Desde Resistencia, Chaco
Sentarse en un algún sitio estratégico del verdísimo, bello y enorme Parque 2 de Febrero de Resistencia, Chaco. Oír. Oír como el ruido de fraguas, bujes, martillos, pernos, sopletes y demás con que los diez escultores seleccionados para competir por el premio a la mejor obra de la presente edición forjan el duro metal, se entremezcla con el de algún chamamé, un rock and roll, o un malambo, o un tango, incluso, porque eso de que toda la vida tiene música también se respira aquí. Oler. Oler, al azar, el leve aroma a la arcilla que los alumnos del profesor Carlos Moreyra moldea a la vera crepuscular del Río Negro, para luego hornear a la vista de todos, o el rico incienso que husmea en las varias carpas de artesanos distribuidas por el predio.
Y mirar, claro. Mirar el color humano que aporta, cada día de la intensa semana que dura el evento, la increíble marea humana que se da cita cada dos años en el predio. Que trashuma incesante dentro y fuera. Que se apropia democráticamente del arte. Que no importa en ello la edad, ni el “nivel cultural”, ni la procedencia social de cada quien. Que habla con escultores, alfareros, artesanos, músicos… todo aquel, todo aquella que esté haciendo algo.
Oír, oler, mirar… sentir, al cabo, forma parte de ese mismo todo sensitivo llamado “Bienal Internacional de Esculturas”, que Fabriciano Gómez, aquel romántico escultor, fundó a fines de la década del ochenta del siglo pasado, y que hoy –al comando impecable de Josese Eidman, presidente de la Fundación Urunday- va ya por su decimotercera edición. La que acaba de finalizar tras siete días de intenso e inabarcable devenir. Asirlo en su puntual dimensión implica por cierto empezar por el final. Es decir, por el resultado del Concurso Internacional de Escultura la competencia escultórica.
Entre diez participantes de sendos países –seleccionados entre 157 aspirantes de 55 países- ella fue la representante de la lejana Letonia, Solveiga Vasiljeva –es la primera vez que gana una mujer- por su obra Tiempo, que por supuesto quedará emplazada en alguna calle o plaza de Resistencia, para disfrute del chaqueño laburante, que camina día a día la ciudad. Al igual que la ecléctica Multiplicidad, del chileno Alejandro Mardones Guillén, quien obtuvo el segundo premio, y que Habitus, Antihabitus, tercera obra forjada en clave heavy metal para las preferencias del jurado internacional, a cargo del español Carlos Iglesias Faura. “Que me den un premio entre estos monstruos escultores, con tanta trayectoria, con unas esculturas brillantes, es para agradecer”, dijo tras el veredicto el artista español, quien aseguró además que no ha visto en ningún lugar del mundo un evento de esta magnitud. El chileno Guillén, por su parte, reconoció que estar en una ciudad como Resistencia, para un escultor resulta un sueño. La letona que se alzó con el primer premio, en tanto, también brindó sus impresiones. “La idea de mi obra me cayó como un meteorito a mi cabeza y empecé a trabajar en ella, a pensarla bien. Estuve dos noches y dos días haciendo el modelo en miniatura, luego presenté el proyecto hasta que me aceptaron en febrero. Fue un camino muy largo hasta este proyecto, que me llevó mucho tiempo porque tiene parábolas, esa forma tan especial redondeada y en metal, entonces fue largo el camino hasta esta escultura”.
Antes de la elección final y el acto de cierre pasó de todo, claro. En eso de oír, se oyó pues al siempre presente Ensamble Filarmónico Juvenil. A Sisi Rock. A otro impecable Ensamble llamado “Madre Canción”, y dirigido por el cantautor chaqueño Coqui Ortiz. A Dante Spinetta. Al grupo Dos Mas Uno. Y a una banda que, como el dúo Tonolec años atrás, se funde con el coro qom Chelaalapí. También se oyeron palabras alusivas en conversatorios acerca de la Masacre de Napalpí, a propósito de sus cien años, recordatorio que tuvo su extensión por fuera de la Bienal –porque también pasas cosas alrededor, claro- cuando el historiador y ensayista Francisco “Tete” Romero presentó junto a Mempo Giardinelli un libro alusivo, llamado Napalpí, El crimen por la tierra. Genocidio y Terricidio (1924-2024), en la Universidad Popular.
En eso de ver la Bienal, se vio pues, entre muchísimas cosas, una obra llamada Animalia, del siempre protagonista escultor argentino Alejandro Arce, en que éste artista representa figuras de animales en peligro de extinción. Los ojos de la multitud tradujeron para sí la tierna y cálida remembranza que despertó ante propios y extraños el artesano Hernán Lira, a través de El canoero, obra en movimiento que representa viejos juguetes a través de un sistema de engranajes en madera. Otras miradas se nutrieron de la obra a cargo de la tríada misionera conformada por Evelin Ramp, Darlin Stigelmeier y Francisco López, estudiantes ellos de la Facultad de Artes de Oberá, que se alzó con el Premio Desafío, por Impermanencia en la naturaleza.
Apoyada por gestiones de diversos palos políticos –esta vez le tocó a la del gobernador radical Leandro Zdero, que la consideró como una “vidriera al mundo”- la Bienal ya calienta motores para la próxima edición, la decimocuarta, que tendrá lugar en 2026. Visiblemente emocionado por el resultado de la que acaba de concluir, Josese, destacó a manera de final feliz que pasaron por la Bienal entre 80 y 85 mil personas por día. “Pensar que todo este público viene a ver quién gana la final es una locura, solo en Resistencia pasa esto. Si bien el clima ayudó muchísimo, es innegable que ya tiene a la escultura como parte de su identidad… y este acontecimiento es la celebración de ese arraigo identitario”.