex CCK”, según la porfía libertaria). Este sábado a las 22 volverá a presentar a la banda en Perón Perón (Bolivar 813).
“Estudié teatro y en el conservatorio me empecé a interesar muchísimo por el género chico argentino, los sainetes, y los temas de esa época son los mismos que los del tango”, señala. “El único marketing del tango como música sensual es el tango internacional, el tango para mí es música de trinchera, música que baja una línea, que tiene una ideología”, rescata. Recorrer Discepolo, cuenta, lo llevó a la milonga a buscar inspiración, y aunque se descubrió como “un mediocre bailarín de tango” también encontró el amor por cantar el género.
Los años lo llevaron a Estados Unidos. “Pero yo no me fui seducido, porque viste que acá está la fantasía de que se vive mejor y hay más seguridad, y no sé, te podés comprar un iPhone pero no pagar una operación de apendicitis, podés tener una tele de 75 pulgadas y el cable barato, pero estudiar no”, compara. De todos modos, estar en Nueva York le dio roce, experiencia y, finalmente, una mirada distinta sobre el tango. En ese proceso jugó un rol central la década que estuvo llevando el Astoria Tango Club.
“En el mes que estuve craneando cómo iba a ser la historia de Tango Club, yo tenía de fondo Luna de Avellaneda, la vi todo el mes. Pensé ‘yo quiero armar esto, un club con un sentido de pertenencia, donde la gente la pase bien’. Me fijé que es lo que no me gustaba del lugar común del tango: esa cosa inalcanzable, ese estamento inalcanzable que le dan los milongueros para hacerte creer que el tango es imposible y que necesitas que venga Yoda y te abra los arcanos. Quise un lugar donde hubiera gente que no supiera bailar tango, justamente, para que vinieran a aprender, para que les gustara”, recuerda. “Hice un punto de que hubiera música siempre. Y no solamente yo cantando, yo quería incluir a las bandas que venían de acá, que muchas veces tienen que hacer un esfuerzo gigantesco para llegar, que tuvieran un espacio válido, porque tampoco te sirve ir a tocar a un lugar donde te enchufan en un boombox y sonás para el culo”.
Ya con la cabeza puesta en sus proyectos personales, Pereyra miró a la ciudad del plata. “Armé mi banda, mis proyectos y me dije: si quiero hacer tango con seriedad, tengo que hacerlo en la Argentina, en Buenos Aires”, reconoce. En este tiempo el sonido de Dock Sud fue cambiando. Ahora lo acompañan Emilio Teubal y Juan Cruz Masotta. Aunque inicialmente era electrotango (con samples y el beat a través de una batería electrónica), ahora él prefiere definirlo como tango eléctrico: guitarra y bajo enchufados, sí, pero el beat en una batería.
“El electrotango, con el beat tipo tambor fue muy importante, abrió un montón de puertas, pero a mí lo que no me gustaba de eso era el rol del cantante, que quedaba atomizado, o que podía reemplazarse con samples que quedan grabados”, explica. “Le dije a Emilio que quiero hacer algo que banque lo que encuentro más interesante del tango que es su melodrama, ese ser una tragedia griega que en lugar de durar seis horas, dura dos minutos”. El objetivo también es encontrar una forma que lo represente, que aúne la música que le legó su padre y la que incorporó él luego con los años, como el hip hop o el jazz –al que homenajea versionando algún standard y retomando a Tom Waits. “Hacer eso no me genera contradicciones porque a mí el inglés no me parece una lengua despreciable. Alguna gente que habla inglés sí me parece despreciable. Pero es la lengua de Stevenson. O de Poe. O de muchos héroes de mi infancia. Yo quería hacer una especie de cierre y homenaje a la ciudad que me dio un montón de cosas”.
-¿Cómo llegaron al sonido actual?
-Llegamos con una banda que dependía de pistas. Y acá empezamos a reformular con Juan Cruz, a buscar algo que nos resultara más orgánico. A mí me resulta más orgánico tocando con un baterista. Y cuando llamamos a un baterista sentimos la necesidad de llamar a un bajista. Ahí soltamos la parte electrónica por la eléctrica. Así somos una banda eléctrica, tenemos bajo eléctrico, guitarra eléctrica, batería.
-¿Y los temas propios cómo llegan?
-Las letras que voy escribiendo trato de que sean tangueras. Hay cosas que están curadas, hay textos de Julián Centeya. De a poquito, con todo el respeto del mundo que me merecen los músicos a los que admiro, yo quiero un espacio para experimentar. No tengo ganas de hacer algo que entra en un molde. ¿Por qué es tradicional? ¿Por qué lo van a bailar? ¿Por qué hay que vendérselo a tal? Hoy en día me conformo con hacer mi música y someterla a la voluntad de la gente. La querés bailar, bailala. La querés venir a escuchar, vení a escucharla. Vivo esto como un proceso más performático. Nuestra música es... yo lo llamo tango del siglo XXI. Porque es lo que tiene que ser. No sé qué va a ser del tango en los próximos 100 años. Quiero contribuir a eso.