Enzo se disculpó. Rápido, sin peros, sin dobleces. Así se debe hacer cuando uno se equivoca. No negó haber cantado, no habló en potencial, no negó lo ofensivo de la letra, no acusó a los ofendidos de “sensibles”, no buscó excusas, no alegó diferencias culturales. Pidió perdón y punto.

Una vez planteada la denuncia del jugador francés Wesley Fofana (quien en ningún momento acusa a Enzo de racista sino que delata el racismo de la canción entonada por varios jugadores de la selección nacional argentina), se sucedieron múltiples reacciones en redes sociales y medios de comunicación, nacionales e internacionales. Las primeras fueron las de otros jugadores franceses, quienes dejaron de seguir la cuenta de nuestro volante, probablemente para no exponerse más a ese tipo de contenido. Luego vinieron las disculpas, una catarata de agresiones racistas a Fofana y a los otros, declaraciones, análisis, juicios, defensas y sentencias.

Las tendencias mayoritarias resultaron ser el punitivismo y el relativismo. Por un lado, la FIFA, la FA y el Chelsea, cuyos protocolos disciplinarios derivan en sanciones punitivas para casos de racismo, anunciaron que comenzarían investigaciones pertinentes. Lo que era de esperarse ya que hace dos meses, en el congreso anual de la FIFA, se anunció el relanzamiento de la campaña contra el racismo con énfasis en el endurecimiento de las sanciones. Se dispuso convertir las conductas racistas en infracciones concretas, punibles incluso con la pérdida de un partido, además de promover la formación en escuelas y campañas para que el racismo se convierta en un delito penal.

Por el otro, especialmente en nuestro país, se relativizó la naturaleza racista de la canción y la gravedad, por ende, de la ofensa (tanto así que se reivindica el derecho a seguirla cantando). Los argumentos más comunes, en orden aleatorio, fueron: 1) no es racismo, es sólo una canción de cancha, es parte del folklore del fútbol argentino; 2) la canción dice la verdad, son todos africanos, qué tiene de malo decir la verdad; 3) qué nos van a venir a decir los ingleses y los franceses si ellos son los racistas, los colonialistas; 4) Enzo no es racista, es un pibe divino, es una canción nada más, una pavada; 5) Ya pidió disculpas, qué más quieren.

¿Qué más queremos? Que no haya racismo queremos, que no haya pibes con hambre, que la torta se reparta entre todos, que nadie quede afuera… ¡Cambiar el mundo queremos! Pero vayamos por partes. Las canciones, de cancha o no, que denostan el origen racial y las orientaciones sexuales de las personas son canciones racistas, machistas, homofóbicas y/o transfóbicas. No hay vuelta que darle. No se trata de generaciones de cristal que no se bancan una joda, cantar eso está mal. Lo niegan desde la fragilidad blanca y la masculinidad tóxica quienes no quieren resignar el “derecho a discriminar”. Que el racismo y el heteropatriarcado se hayan filtrado en nuestro folklore futbolero no exime a nadie de la responsabilidad de cortar la cadena. Por otro lado, los jugadores franceses ofendidos son nacidos y criados en Francia. No vamos a hablar de colonialismo y racismo en clave fanoniana, basta decir que son hijos de inmigrantes de ex colonias francesas y negarles su ciudadanía no es denunciar la hipocresía de un imperio colonial sino echar sal a la herida de las víctimas del colonialismo.

En esta versión pseudo anticolonialista del relativismo, merece una mención aparte la vicepresidenta Victoria Villarruel. La vice defendió los cantos racistas justificándose en la libertad (para discriminar), el anticolonialismo (de cartón), la diversidad (reconoció que a nuestro país también lo construimos indios y negros) y la argentinidad. Viniendo de la misma persona que en campaña reivindicó el Día de la Hispanidad; que es parte de un gobierno que, con sus políticas públicas, fabrica ciudadanos de segunda por millones; cuya canciller celebra el cierre del INADI como una conquista de la libertad de expresión y dice que “los chinos son todos iguales”; y cuyo secretario de culto, con nostalgia inquisitorial, llama a “recuperar los valores tradicionales” que 1492 nos legó… Hablamos de un nivel de cinismo no apto para cardíacos.

“Yo me equivoqué y pagué”, dijo Diego. Enzo se disculpó, fuerte y al centro. Enzo Fernández, un hombre joven, racializado, de origen popular, pidió perdón. Esa es la pauta que marca que ese error no lo define. Y con sus disculpas marcó una diferencia enorme y fundamental: cuando los blancos discriminan, tanto o más que “Escuchen, corran la bola”, no piden perdón. Varones blancos y privilegiados fueron, de hecho, los que inventaron la canción versión 2022. Es cierto, sin embargo, que argentinas y argentinos racializados como Enzo y muchos de los integrantes de nuestra selección, la cantan igual. En un país donde existe un discurso hegemónico que niega la existencia del fenómeno del racismo, ni siquiera las mayorías racializadas lo advierten. También es cierto que a veces uno no analiza las canciones de cancha. Es hora de empezar a hacerlo.

Volviendo a la pregunta “ya se disculpó, qué más quieren”... Que la AFA tome esto como una oportunidad para pasar de un esquema defensivo a un esquema ofensivo contra el racismo en Argentina. No desde el punitivismo o la cancelación sino desde la acción, desde la reparación y la prevención. Pasemos de decirle “No al racismo” a decirle sí al antirracismo. Que las disculpas sean sólo el comienzo.