Es cierto que la semana transcurrida podría calificarse como otra de las peores del Gobierno, si fuera por la casi totalidad de los indicadores económicos. Pero si es por los índices de un escenario grotesco, surrealista, se antepone imaginarla como una escena de Monty Python, el grupo de comedia británico que llevó al paroxismo parodias, entrevistas y sketches sobre la farsa de un contexto político.

No hay nada que supere el nivel de industricidio, pymecidio, derrumbe del consumo y exclusión social llevado a cabo por los hermanos presidenciales, en apenas medio año de mandato. Sin embargo, la suma de enredos ostentosos con que implementan esa masacre es inédita.

Las M previas a este desastre tuvieron la desvergüenza avergonzada de actuar acciones de contención y salubridad técnica.

Martínez de Hoz, Menem y Macri, con ligeras variantes, se ocuparon de dibujar disfraces productivos. “La gente” los compró, así terminó y hubo quienes concluyeron en que la lección se había aprendido para siempre.

No sólo no fue así, sino que la realidad exhibe una capacidad lógica o insólita para persistir en el choque contra la misma piedra.

El peronismo, el progresismo, la izquierda, genéricamente entendidos para no entrar a debates inacabables, deberían (deberíamos) hacer algo -que no está a la vista- para no seguir colisionando contra lo mismo. Y mucho más cuando, como advierte Álvaro García Linera, las victorias y las derrotas son cada vez más cortas. Igual que la memoria colectiva.

Esta experiencia de ultraderecha, o como desee llamársela, no está demostrando pericia en ningún terreno, salvo por los números oficiales de la inflación. En Argentina es un dato muy poderoso y, tal vez, el que explica la popularidad conservada por Milei aunque la recesión sea espantosa. Eso, más el vacío que hay enfrente y, probablemente sobre todo, que es muy poco el tiempo insumido para confesar(se) la decepción.

De otro modo, es incomprensible -o eso interpreta este comentarista- que encima de los datos concluyentes no parezca pasar casi nada estructural frente a los desaguisados del Gobierno en cualquier ámbito que se aborde.

El peso, que era un excremento, pasó a ser la moneda de valor.

Se usarán las reservas en dólares para sostenerlo, mientras el FMI vuelve a preguntarle a Milei, justamente, si está loco.

Caputo Toto vende seguros de cambio a futuro, con dólares que no tiene. Sus amigos de la ortodoxia le dicen que programa más comunista que ése no se consigue, porque se apropia de las divisas del sector privado.

La salida del cepo queda condicionada a que no sigan bajando esas reservas que el timbero mayor continúa liquidando, a través del nuevo plan que, según el Presidente en su charla de café con Alejandro Fantino, no le pertenece a él sino a Caputo…

La secuencia es estremecedora. Con De la Rúa, estaban Sturzenegger y la Comandante Pato. Con Macri, esos mismos dos más Caputo. Con Milei, los tres todos juntos. ¡Pero resulta que el problema es la vieja política!

En la diplomacia llevan a cuestión de Estado un cántico tribunero. La negacionista Victoria Villarruel arguye que ningún país colonialista nos pasará por arriba. La Hermana va a la embajada de Francia a pedir disculpas contra Villarruel. Ya que estamos: ¿alguien conoce el paradero de la canciller Diana Mondino?

La vocera mediática del tema es la ¿inconcebible? Lilia Lemoine, quien, a sus saberes económicos, incorporó los porcentajes de negritud de la selección francesa de fútbol. Esa Francia que el Presidente visitará la semana próxima para asistir a los Juegos Olímpicos, y a la que también le habrá caído fantástico que un grupo de diputados libertarios haya ido a visitar a Alfredo Astiz, entre otros genocidas.

De los funcionarios echados y renunciados ya se perdió la cuenta (56), incluyendo despedidos en X por el guerrillero digital Gordo Dan. Lo reposteó el Milei que ahora se pliega al espíritu nacionalista.

El 26 de febrero pasado, en esta columna y bajo el título de “Inundar la zona con mierda”, aludíamos a un artículo de ensayo, muy atractivo, publicado en Revista Anfibia por el antropólogo Alejandro Grimson.

Se plantea allí que los líderes de ultraderecha (o simplemente figuras pretendidas como tales, podríamos adicionar teniendo en cuenta el experimento de Milei) persiguen que la mayoría de sus electores habite mentalmente una “realidad” que sea inmune a los datos, a los argumentos y a los hechos.

Esos líderes o figurones construyen para sí mismos el lugar de “salvadores” y, a la vez, “víctimas” de las conspiraciones de la vieja política, los medios y cuanto enemigo se les ocurra. Un banco, una artista, Chiqui Tapia, la vicepresidenta, economistas de su palo, su ex jefe de Gabinete.

Como añade Grimson, todo forma parte de una nueva “industria del escándalo”, enmarcada en lo que Steve Bannon estimula -precisa y textualmente- como inundar la zona con mierda.

Bannon, recordemos, fue asesor principal de Donald Trump y Jair Bolsonaro. Otro ídolo de Milei. Tras condenárselo y a principios de este mes, fue encarcelado en una prisión federal de Connecticut por negarse a comparecer ante la comisión que investigaba el asalto al Capitolio, en enero de 2021, a cargo de una horda de desquiciados vestidos de búfalos.

No sabemos si todavía le quedarán ganas de autodefinirse como “especialista en Internet para la acción política”.

Pero quienes eluden vivir en un termo sí saben que permanecen vigentes los tres instrumentos ayudados por las nuevas (o ya tradicionales) formas de comunicación: posverdad en donde las percepciones se imponen a los hechos en forma aplastante, fake news y teorías del complot que buscan generar un estado de ansiedad sin precedentes.

Grimson señalaba que la tarea de la hora es elaborar un plan y un proyecto económico-social de país, lejos de la enunciación de lo ya hecho. Y que hasta tanto ese punto instituyente sea creado, la atomización, el estrés y la deshonra serán el pan nuestro de cada día.

De nuestra parte, consignábamos tres citas concurrentes en torno a esta temática sobre el engendro que gobierna la Argentina.

Una de Ernesto Tiffenberg, acerca de que a Milei no puede costarle tanto dejar por un rato las redes sociales y repasar los artículos constitucionales que fijan las reglas del juicio político.

Otra de Marcelo Larraquy, respecto de que cinco garcas, cuatro tuiteros y tres periodistas no le dan volumen político a un Gobierno.

Y por último, la de Jorge Alemán a propósito de que ahora ya no se trata de “un proyecto que enamore”, ni de volver a un estadio político anterior: es El Límite en condiciones de impedir una Argentina como nuevo país latinoamericano fallido lo que demanda eso nuevo. Y eso es una alianza de voluntades políticas, tomándose su tiempo adecuado para decidir sobre la figura elegible como “responsable” final.

Propuestas creíbles y unidad de acción, agregábamos.

Vistas las circunstancias, no parece que debamos quitar o adosar una coma ni un concepto a aquellas opiniones que vertimos aquí a fines de febrero.

Más bien todo lo contrario, se ratificó que no hay ninguna fortaleza, que sostenga a Milei, superior a la parálisis de la oposición.

Son dos.

La “dialoguista”, de la cual se sabe que puede esperarse más poco que nada o viceversa.

Son los Pichetto asombrados por la falta de “profesionalismo” de los mileístas. Los gobernadores que se conforman con algún hueso de fondos coyunturales. Los macristas y ex cambiemitas que se sienten despechados. Los lilitos, que insisten en la “institucionalidad afectada” y en anoticiarse de que la clase media marcha de media para abajo. Un sector del periodismo de derechas capaz de percatarse, también de la noche a la mañana, que gobierna un loco (reiteradamente dicho en su sentido político, porque no hacemos calificaciones psiquiátricas).

Se adosa otro sector del empresariado corporativo, local y externo, que por un lado está sumergido en su puja de negocios. Y que, asimismo, de un momento para otro habría descubierto que el loco puede conducirlos a una incógnita de consecuencias impredecibles o peligrosas.

Y está la versión opositora de confrontación, que ha demostrado reflejos para ejercer cierta resistencia. Pero no alguna unidad o unión propositiva que, desde ya, no consista en versos poéticos de mera diagnosis, repudio y presencia callejera. Básicamente, son el kirchnerismo y el peronismo clásico que continúan sin juntarse para terminar, de una vez, con sus luchas de egos y proyecciones de candidaturas.

¿Tan complicado es entender que debe haber preparación frente a la hipótesis de que Milei implosione?