Las más de las veces, cuando el cine habla de la televisión, lo hace de manera despiadada; al menos en sus buenos ejemplos. Entre ellos: Network, The Truman Show, Quiz Show, They Live!, Wag the Dog; son muchos. La relación entre ambos medios implica todo un capítulo dentro de la historia del cine, que aquí no viene a cuento, pero permite inferir los motivos de esta mirada lacerante. En todo caso, cine y televisión son dos proyectos diferentes; aun cuando su relación y discusión haya quedado un tanto anacrónica, conforme a las nuevas tecnologías y los formatos por donde circulan hoy las imágenes y películas. Por eso, Joker prefiere ambientarse en los años ’70; y en un doble sentido, tanto para destilar su crítica al medio catódico, como también para recordar aquél Hollywood, autoral y diametralmente opuesto al de estos días.
Otro tanto puede decirse de De noche con el diablo, la película de los hermanos australianos Colin y Cameron Cairnes. La década de 1970 fue también álgida para el cine de terror, y delineó una lista de títulos donde El bebé de Rosemary (si bien de 1968), El exorcista y Halloween, entre otros, oficiaron de maneras refundantes, al revisar el género y ser el germen de muchas otras películas. Ese mundo pretérito es el que visita De noche con el diablo, y lo hace a través del recurso del found footage, el metraje encontrado; en este caso, el de un programa televisivo maldito.
Aquí vale un paréntesis: el artificio del film no está lejos de ciertos hechos reales, como el recupero de la serie televisiva El Pulpo Negro, uno de los pocos trabajos de Narciso Ibáñez Menta que sobrevive, que un admirador del actor publicó en su canal de YouTube, completa y en alta definición. Más allá del gran Narciso, el film de los hermanos Cairnes toma por referencia un falso late night show: Night Owls with Jack Delroy, cuyo conductor (interpretado por David Dastmalchian) parece dispuesto a todo con tal de alcanzar el pico de rating.
Ahora bien, ¿qué fue de Delroy y de su programa, casi de culto? Un programa que supo tener sus momentos, de mayor y menor esplendor. Entre sus instancias trágicas, destaca el fallecimiento de su esposa; de hecho, en una de las emisiones, ella participó, en silla de ruedas, evidentemente afectada por la enfermedad terminal. ¿La televisión es receptáculo de cualquier tema? Sí. ¿Tiene límites? No. Porque De noche con el diablo acepta esta hipótesis, hace entonces lo que sigue: invocar fuerzas satánicas con tal de ser el programa más visto. Vale aclarar que esto no es algo que la película señale de manera explícita; en todo caso, la secuencia inicial funciona como un preámbulo adecuado -por exitista y amarillista-, al introducir al programa en cuestión y a su conductor. Acto seguido, se verá el programa perdido de Night Owls, un especial de Halloween, en 1977, donde ocurrieron hechos que pocos recuerdan y nadie explicó.
En él, un psíquico, un detector de fraudes paranormales, y una parapsicóloga con su joven paciente poseída, serán de la partida. A medida que el show avance, sumarán interés los momentos intermedios, dedicados a la tanda publicitaria, en la procura de equilibrar lo que parece ridículo pero se torna imprevisible. Como hay anunciantes y productores presentes, son ellos los que mandan; por eso, si alguien muere, solo será un detalle. De esta manera, la película juega sus situaciones terroríficas pero sin perder nunca el condimento humorístico, en un equilibrio entre el ridículo y lo fantástico.
Al emular un show televisivo de los ’70, el film se permite trabajar con el formato y la textura del video-tape, lo que equivale a una imagen que resuena vintage y justifica, además, el presupuesto. Es decir, De noche con el diablo es una película de dinero ajustado, el necesario como para pensar en cómo hacer creíble lo que se mira. Y lo logra. Por momentos, parece una lógica remake de algunos de esos viejos shows norteamericanos, con sus chistes y aplausos prefabricados, junto a la retórica ensayada entre el conductor y su co-anfitrión; y en otros momentos, gracias a algunas secuencias que funcionan como inserts, se asemeja más a la estética de las series televisivas (cuando se narran hechos que suceden por fuera del plató televisivo).
De hecho, en determinado momento tendrá privilegio una cita iconográfica hacia La Dimensión Desconocida -anterior a los ’70, vale la aclaración-, a través de una gran espiral hipnótica, como la que acompañaba a la serie de Rod Serling. En ese momento, será el propio Jack Delroy, el conductor, quien pida, sincero y a los televidentes: “¡Apaguen el televisor!”; en un gesto que recuerda al grito de Kevin McCarthy, también a cámara, en Invasion of the Body Snatchers (1956): “¡Imbéciles, están en peligro, van por ustedes!”. Si de filiaciones cinéfilas se trata, hay otra película espiritualmente cercana: Extraña invasión (1965) de Emilio Vieyra, en donde la televisión es el agente de una hipnosis colectiva programada.
Toda la travesía de De noche con el diablo es un disfrute, por los guiños cinéfilos que contiene y por la autonomía lograda. A su manera, el film australiano exhibe más frescura que la de muchos otros, supeditados a fórmulas o al exhibicionismo digital. También porque sabe llegar a la verdadera síntesis; en su caso, a través del vínculo marital entre los demonios y los rayos catódicos: una relación que parece ser para toda la vida.
De noche con el diablo 7
Late Night with the Devil, 2024
Australia/EE.UU./Emiratos Árabes
Dirección y guion: Colin Cairnes, Cameron Cairnes.
Música: Glenn Richards.
Fotografía: Matthew Temple.
Montaje: Colin y Cameron Cairnes.
Intérpretes: David Dastmalchian, Laura Gordon, Ian Bliss, Fayssal Bazzi, Ingrid Torelli, Rhys Auteri, Georgina Haig.
Distribuidora: Diamond Films.
Duración: 93 Minutos.