Trabajo comisionado por el Festival de Danza Contemporánea de Buenos Aires 2016, Renate virtual y sus actuales es una creación escénica de Susana Szperling que combina material audiovisual, danza y música en vivo y que homenajea a Renate Schottelius (1921-1998), una de las pioneras de la danza moderna en Argentina. La bailarina y coreógrafa alemana llegó al país en la década del ‘30 escapando del nazismo, y desarrolló aquí una intensa carrera. El tributo se presenta con entrada libre y gratuita hoy y mañana (hoy a las 20 y mañana a las 19) en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti (Avenida del Libertador 8151). Es una nueva oportunidad para acercarse a la artista que formó a creadores como Oscar Araiz, Ana María Stekelman, Ana Deutsch, Alejandra Vignolo, Marta Pérez Catán y Diana Theocharidis, entre otros. Con espíritu pasional, mente abierta y una aguda sensibilidad, Schottelius renovó la danza local estimulando la creación de elencos, llevando la danza a espacios no habituales, armando ciclos especiales con Ana Itelman, cruzando técnicas y tendencias provenientes de Alemania y Estados Unidos; enseñando en espacios públicos, privados y en el interior del país.
“Cuando Roxana Grinstein, directora del Festival, me propuso realizar el homenaje a Renate, se me erizó la piel. Empecé a recordar sus clases en el Taller de Danza Contemporánea del Teatro San Martín, cuando yo era una adolescente. Eran clases muy fuertes, nos transmitía imágenes poéticas para trabajar. Me sumergí en un laberinto de preguntas y me acerqué a quienes fueron sus alumnos. Me embarqué en un proceso de investigación”, cuenta a PáginaI12 Szperling, coreógrafa, bailarina y realizadora audiovisual.
–¿Cómo concibió el montaje?
Susana Szperling:–El espectáculo recorre distintos aspectos de la figura de Renate, en especial su faceta como maestra y como coreógrafa, haciendo foco en la importancia que tuvo para la danza local. En las pantallas se proyectan reportajes a sus alumnos, desde Araiz, Vignolo, Theocharidis, Stekelman. Renate estaba vinculada a muchísima gente, en Capital y en el interior. Sembró semillas en todos lados. Ella sostenía que el bailarín tenía que ser un comentarista de su época, tener la cabeza abierta, dialogar con lo que pasa a su alrededor. Y armé la escena con la intención de que en las tres pantallas (dos alargadas y una ancha) haya un tránsito, un movimiento, un juego de imágenes, que las pantallas jugaran coreográficamente.
–¿Cómo se articulan las proyecciones con la danza y la música en vivo?
S.S.: –Somos tres bailarines, Mauro Cacciatore, Liza Rule y yo, y el pianista Aníbal Zorrilla, que fue su músico acompañante en las clases de toda la vida. Nosotros retomamos, visitamos algunos momentos de las clases, o algunos aspectos de su obra generando una multiplicidad de imágenes y de temporalidades entre el escenario y la pantalla, siguiendo una idea de composición coreográfica de Renate. Cuando ella ensayaba Paisaje de gritos en el Teatro San Martín, trabajaba con dos elencos y finalmente decidió usar los dos separados por una tela. Eran dos mundos paralelos. Acá retomamos esa idea de superponer, de doblar, y la tecnología es una herramienta que aporta un plus de actualidad a su idea de composición. Por momentos conviven las proyecciones y el vivo, por otros, sólo uno de los dos aspectos. O las proyecciones con el pianista como una película muda musicalizado. El testimonio de Aníbal Zorrilla es muy rico también: cuenta cómo era ella con sus alumnos, los trucos que inventaba con la música para sorprenderlos, su interés por la música barroca e impresionista. Estoy feliz de poder mostrar este trabajo que reúne a un equipo de lujo: Marlene Liebendag en la dirección de arte, Milena Pafundi en la parte técnica del video y VJ, Guiye Fernández y Silvina Szperling en la realización de video.
–¿Qué recuerdos tiene de Schottelius? ¿Cómo era su visión de la danza?
–Nos trataba de usted en las clases, sus devoluciones eran muy ricas. Era lindo escucharla hablar, la manera de expresarse, con su polera negra y su rodete tan especial. No era el típico rodete de las bailarinas: tenía una forma propia. ¡Y cómo bailaba! La vitalidad, la polenta que tenía. Ya entonces sostenía la idea del bailarín como un trabajador profesionalizado y de que la danza puede ocurrir en cualquier lugar. Era pasional y muy abierta. Se animó a programar propuestas poco habituales, a incluir el dibujo y músicas poco afines a la danza de entonces. Como cuenta Oscar (Araiz), sus obras eran diferentes: algunas tenían mucho humor y otras eran muy fuertes, en alusión al nazismo o a los desaparecidos. Dejó un gran legado.