“Si pudiera hacerse la disección de las almas, cuántas muertes misteriosas se explicarían”. Gustavo Adolfo Bécquer.

 

Un día cualquiera de un verano cualquiera, ella decidió regresar. Caminaba azorada bajo un sol que brillaba ubicuo en el único cielo que lo contenía. En las calles de aquel pueblo nadie parecía haberla reconocido ni atinaban a prodigarle ningún saludo; ¿acaso no la verían? La gente caminaba ensimismada y abúlica; el sopor del estío había provocado en todos una especie de embotamiento.

Cierto día de cierto año, hace muchos años, quizás más de los que imagina, ella tuvo que abandonar la casa en la que vivió desde la infancia. Pero ahora, volvió.

Dio vueltas y vueltas; recorrió la plaza, se persignó frente a la iglesia, hasta que, por fin, la reconoció. Permaneció largo rato de pie frente a la casona de mitad de cuadra, contemplándola con la sonrisa de La Gioconda dibujada en su rostro. Después, con movimientos lentos, comenzó a hurgar en el bolsillo de su amplia falda, hasta que la encontró. La llave estaba herrumbrada, pero igual penetró el cerrojo, y la gran puerta de madera, con su inconfundible chirrido, se abrió. En el vestíbulo reinaba la misma penumbra, el mismo olor, el mismo silencio. La mujer fue recorriendo cada una de las habitaciones, sigilosamente. A nadie habló, ni se presentó, ni dio explicaciones de su visita. Por su parte, los habitantes de la casa la trataron con cierta indiferencia, pero a ella no le importó; siguió deambulando, con el gesto inmutable de la mujer del cuadro de Da Vinci.

Entraba y salía de su cuarto con plena libertad; atravesaba puertas, ágil, etérea; abría cajones, armarios, baúles; revisaba cuadros, alfombras, adornos, buscando incansablemente lo que había venido a rescatar.

Amor mío: aunque no me respondas, seguiré escribiéndote, ya que es el modo que encontré de acariciarte. Me extraña volver a escribir tu nombre. Recién hoy descubro su belleza breve, con acentos nórdicos que, inevitablemente, me hacen pensar en mares fríos, en paisajes rocosos y en gente fuerte habituada a dominarlos. Gente que, ante la vastedad de su tierra y el misterio del universo, se acostumbró a designarlos con palabras cortas, resonantes, seguros como estaban de su importancia. Nombres que pudieran gritarse de una embarcación a otra entre el rugir del oleaje. Que pudiera arrastrar el eco entre altas montañas. Nombres que pudieran entonarse en un canto antiguo y colectivo mientras se lanzaban a la aventura. Pero los siglos pasaron, aquellos pueblos, muchas veces conquistados y otras conquistadores, otras emigrando hacia nuevos lugares, defendieron algunos de sus vocablos, combinando su significado original, tomando características de los diferentes sitios donde se usan. Entonces tu nombre deja de ser un sonido, unas letras y un recuerdo de mi imaginación para convertirse en tu imagen real que, aunque distante, me acompaña en todo momento. Me gusta tu nombre porque es fácil, porque es simple como vos. No hay una sola noche en que no evoque, antes de intentar conciliar el sueño, el día que te conocí y te pregunté cómo te llamabas…

Cuando, afortunadamente, encontró el cofre que contenía las cartas, se sentó a leer la primera que tuvo al alcance. Una extensa carta en la que su enamorado se refería, entre otras cosas, a su nombre. La mujer jamás había leído esas correspondencias, aunque estuvieran dirigidas a ella. ¡Qué ironía llamarse correspondencias si nunca fueron respondidas! -gritó. 

Pero ahora que las tiene entre sus manos está mucho más tranquila. Reposa abstraída, mientras las acaricia con suaves movimientos de sus dedos. Luego las aprieta contra su pecho y cierra los ojos. Sabe que ya no podrán mentirle, ni ocultárselas. Tampoco le impedirán que las lea, una por una, en el orden en que fueron llegando. Ya no podrán confinarla, ni enloquecerla, ni matarla, porque ella volvió para reivindicar lo que era suyo y en otro tiempo le fuera negado. Confía en que esas cartas le brindarán todas las respuestas sobre su infortunada vida y, también, sobre su misteriosa y prematura muerte. Solo así, descansará en paz.

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