Más allá del optimismo con el que cerró la reciente cumbre por los 75 años de vida de la OTAN, lo cierto es que la alianza atlántica se enfrenta a serias dificultades para concluir de manera exitosa su guerra contra Rusia en territorio ucraniano.

En marzo de 2023, la Unión Europea se comprometió a enviar al frente ucraniano un millón de balas y municiones en el plazo de un año. Sin embargo, sólo pudo transferir la mitad. De hecho, a principios de este año, Rheinmetall, una de las principales empresas armamentistas alemanas, elaboró un duro diagnóstico: todos los fabricantes de municiones de Europa occidental en conjunto sólo podían producir alrededor de 550 mil proyectiles al año. Un número bajo, si además se toma en cuenta que sólo una parte de ese total se destinaría al conflicto en Ucrania.

Para las empresas armamentistas la principal dificultad es la escasez global de pólvora y explosivos y la falta de efectivo para alimentar la industria de las municiones, con los gobiernos reacios a firmar contratos a largo plazo frente a guerras interminables, el estallido de nuevos conflictos y un mundo cada vez más impredecible. Además, la llamada Iniciativa Checa por la que se montó una red mundial de transferencia de proyectiles con dirección a Ucrania, tampoco estuvo a la altura de las expectativas iniciales.

En febrero de este año, desde Praga se informó la identificación de 800 mil proyectiles de artillería en todo el mundo que podían dirigirse rápidamente a Ucrania. Pero, la operación ha sido lenta, y el primer envío, que llegó en junio, consistía en menos de 50 mil proyectiles.

De 15 países que se ofrecieron voluntariamente a comprar municiones para Ucrania de forma conjunta, únicamente seis contribuyeron de modo efectivo. Sólo Alemania aportó fondos por más de 650 millones de dólares, en tanto que en una decena de países el pedido de los mandatarios se encuentra bajo aprobación parlamentaria, en medio de complejos procesos presupuestarios e incluso, bajo investigación por denuncias de corrupción con contratistas militares.

En este contexto, el gobierno de Javier Milei analiza la posibilidad de convertirse en un proveedor de pólvora y en productor de municiones para Ucrania, así como también podría colaborar en la restauración de infraestructura dañada por la guerra en curso y la puesta en marca de empresas conjuntas de defensa.

El acercamiento entre Milei y el presidente Volodímir Zelenski comenzó cuando el mandatario ucraniano participó en la toma de posesión del argentino el pasado 10 de diciembre de 2023. Un primer efecto de esta vinculación se produjo pocos días más tarde, cuando trascendió que el gobierno argentino donaría dos helicópteros de origen ruso Mi-171E.

Más allá de las diferencias entre los gobiernos de Milei y del demócrata Joe Biden, Argentina planteó su interés en incorporarse a la OTAN a mediados de abril, como una manera de generar confianza a nivel internacional con un alineamiento que resultara incuestionable tanto frente a China como con respecto a Rusia.

Uno de los resultados del lobby político fue el intento del gobierno de Milei por transferir cinco aviones Super Etendard que el país compró a Francia en 2017 y que no pudo poner en servicio debido al embargo del Reino Unido a la venta de ciertas piezas militares a Argentina.

El proyecto original era devolver estos aviones a Francia para que, a su vez, este país los reenviara a Ucrania a cambio de que a Argentina se transfieran distintos recursos y pertrechos militares. La oportuna intervención de Rusia impidió que este plan fuera concretado.

Casi de manera paralela, Javier Milei intervino en la “cumbre por la paz” organizada por el gobierno ucraniano en Suiza, a la que no asistieron los presidentes de Estados Unidos, China y, obviamente, tampoco de Rusia, y con la que un importante número de mandatarios prefirió no comprometerse ni apoyar de ningún modo.

Aunque desde el gobierno de Milei se insista con que el apoyo sería únicamente en términos “humanitarios” o “logísticos”, la incorporación de Argentina al Grupo de Contacto sobre la Defensa de Ucrania (GCDU), el pasado 13 de junio sugiere, en cambio, que la colaboración será activa y en términos militares.

El GCDU (o “Grupo Ramstein”, por la base militar alemana en donde tuvo lugar el primer encuentro, hace ya dos años) fue organizado por Estados Unidos con apoyo directo desde la OTAN. Al bloque de 32 países que hoy componen la alianza atlántica se le han sumado otros 25 gobiernos en los que se destacan europeos, y algunos pocos africanos y asiáticos. Argentina se ha convertido en el primer país latinoamericano en sumarse a este entramado global de apoyo directo a Ucrania.

Debido a esta nueva orientación estratégica y gracias a empresas como “Fabricaciones Militares”, Argentina podría abastecer con pólvora para la producción de balas y municiones destinadas a la guerra en Ucrania, pero también a otros conflictos en donde pueda intervenir la OTAN.

Definitivamente, Argentina no sólo muestra interés por inmiscuirse en un conflicto lejano del que varios países implicados buscan ahora la manera de distanciarse. También pretende romper con aquella idea, central para toda la región, de que América Latina debe ser considerado como “zona de paz”, tal como lo estableció la CELAC en su segunda cumbre hace ya exactamente una década.